El rosa, verde y blanco eran los colores que predominaban en el Palacio de la Samba, donde el contagioso ritmo y la inspiradora letra les recordaba la valentía con la que habían contado sus ancestros para superar las peores adversidades; ellos, quienes lucharon por mantener su cultura y el amor por su tierra debían ser el estímulo que los impulsara día a día para seguir adelante.
En una de las estrofas también invitaba a todos los manguereinses a cantar a viva voz sobre lo afortunados que eran, porque su país contaba con una flora y una fauna envidiable; cantaban sobre el arte y la cultura y la calidez del brasileño.
En una canción resumían lo que era Brasil y todo lo que había luchado a través de la historia.
Elizabeth ya la había escuchado y la adoró, no podía ser objetiva porque idolatraba la escuela a la que pertenecía, pero con toda la seguridad de la que podía disponer, la daba por ganadora.
Lamentó no haber estado en la presentación de la canción, porque ese fin de semana había sido su viaje a Tailandia; pero ahí estaba, poniéndose al día con el compromiso y la pasión que significaban los ensayos para el carnaval.
En la alta tarima la agrupación llenaba de samba el lugar, abajo la «abanderada» y su «escolta» mostraban sus habilidades para el baile y para llevar la bandera provisional que usaban para los ensayos.
Después fue su turno para demostrar de qué madera estaba hecha y cuánto podía resistir sambando encima de los altísimos tacones. Llevaba puesto un jumpsuit sumamente corto de flecos, que hacía más dramáticos y rápidos sus movimientos.
Junto a ella otras passistas también destacaban con el movimiento extraordinario de sus caderas, mientras sonreían ampliamente y se ganaban las miradas de los que ahí estaban, incluyendo algunos turistas a los que permitían entrar a los ensayos.
Elizabeth miraba en todo momento a Alexandre, que estaba entre el público asistente y le sonreía. En minutos se les unió la estrella de la escuela, la esperada y despampanante reina.
Ese viernes, en medio del ensayo inicial, pautaron que los demás se fijarían para los sábados por la noche. Elizabeth tuvo muy claro que desde ese momento ese día de la semana estaría totalmente comprometida con Mangueira.
A altas horas de la madrugada terminaron la fiesta, llegaron al apartamento justo para dormir unas pocas horas, porque a mediodía salía el vuelo para São Paulo, donde esperaban encontrarse con Rachell.
En el avión, Elizabeth iba junto a la ventana, mientras que Alexandre estaba sentado en el pasillo, y en la cómoda butaca gris al otro lado iba Luana, con una disimulada pero imborrable sonrisa. Él sabía que eso para ella era un sueño hecho realidad, pudo notarlo en esos hermosos ojitos grises cuando se inundaron de lágrimas en el momento que Elizabeth le mostró el pase tras vestidores del evento.
—¿Te siguen doliendo los pies? —preguntó Alexandre, preocupado por Elizabeth, ya que al levantarse después de dormir tan solo tres horas se quejó por el dolor en las plantas de sus pies; tanto, que él tuvo que prestarle ayuda para que pudiera llegar al baño.
—Horrores, todavía me palpitan, pero sé que pasará —aseguró, no era primera vez que pasaba por una situación semejante—. Solo será cuestión de práctica para que se acostumbren… De hoy en adelante voy a bailar todos los días durante horas con esos tacones, estoy segura de que no me ganarán.
Alexandre le sujetó las pantorrillas y la instó para que los levantara.
—Alex, ¿qué haces? No, no lo hagas.
—Si no lo hago, cuando intentes levantarte pasará lo mismo.
—Estamos en un avión —susurró con moderación para que no lo hiciera.
—¿Y qué importa? —cuestionó, entonces cedió y permitió que él llevara sus pies hasta su regazo, como mansamente dejaba que Alexandre tuviera el control en algunas cosas.
Con cuidado le quitó las sandalias color esmeralda de tacón bajito, no tuvo que desabrochar nada, solo sacarlas, porque llevaban una tira en la punta del pie y otra que bordeaba el talón y se abrazaba perfectamente a él.
Elizabeth agarró sus sandalias Jimmy Choo y las puso en una esquina de su butaca, al tiempo que se ponía más cómoda y gemía bajito, en una mezcla de dolor y placer cuando Alexandre empezó a masajearle.
Durante casi la hora que duró el vuelo él se dedicó a mimarle los pies, mientras conversaban y se seducían. Apenas anunciaron que estaba pronto el aterrizaje Alexandre volvió a ponerle las sandalias.
Una vez que Elizabeth descansó los pies en el suelo agradeció infinitamente lo que Alexandre había hecho, porque ya no sentía como si le hubiesen dado una paliza con una tabla en las plantas.
Sabía que tanto los ensayos como el carnaval serían un doloroso reto para ella y sus pies, pero también una gran satisfacción para su alma, porque desde que tenía uso de razón había soñado con eso. Bueno, realmente había soñado con ser la reina del carnaval, pero sabía que no era merecedora de tal título, porque no se había esforzado en absoluto para colgarse la banda.
Había otras chicas que vivan por y para eso, que desde que abrían los ojos hasta su último pensamiento antes de dormir era dedicado al carnaval, practicaban y se esforzaban todos los días del año, como para sentir que solo por amar todo lo relacionado al carnaval fuese suficiente para que ella se coronara.
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Editado: 18.12.2023