Marie A cien millas de amar

Capítulo 4 El amo

 

Capítulo lV

EL amo

 

El Valle se hallaba plácidamente iluminado, inmensos árboles y arbustos dejaban filtrar entre sus ramas los cálidos rayos de sol cuando estas dejaban caer el rocío sobre la tierra. Un grupo de ciervos pastaban tranquilos y serenos mientras que los más pequeños daban saltos alocados a su alrededor. Solo uno permanecía indómito, el más majestuoso de todos ellos, alto fuerte e imponente vigilaba atento su alrededor esperando escuchar aquel crujir de las ramas que lo había perturbado. Un disparo hizo eco por el paraje lacerando a uno de la manada, a la sazón todos salieron disparados y fue así que una segunda descarga se escuchó. Los cervatillos se dispersaron dejando a Marie y a sus ayudantes con el botín, botín que no deseaba cargar consigo debido a que sería ofrecido a otro. El señor Wayne y su hijo tomaron la caza y con sumo cuidado colocaron las presas sobre los caballos.

—Listo, mi lady, ya tenemos suficiente, ¿Aun desea ir tras los faisanes?

—Por supuesto —dijo con cierta vacilación—. Debo agradar a nuestro nuevo invitado ya que si no apetece cenar ciervo esta noche será mejor que ofrezcamos faisán.

—Será lo que usted diga, mi lady.

Ambos dejaron el sitio y anduvieron cuesta abajo, descendieron por la colina y minutos más tarde se hallaron frente a una segunda loma. Soltaron el par de perros que venían con ellos mientras volvían a cargar las armas. Los caninos habían dado con un nido, de pronto uno de ellos comenzó a ladrar y el segundo le siguió, por ello las aves salieron de su escondite para refugiarse en un segundo hogar. Marie apuntó con firmeza desplomando a una de ellas, el señor Wayne hizo lo mismo y disparó su arma derribando a la más pequeña. Joe jaló del gatillo, pero su tiro no fue certero a pesar de tenerla de frente, así que se le proporcionó una segunda arma, pero como el ave volaba lejos no quiso desperdiciar la bala. Finalmente fueron tras las presas derribadas y cargaron con ellas. La condesa de Durham era buena con las armas debido a que desde sus doce primaveras fue instruida en la acción y nada más ni nada menos que por el mismísimo señor Wayne, hombre experto en la caza y gran amigo de su difunto abuelo. Una hora más tarde retornaron a la mansión, fueron directamente a la cocina y Marie volvió el rostro para encarar a su lacayo.

—Señor Wayne, sea tan amable de descargar los animales en la cocina y después diríjase al pueblo para traer lo que le he solicitado, la lista la tiene su mujer y espero que vuelva tan pronto como pueda, recuerde que lo necesitamos lo antes posible ya que aún hay mucho por hacer.

—Sí, mi lady, prometo estar aquí antes del mediodía. Así podremos dar la bienvenida a su invitado, no se preocupe, de cualquier forma, dejaré a Joe a cargo porque mi mujer no podrá hacerlo sola, cualquier cosa que requiera estará él para su entera disposición.

—Gracias, señor Wayne.

Marie no tuvo las agallas de expresar con palabras pasivas que aquel hombre que vendría no era su invitado sino el nuevo dueño de su amado hogar. No quiso revelar más, acto seguido caminó hacia el fogón de la cocina, las patatas estaban cocidas y el té que se había retirado del fuego soltó delicadamente su suave aroma. Entregó su arma al joven Joe y tranquilamente se sentó a la mesa. Almorzó con gran pena pensando en la gran congoja que a inicio de semana había recibido, esas terribles palabras que había soltado el señor cuando creyó que su vida iría mejor. Más tarde abandonó el lugar y el señor Wayne y la cocinera comenzó a trabajar.

Faltaba poco menos de tres horas antes de recibir al susodicho y la mansión estaba más que presentable; —o así lo creyó Marie— en la semana las tres mujeres habían dejado de lado las tareas externas para dedicarse de lleno a la limpieza interior de la mansión. La habitación principal había sido fregada meticulosamente y en la estancia mayor se había hecho lo mismo, candelabros, libreros y repisas brillaban a la vista, los pisos primordiales habían sido pulidos y la cocina tanto como el establo permanecían ordenados. Todos se habían esmerado en sus tareas para presentar el hogar como nunca antes se había visto, esto, con la finalidad de agradar al nuevo dueño y así, darse a notar para que este no le negara lo que por la mente de la joven se venía maquilando.

—Hija mía, es tarde y aún no te has alistado para recibir al señor. —Marie enderezó el último cuadro de las escaleras cuando escuchó las palabras de su madre, aun así, no contestó dirigiéndose en pos del florero que se localizaba a pie de las escaleras con el fin de ordenarlo una vez más—. Querida, el ramo quedó perfecto, no tienes que seguir. Te aseguro que el hombre no prestará atención en él ni sabrá que has sido tú la que lo ha arreglado, por favor, deja de lado la tarea y alístate para estar presentable porque tu ducha está lista.

—Pero madre, sé que podría quedar mejor.

—Podría, pero es tarde y tú tienes que prepararte.

Cogió de sus manos la flor que había retirado su primogénita para instalarla en un nuevo sitio, cuando con ternura la miró a los ojos.

—Por favor, cariño.

Marie no le quedó de otra que ceder, al ver su dulce mirar y descubriéndola tan afable supo que hablaba enserio.

—Bien, madre, como lo desees, solo pregunta a la cocinera si la bajilla de porcelana está lista y cuestiona a Joe si el patio frontal quedó presentable, los arbustos y las flores tenían que ser retocados y hoy tenía que terminar con la faena.

—Descuida, veré que se haya hecho bien, pero es muy importante que te prepares porque esas manos necesitan ser atendidas.




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