Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 15

Al llegar al jardín Alexandre hablaba con su abuelo y su tía Sophia sobre el caso de Vidal y las chicas desaparecidas, eso a ella también la ponía nerviosa, pero no quiso interrumpir en un tema en el que él podía desenvolverse tan bien.

Alexandre hablaba hasta donde su ética laboral se lo permitía, algo que muchas personas no comprendían; afortunadamente Reinhard Garnett respetaba sus límites.

A pesar de que el hombre era un ejemplo de distinción y sabiduría, era poseedor de una sencillez que lo invitaba a estar tranquilo, mientras que su mujer hacía comentarios que mantenían el buen ánimo; era muy relajada y no paraba de hablar, en ciertas actitudes se le parecía a Elizabeth, sobre todo en esa confianza que se reflejaba en sus ojos.

Miró a Elizabeth, que se sentó a su lado e hizo eso que secretamente a él tanto le gustaba, poner la mano sobre su muslo, mientras que él se cohibía de mostrarse físicamente más afectivo, para no faltar al respeto de sus familiares.

—Acaba de llegar tío Ian —mencionó con una sonrisa moderada—. Está buscando a Liam.

—¿A Liam? —preguntó Reinhard extrañado—. Sabe que ese muchacho viene muy poco por aquí.

—Vino a preguntarle a Renato si sabe algo de él.

—¿Qué habrá hecho ahora? —preguntó Sophia un tanto preocupada.

—Tío dijo que tenía que coordinar para mañana un espectáculo aéreo, se casa una de las ingenieras de Ardent, pero ha desaparecido —comentó Elizabeth.

—Ese jovencito no sé a quién salió tan irresponsable, vive la vida sin ningún objetivo… —comenzó a hablar el señor, quien también había tratado de moldear el carácter de Liam, que a pesar de ser su nieto mayor y había sido muy mimado, hacía su vida muy independiente de la familia.

—Creo que solo quiere hacer las cosas a su modo, no le gusta que traten de imponerle nada… Avô, es que tío Ian pretende que Liam sea igual a él, que se centre en Ardent como él lo hizo, y no lo deja que haga las cosas a su modo; supongo que su rebeldía no es más que un rechazo a seguir los pasos del padre.

—Es un hombre de treinta y dos años, ya no es un jovencito al que se le perdonen actos de rebeldía; tiene que madurar, no puede ser que Renato actúe con mayor discernimiento.

—Bueno avô, es que Renatinho es un caso extremo, siempre ha sido amargado… Realmente es una convicción extraña, porque también es muy relajado para otras cosas —comentó riendo, adoraba a su primo, pero parecía que vivía en otro mundo.

Sophia pensaba que al parecer ese día Reinhard tampoco podría conversar con Alexandre y Elizabeth acerca de sus imprudentes y peligrosas escapadas a Rocinha, porque no era conveniente hacerlo delante de Ian. Ese era menos comprensivo que Samuel, siempre había sido más estricto, incluso más que su esposo; y no deseaban que Elizabeth se revelara ante una imposición o reprimenda, solo que comprendiera que no era para nada sensato que fuera a la favela, mucho menos buscaban hacer sentir mal a Alexandre.

Elizabeth sabía que necesitaba huir antes de que su tío llegara y se expusiera toda la situación con Alexandre y el descontento de su padre, pero no encontraba la manera de decirle a su abuelo que se marcharía, no tenía la voluntad para rechazar el almuerzo al que los había invitado y tampoco quería perder la confianza del único hombre de la familia que hasta el momento comprendía sus sentimientos.

Cuando escuchó la voz de su tío tras ella supo que era demasiado tarde para cualquier plan de escape; inevitablemente un nudo de nervios se le formó en el estómago, la boca se le secó y tragó en seco.

—Buenos días, hola papá —saludó plantándole un beso en la mejilla y después le dio uno también a Sophia—. Hola, ¿cómo están?

—Bien, siéntate hijo. —Le ofreció el puesto libre en el comedor del jardín, y tras él llegó una de las mujeres del servicio con la limonada que Elizabeth había solicitado.

Ian se sentó al lado de Elizabeth y miró a Alexandre.

—Hijo, te presento a Alexandre Nascimento, el novio de Elizabeth.

—Algo así me comentó Elizabeth, ¿eres modelo también? —preguntó ofreciéndole la mano y se saludaron con un cordial apretón.

—No, trabajo con la policía científica, soy fotógrafo forense.

—Supongo que aquí en Río.

—Así es señor —asintió con seguridad.

—¿Y cómo es que tan rápido están viviendo juntos? —preguntó extrañado, no podía creer que Samuel aceptara que Elizabeth abandonara la casa para mudarse con un hombre con el que llevaba tan poco tiempo de relación, porque un par de meses atrás estaba seguro de que todavía era novia del modelo. Sin atreverse a ser prejuicioso y no detenerse a ver un gran obstáculo entre la evidente diferencia de edad, porque su padre llevaba más de treinta años casado con una mujer veintinueve años menor—. Supongo que apenas se conocen.

Elizabeth se alzó de hombros y le sonrió.

—Quisimos amarnos y conocernos al mismo tiempo, y decidimos que la mejor manera de hacerlo era viviendo juntos. No supimos llevar bien la distancia —explicó Elizabeth.

—Ella quiso venir conmigo y no pude negarme a aceptarla en mi vida; aunque sería una hipocresía si dijera que no lo deseaba —intervino Alexandre.




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