El impacto de las palabras de la desconocida dejó a Margaret conmocionada. Solicitó escolta hasta su alcoba, donde se encerró en silencio. La joven no comprendía lo sucedido. Tras meditar los acontecimientos, se durmió entre sollozos, despertando al día siguiente con los ojos hinchados, un doloroso recordatorio de la noche anterior.
Su mañana transcurrió con calma, pero al atardecer la familia consultó a un sanador. En presencia de los padres, el sanador tomó las manos de Margaret y, sin rodeos, declaró que se trataba de una maldición irrevocable, advirtiendo que debían protegerla de cualquier extraño durante las noches. El mundo se desplomó sobre los padres; la vida de su hija dependía de ellos, y la posibilidad de una vida normal se había desvanecido.
De la misteriosa dama, poco se sabe. Buscada durante años por miles de soldados en incontables ciudades, la persecución incansable buscaba enjuiciarla y condenarla a la pena máxima. Se contrataron a miles de pintores para crear retratos precisos de la dama, pero desapareció sin dejar rastro, frustrando toda posibilidad de encontrarla.