Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 3

Salieron y el aroma a carne asada tentaba a los paladares de los presentes y el viento se arremolinaba entre las palmeras reales y los árboles, haciendo el lugar bastante fresco.

—Creo que es conveniente que salude a tu padre. —Le dijo ella en voz baja.

Sin soltarle la mano la llevó hasta donde estaba Guilherme, refrescándose con una cerveza Itaipava, no muy lejos de la parrilla donde varios cortes de jugosa carne se asaban bajo su atenta supervisión.

—Buenos días señor —saludó Elizabeth, con el estómago encogido y sintiendo el vapor de los carbones—. ¿Cómo está?

—Hola. —Le ofreció la mano para saludarla—. Es un placer tenerte de vuelta. Como ves… —dijo echando un vistazo a las carnes—, tratando de destacar en las artes culinarias. —Ella le sonrió tímida—. Pero por favor, dime Guilherme.

—Está bien Guilherme… —Ella también miró las carnes—. Se ve muy bien y huele delicioso —elogió.

—Deja que lo pruebes, vas a enloquecer —dijo de muy buen ánimo.

—No puedo esperar… —comentó y lo vio cortar un pedazo y se lo puso en un plato.

—Prueba, ya me dirás.

—Gracias —dijo sonriente, segura de que le resultaba más agradable a Guilherme que a su suegra.

—Agarra una cerveza. —La instó.

—Gracias, pero prefiero agua… Es que estoy en un estricto régimen de alimentación, porque estoy en un proceso para ganar masa muscular… Y no quiero arruinar toda la dedicación que Alex está poniendo en eso.

—Es que va a participar en el carnaval papá —dijo Alexandre.

—¿En serio? —dijo maravillado—. Eso es una excelente noticia, ¿con qué escuela vas? —preguntó muy interesado.

—Con Mangueira.

—Esa es mi escuela, la mejor. —Derrochó orgullo.

—Espero no defraudarlo, por mi parte daré lo mejor de mí para que la escuela gane.

Elizabeth probó el trozo de picanha y no pudo reservarse los elogios que Guilherme merecía.

—Ummm…, está deliciosa. —Si le hubiese tenido la confianza suficiente le hubiese pedido otro trozo, así que mejor esperaría a que estuviera todo listo.

—Deja que pruebes el filete miñón. —Asintió con una sonrisa.

—Seguro que voy a disfrutarlo —dijo recibiendo la botella de agua que Alexandre le ofrecía—. Lo dejo, para que siga preparando este inigualable asado.

Alexandre agradecía que su padre fuese amable con Elizabeth, admitía que su peor temor al llevarla a su casa era que Guilherme terminara rechazándola, como había hecho con Branca. Pero fue todo lo contrario, esta vez era su madre la que parecía no estar muy a gusto.

Caminaron de regreso al comedor de mimbre, donde estaban sentadas Arlenne y Luana con Jonas en las piernas, mientras que Marcelo caminaba lo más alejado posible, al otro lado de la piscina, mirando la punta de sus zapatos y hablando por teléfono.

—Simone, te estoy llamando porque necesito compañía para esta noche —habló Marcelo, paseándose por el jardín con la mano libre en el bolsillo del pantalón—. Evento formal, ya sabes los requisitos: inteligente y excelente presencia. Otra cosa, que esté lo más cerca posible de los treinta, mi intención es parecer su compañero no su Sugar Daddy —dijo con ironía.

—Tengo dos, una de veintinueve y otra de treinta, rubia de ojos grises y castaña de ojos ámbar. Si quieres te paso sus fotos y eliges.

—La castaña.

—Tus preferidas —dijo sonriente la mujer, dueña de la agencia que se esmeraba por atender a uno de sus principales clientes.

—Me pasas la dirección y la busco a las diez —pidió Marcelo.

—¿Alguna otra petición?

—Vestido rojo, preferiblemente con espalda descubierta y que no lleve ropa interior.

Simone anotaba en su libreta cada una de las exigencias de Nascimento.

—Te esperará en el hotel Fasano, su nombre es Constança.

—Mejor envíalo a mi correo —intervino él y terminó la llamada, guardó el teléfono en el bolsillo y caminó hasta donde estaba su padre.

Anhelando que terminara cuanto antes la dichosa «reunión familiar», para poder ir a atender sus compromisos.

Le echó un vistazo a Elizabeth Garnett; definitivamente, Alexandre seguía siendo un pobre diablo, solo a él se le ocurría enamorarse de una jovencita que jamás lo tomaría en serio.

¿Acaso era tan ingenuo?, ¿tan iluso? Como si no fuera de conocimiento público que la «modelito» solo vivía de fiesta en fiesta. Él, que estaba acostumbrado a relacionarse con ese tipo de mujeres, podía jurar que sexualmente debía poseer más conocimiento que el inocente de su hermano.

Si solo pretendiera llevársela a la cama hasta le aplaudiría la habilidad de haberla convencido, pero las actitudes y la manera en la que la miraba dejaba completamente claro que estaba colado hasta el tuétano por ella.

En realidad, no le desagradaba la idea de que le rompieran el corazón, que sufriera por amor podía ser una dulce venganza no ejecutada por él, deseaba que lo traicionaran para que así viviera en carne propia lo que se sentía.




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