Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 20

—Alexandre, un hogar se conforma por una pareja, ambos deben aportar para que funcione, y tú no estás colaborando. —Le dijo Elizabeth después de que lo arrastrara a un rincón de la mueblería donde estaban, para no tener esa discusión delante de la asesora de ventas.

Ella sabía muy bien que él estaba empeñado en el comedor de cuatro puestos, porque sus ahorros no alcanzaban para más, pero ella deseaba el de seis, por si algún día tenían visitas; además, era más bonito y moderno.

—Dije que no, por favor.

—Por favor nada, nos llevaremos el de seis; voy a comprarlo así no quieras… No sé por qué eres tan obstinado.

—No soy obstinado, y no vas a comprar nada, no te corresponde.

—Son tonterías, Alex, no voy a permitir que me des todo, no es así el ejemplo de familia que yo tengo. En mi casa mi papá paga las cuentas de los servicios públicos, y mi mamá compra la comida y paga el personal del servicio; él se encarga de pagar el colegio de Violet y la preparatoria de Oscar, y mamá compra los uniformes y los útiles… He sido criada con la importancia de la igualdad. Entiende que si no me dejas participar, solo me sentiré como un parásito que está consumiéndote poco a poco y que se aprovecha de tu esfuerzo. Ya vas a pagar la mensualidad del apartamento, entonces deja que te ayude con los muebles. Entiéndeme… ¿O solo será tu casa? ¿Acaso seré una simple invitada, que no tendré derecho a comprar lo que desee con tal de ponerla a mi gusto?

—Eres tú la que no entiende, quiero darte todo lo que necesitas…

—Pero estás equivocado, darme lo que necesito no es que corras estrictamente con todos los gastos. Si quieres darme todo lo que necesito, Alexandre Nascimento, entonces quiero que en este instante me des la razón y me dejes comprar lo que yo quiera.

—No, ¿qué crees que dirán las personas aquí? Que solo me aprovecho de ti. 

—Me importa una mierda lo que digan o piensen, ellos no pueden saber todos los sacrificios que tú haces, no imaginan todo lo que tú me das.

—¿Y qué es lo que te doy? Porque no consigo darte lo que te gusta.

—Tú, te entregas por completo, eres tú todo lo que necesito, lo demás no tiene importancia… Ay, Alex. —Chilló fastidiada con esa situación—, ya estoy cansada de tener que discutir con tu parte anticuada… Odio a los patriarcales intransigentes —dijo con el ceño intrincadamente fruncido.

—Está bien. —Suspiró derrotado—. Una vez más, tú ganas y haces que me odie.

—No te odies, mi rey. —Sonrió ampliamente—, que voy a recompensarte muy bien por este esfuerzo que estás haciendo. —Se acercó y se puso de puntillas para poder alcanzar su oído—. Esta noche te haré acabar en mi boca —susurró provocativa. 

Alexandre carraspeó, solo esas palabras despertaban sus ganas y lo ponían inmediatamente a fantasear y a desear que llegara la noche.

—Se supone que debería ser yo quien te recompensara.

—Y dale con los «debería» —protestó apretándole los rizos y zarandeándole la cabeza juguetonamente—. Pero si quieres pagarme con sexo lo acepto —dijo sonriente—. Sé que tu lengua sabe jugar perfectamente con mis zonas más sensibles.

Él se relamió y se mordió el labio inferior, dejándole saber lo que estaba provocando en él.

—No creo que espere a que llegue la noche.

—Bueno, entonces deja de protestar tanto. —Se alejó y caminó de regreso donde estaba la vendedora—. Señorita, nos vamos a llevar el de seis puestos, también el sofá gris —dijo señalando al que era en forma de L, imaginando que quedaría perfecto junto al ventanal—. Y dos camas como estas.

—Eh, espera… Dije que solo el comedor —intervino Alexandre en un susurro. 

—¿De qué hablamos? —discutió Elizabeth dedicándole una mirada penetrante.

—El sofá no es necesario.

—Sí lo es, esa cosa vieja que tienes allá no quedará bien en el nuevo apartamento.

En contra de Alexandre, ella terminó pagando por lo comprado; y cuando él se descuidó un par de minutos también aprovechó para pedirle a la chica unos cojines negros y magenta, y una alfombra. El resto se encargaría de adquirirlo cuando su marido de la época de las cavernas no estuviera presente.

No podía entender qué era esa cosa que tenía programada en la cabeza que todo tenía que comprarlo él, como si ella fuese una niña de dos años que no pudiera aportar en nada.

Le había dicho que lo decorara a su gusto, pero no le permitía comprar lo que ella deseaba; prefería que mantuvieran esa decoración antigua y escueta, lo que no era conservar literalmente su palabra.

La asesora le pidió la dirección para mandar el pedido y a los hombres que se encargarían de armar los muebles, le informó que los tendría en su residencia en un par de horas.

De ahí se fueron a su nuevo hogar, donde ya los esperaba el montón de cajas que habían llegado esa mañana.

Apenas entraron Alexandre la acosó para que cumpliera con la promesa que le había hecho en la tienda.

—No, ahora no —dijo sonriente, quitándose sus manos de encima—. En un rato vienen a traer las cosas y lo menos que deseo es que nos interrumpan. Mejor esperemos para estrenar la cama —dijo guiñándole un ojo en un gesto pícaro y sensual—. Por ahora puedes ayudarme a desempacar las cosas que van en la cocina.




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