Marcelo nunca imaginó tener que solicitarle a Simone que le enviara nuevamente a la enfermera, si por él fuera la habría olvidado, pero la muy maldita con sus cualidades se había ganado a gente importante de su entorno, quienes le hicieron una invitación a un almuerzo donde se recaudarían fondos para una obra benéfica.
—Lo siento Marcelo, pero ella no quiere —explicaba un tanto avergonzada la dueña de la agencia.
—No me propasé con ella.
—Lo sé, solo que no tuvieron empatía.
—Simone, realmente la necesito. Sé que no congeniamos, pero tengo un compromiso importante con la misma gente del otro día y le extendieron la invitación… Dile que le pagaré un veinte por ciento más.
—Voy a comunicarle, pero no puedo asegurarte nada.
—Está bien.
—Cualquier cosa sabes que hay muchas más.
—Lo sé, si por mí fuera elegiría a otra…un tanto más… complaciente —confesó Marcelo, odiando tener que estar en esa situación.
—En cuanto tenga información te aviso.
—Gracias. —Terminó la llamada para volver a sus labores, pero no podía dejar de maldecir a la enfermera que se lo estaba poniendo tan difícil, solo lo hacía por joderle la vida.
*******
Alexandre despertó desnudo junto a Elizabeth, se quedó mirándola por mucho tiempo, perdiéndose en cada detalle de su mujer. Su mujer, apenas podía creerlo, jamás había soñado que viviría algo tan perfecto.
Empezó a acariciarle la espina dorsal con las yemas de los dedos.
—Despierta gata dormilona… —Le dio un beso en el hombro—. Chiquita… ¿Piensas dormir toda la tarde?
—Solo un poco más —dijo mimosa, arrimándose hacia él, quien la refugió en sus brazos.
—Yo había pensado que podríamos ir a la favela.
—¿A la favela? ¿En serio? —preguntó abriendo los ojos.
—Sí, solo si quieres ir a la roda.
—Claro que sí, me encantaría… Vamos, ¿qué estamos esperando?
—Daba tiempo a que despertaras.
—Ya estoy despierta —dijo levantando el torso—. Vamos a ducharnos. —Le palmeó el pecho y salió desnuda de la cama.
Alexandre la siguió al baño y se ducharon juntos, lo que en pocos días se había convertido en una costumbre.
—Si quieres ve vistiéndote mientras preparo avena para comer antes de irnos. —Le sugirió al tiempo que se envolvía una toalla en las caderas.
—Está bien, pero date prisa —dijo ella paseándose desnuda por el baño.
Alexandre sabía que podría preparar la avena y vestirse, y Elizabeth todavía no estaría lista. Así que solo sonrió ante la petición de ella.
Elizabeth regresaba a Rocinha abrazada a la espalda de Alexandre, pero transitaba por calles que no había pasado, suponía que en la moto podía ir más cerca del ya conocido punto de encuentro para la roda.
Alexandre se detuvo frente a una cervecería, donde había un grupo de hombres jugando dominó.
—Voy a dejar la moto aquí. —Le avisó y la apagó.
—¡Cobra!, ¡veo que te has robado una hermosa jovencita! —dijo un hombre que movía mucho la mano en la que tenía una botella de cerveza.
—Es mi mujer, me la robé hace unos meses —confesó con el pecho hinchado de orgullo y miró a Elizabeth—. Te presento a un gran amigo.
—Mucho gusto señorita, me llamo Breno. Cuando conocí a tu marido todavía no sabía limpiarse el culo.
Elizabeth se carcajeó ante el comentario del hombre de piel oscura y pelo ensortijado blanco, con una barriga prominente, que ella podía asegurar era producto de las cervezas.
—Supongo que era un púbero.
—Sí que lo era… —Lo miró—. Pero ¡qué bonita es tu mujer!
—Gracias —dijo Elizabeth sonrojada ante la algarabía de los hombres.
Alexandre le puso una mano en la zona lumbar y con la otra les hacía un ademán a los demás.
—Anderson, Erik… —Le iba presentando a cada uno, ella les daba la mano, les sonreía y decía que estaba encantada de conocerlos, percatándose de que los amigos de Cobra eran mucho mayores que él—. Orlando y Gustavo.
—Pero ¡qué buen gusto tienes Cobra!
—Gracias. —Volvió a responder ella.
—No señorita, el de buen gusto es él, los tuyos son muy malos… ¿Qué le viste?
Elizabeth volvió a carcajearse, le caían muy bien esos tipos.
—Es capoeirista —respondió alzándose de hombros.
—Bueno, eso cambia las cosas, no es solo un capoeirista, es el mejor.
—Lo sé —susurró como si pretendiera que fuera un secreto entre Orlando y ella.
—Vamos a una roda, de regreso me quedo un rato más —dijo Alexandre.
—Me debes una partida.
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Editado: 18.12.2023