177 DÍAS ANTES DE LA BODA
Volví a tapar mis ojos con otra almohada, parecía que nada daba resultados para amortiguar el caos que parecía provenir de la planta baja. No quería bajar y adentrarme en la realidad que me llamaba como niño pequeño pidiendo atención, pero sabía de alguna forma que no podría posponerlo por más tiempo. Si me quedaba en su habitación, estaba segura de que mi madre mandaría por mí en cualquier instante.
Así era mi querida madre desde que tengo memoria.
Carmella Kigstone, una famosa actriz que tuvo sus tiempos dorados en algunas películas que se habían vuelto clásicos, se casó con un joven y apuesto empresario llamado Gilbert Cartwright lll como parte de una apasionante aventura y locura para ambos considerando los mundos diferentes en los que vivían. Carmella tuvo que renunciar al mundo del espectáculo cuando quedó embarazada a sus treinta y dos años, dejando atrás por completo la vida que tenía para poder volverse una mujer de sociedad. Básicamente fue mi culpa, por mí se casaron mis padres... pero bueno, llevaban juntos desde entonces, esa frialdad maternal no estoy segura de si se fue desarrollando con el paso del tiempo o simplemente llegó con la noticia de: bebé en camino, dile adiós a tu carrera y el mundo del espectáculo.
Era gracioso ver cómo existían series y películas sobre grupos sociales pequeños donde los niños de padres ricos hacen sus desastres a costa de sus padres mientras que ellos acuden a eventos de beneficencia y mantienen una vida pública complicada por los reporteros con sus nuevas noticias sobre ellos.
Bueno, esa era mi vida cuando no estaba en la universidad.
El escándalo es algo que conozco de primera mano, viví por un tiempo atrapada entre los problemas de mis amistades al poner en vergüenza a sus familias... ese mundo materialista y clasista existía y mis padres eran parte de ese aburrido mundo, motivo por el cual me acababa de comprometer con un adinerado desconocido.
Mis compañeras en la universidad se burlaban de mí, diciéndome que debía ser mi vida como Gossip Girl, pero no era verdad... no del todo. Si son creídos mis conocidos, otros son amables y otros tienen un ego hasta las nubes... Eso me hizo preguntarme cómo sería Byron, en cuál de los estereotipos caería. ¿El mujeriego? ¿El rico bueno? Pronto lo descubriré, tal vez en una cena nos presenten nuestros padres, aún no sabía nada.
Tomé valor y casi obligándome a sí misma salí de la cama con dirección a la planta baja para poder descubrir el motivo de tanto escándalo. Sabía que no estaba mi pequeña hermana Jennie en casa y seguía siendo temporada escolar como para tener a vecinos con sus hijos de invitados inoportunos para el desayuno o almuerzo... los motivos seguían cruzando por mi cabeza, pero al mismo tiempo siendo desechados con explicaciones lógicas.
Tal vez decidió mi madre cambiar el azulejo de la entrada principal.
Tal vez mi madre decidió cambiar los candelabros.
Tal vez habían formado una banda de rock y estaban descubriendo como tocar los instrumentos, eso explicaría el ruido.
Sin perder mucho tiempo, bajé las escaleras mientras tallaba mi rostro con una mano, intentando quitar los restos de cansancio. Mi estómago pedía comida, así que casi a ciegas tracé un destino a la cocina en mi cabeza.
−Por fin, miren quién despertó −mi madre sonaba extrañamente alegre, motivo que me mantuvo alerta mientras terminaba de bajar los escalones, esperando por fin ver a quienes les hablaba de ella y porqué con ese tono extraño. No acostumbraba a ver una emoción de felicidad que no fuera en los eventos sociales, eso solo indicó que la alarma detrás de su cabeza se prendiera, manteniendo suma atención a lo que sucedía.
−Marie, ¿por qué no te has cambiado? −la voz de mi padre escondía la vergüenza entre sus palabras y eso fue suficiente para darme una idea de quiénes podrían estar en la cocina con ellos, compartiendo tal vez un desayuno con algo más apropiado que un pijama.
Y así como lo había pensado... Sus futuros suegros se encontraban presentes con... ¿Byron? Oh, diablos... Con que él es mi futuro esposo.
Un joven que no podía ser mayor de veintiséis años se encontraba junto a Roxane y Thomas Hoffmann; sus ojos eran de un hermoso azul claro que solo se podría encontrar entre las mejores playas de California, su cabellera rubia tenía destellos castaños por el posible culpable del sol, todo eso resaltando sobre piel ligeramente besada por el calor que envolvía La Jolla. Era atractivo, no podía negarlo. Ahora es cuando las palabras de mi madre hacen eco en mi cabeza con la mención de mi futuro esposo: harían hermosos bebés juntos. No podría negar que sus genes eran arriba del promedio de buenos, pero no diría nada al respecto a su madre, no le daría esa satisfacción.