Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 22

Samuel observaba uno de los vídeos que esa mañana le había enviado su investigador en Río, se sentía sumamente aliviado al ver que Elizabeth, al parecer, había dejado de ir a la favela y le había hecho caso a su abuelo.

Como padre que amaba a su hija por encima de todas las cosas, no podía evitar sentirse orgulloso al ver el poder de convencimiento que ella tenía sobre las otras personas, su encanto natural hechizaba a todos a su paso; pero también se moría de celos al ver la complicidad con la que se entregaba a ese hombre.

Se le veía feliz, pero no era la felicidad que él deseaba para ella, no que otro se la proporcionara. Era su niña y cada vez que ese hombre la besaba él prefería cerrar los ojos y se cegaba ante lo que tanto dolor le provocaba.

Listo, papi —dijo Violet saliendo del baño de la librería Albertine.

—¿Te lavaste las manos? —preguntó devolviendo el teléfono al bolsillo de su pantalón.

—Sí, ¿podré llevarme otro libro? —Se aferró a la mano de su padre que la guiaba por el lugar.

—Claro, pero primero vamos a preguntar por el que te asignaron.

Se pasearon por las estanterías de la emblemática librería francesa, amparados por el techo pintado de azul con sus constelaciones doradas, creadas por el gran Jacques Garcia.

Se suponía que Samuel debía estar en la casa, descansando en su día libre, pero Violet no quiso que él mandara a buscar el libro que le habían pedido en la escuela de idiomas, sino que prefirió venir ella misma a buscarlo y que él la acompañara.

Tuvo que hacer a un lado los planes de ver una película y pasar todo el día en casa, para ser padre y cumplir con los deseos de su pequeña.

Violet se acercó a una de las asesoras literarias y le pidió el libro. La mujer, con una amable sonrisa le pidió que la siguiera y la condujo al segundo piso, donde los recibió una exquisita decoración al mejor y más original estilo Luis XV.

Sacó de una estantería el libro solicitado y se lo entregó.

—Aquí lo tienes, ¿te puedo ayudar en algo más? —preguntó con la ternura y comprensión de quien estaba muy familiarizada con los niños. Mientras, Samuel esperaba a un lado de su hija.

—Sí, quiero unos cuentos o unos libros muy entretenidos… ¿Cuál me recomiendas?

—Hay muchos, si deseas puedes sentarte y yo te llevaré algunos para que puedas leer las sinopsis y elegir los que te gusten… ¿Los quieres todos en francés o pueden ser traducidos?

—En francés, por favor… Es que tengo que perfeccionar el idioma.

—Que bien, eres una niña muy aplicada, te felicito. Dominar otros idiomas es esencial en estos tiempos.

—Sí, me gusta mucho el francés, y también sé portugués… Desde muy chiquita —parloteaba por la confianza que la mujer le daba.

—Es admirable, ¿y cuántos años tienes?

—Ocho, aprendí a leer a los cinco —respondió con orgullo.

—Es una niña muy aplicada —comentó Samuel.

—¿Es su padre?

—Así es, aunque físicamente es igual a la madre —dijo acariciándole el pelo a su pequeña.

—Es preciosa, felicidades por tener a una hija tan interesada en los estudios.

—Gracias. —Sonrió con el corazón hinchado de orgullo.

Violet caminó y se sentó en la mesa con una sonrisa de emoción.

—Ven, papi, siéntate a mi lado —pidió mirándolo de esa manera en que su padre no podía negarle nada.

Samuel caminó y se sentó junto a ella, resignado a que no saldrían de ahí por lo menos en un par de horas.

La mujer regresó con doce títulos de libros infantiles en francés.

—Gracias —dijo con una amplia sonrisa y la mirada brillante puesta en la pila de libros—. ¿Sí podemos quedarnos un ratito, papi? —Le preguntó.

—Claro, cariño, posiblemente también me interese alguno de estos —comentó agarrando un libro de unas quinientas páginas, que tenía en su portada a dos niños de espalda en una banca, uno era pelirrojo y el otro era de piel oscura y pelo ensortijado. Samuel le hizo una seña para captar la atención de la mujer—. ¿Se permite algún tipo de refrigerio? —Sabía que en la mayoría de librerías era permitido, pero era mejor preguntar antes de irrespetar las reglas.

—Sí, señor, contamos con una cafetería… Ya envío a alguien para que le tome el pedido.

—Muchas gracias. —Le regaló una sonrisa afable.

—Les dejo para que puedan concentrarse. Si desea algo más solo levante ese teléfono y marque cero, con gusto se le atenderá.

—Está bien, es muy amable.

La mujer le hizo una sutil reverencia y se marchó, casi un minuto después apareció un chico jovial, vistiendo un delantal vino tinto y un corbatín negro, que hacía juego con el pantalón y su camisa caqui.

Les ofreció la carta que mostraba el menú en inglés y francés, Violet no hizo trampas y miró solo la parte en francés, dejó la timidez de lado como se lo pedía constantemente su profesora y se aventuró a pedir en la lengua romance.




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