Apenas llegaron a la casa de Reinhard, Elizabeth llamó a Violet, como le había prometido, para que pudiera hablar con su abuelo. Aunque lo hiciera por lo menos tres veces por semana, para ella nunca era suficiente conversar con el hombre que tanto adoraba y que tanto la consentía.
—Estoy llegando, espera un minuto enana. —Trataba de tranquilizar la ansiedad de su hermanita, que pretendía sorprender a su abuelo. Miró a Alexandre de soslayo y él ya la estaba mirando, por lo que le guiñó un ojo y sonrió. Le emocionaba que viviera sumamente pendiente de ella.
Caminaban tomados de la mano por el pasillo que llevaba del estacionamiento al salón principal. Donde estaba segura los estaría esperando Reinhard Garnett, en compañía de su tía, porque aunque llevaran más de treinta años de casados, seguían siendo inseparables; anhelaba que el amor entre Alexandre y ella fuese tan intenso que pudiera superar tanto tiempo y tantas tempestades.
Suponía que el tiempo para los enamorados iba más de prisa, porque llevaba meses enamorada del hombre que le sujetaba la mano y para ella era como si tan solo hubiesen pasado unos cuantos días, esperaba que esas emociones, ese estado de alegría y plenitud en el que estaba viviendo constantemente no mermara jamás.
—Eli, no le digas que estás hablando conmigo, tiene que ser una sorpresa —pidió la niña emocionada.
—Está bien, no le diré… —La tranquilizó y vio a su abuelo sentado en su sillón favorito, y a su tía sentada a su lado, tomándose lo que parecía un humeante té—. ¡Hola! —Corrió hacia ellos y los llenó de besos, mientras Alexandre aguardaba a que Elizabeth se expresara para poder saludar—. Avô, alguien desea hablarte —comunicó entregándole el teléfono.
Reinhard recibió el aparato con la mirada puesta en los ojos de su adorada nieta, aunque sabía que la había citado ahí con el principal propósito de reprenderla.
—¿Hola? —saludó al llevarse el teléfono a la oreja.
—¡Avô, sorpresaaaa! —exclamó Violet emocionada, y él se carcajeó divertido y sorprendido.
—Hola mi pequeña Violeta, qué alegría escucharte.
—A mí también me hace muy feliz escucharte… Te extraño demasiado —repitió lo mismo que le decía cada vez que hablaban.
—Yo también mi princesita, no te imaginas cuánto…
—Ya le dije a papi que cuando tenga vacaciones me iré a tu casa, quiero pasar mucho tiempo contigo.
—Yo mismo hablaré con él para que te traiga, y si no puede te mandaré a buscar… ¿Te parece si hacemos una videollamada?
—Sí, me encantaría verte avô… Y así tú puedes ver a Blondy, lo tengo aquí conmigo —comentó con la energía que la felicidad le proporcionaba.
—Entonces pasaré a la sala de cine, espera un minuto y te llamo.
—De acuerdo, te quiero mi viejito.
—Yo también. —Reinhard soltó una corta carcajada, enternecido con su nieta.
Terminaron la llamada y él puso sus ojos azules en los grises de Alexandre.
—¿Cómo está señor? —preguntó ofreciéndole la mano, la cual fue recibida en un cálido apretón.
—Bien, gracias por aceptar la invitación —dijo con un tono serio, no estaba totalmente satisfecho con el hombre, por estar exponiendo a su nieta al llevarla a la favela.
—Es un placer, pido disculpas por no haber podido asistir con anterioridad.
—Sé que estabas ocupado con el trabajo, entiendo perfectamente cuando se tiene que cumplir con ciertas responsabilidades —comentó con total sinceridad, mientras aguardaba el momento justo para poder tener una conversación muy seria con ese par. Una de sus virtudes era ser muy paciente y tratar los temas con tacto, jamás había podido ser tan impulsivo como lo era Samuel, y bien sabía que lo había heredado de su madre. Elizabeth, su hermana, siempre fue el vendaval de la familia.
Lo que menos quería era hacer esperar a Violet, en ese instante ella era su prioridad, así que les hizo una invitación a todos para que lo acompañaran a la sala de cine, donde podrían verla.
Elizabeth, sin dejar de parlotear con Sophia, le sujetó la mano a Alexandre y siguieron a Reinhard, quien apoyado en el bastón los guio hasta el lugar.
El hombre le pidió a uno de los operadores del sistema audiovisual de la casa que conectara la llamada, mientras ellos esperaban cómodamente en las butacas a que se diera la conexión.
Un tono de llamada fue suficiente para que Violet contestara, inevitablemente Elizabeth sonrió ante la impaciencia de la niña.
—Aquí estoy avô —dijo agitando ambas manos. Estaba sentada sobre su cama con las piernas cruzadas, en medio de un remolino de sábanas, todavía con el pijama puesto y con Blondy cargado.
—Te veo mi pequeña, ¿qué haces todavía en la cama? ¿Dónde están tus padres? —preguntó sonriente y la mirada brillante por la emoción.
—Papi dijo que podía dormir hasta la hora que quisiera, creo que están en el gimnasio… Hola tía —saludó poniendo la mirada en Sophia.
—Hola muñeca, qué linda estás.
—¿Aunque no me haya peinado? —preguntó pícara.
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Editado: 18.12.2023