Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 26

Alexandre tocó a la puerta de la habitación de Luana, no pudo evitar sorprenderse y casi salió corriendo despavorido o irrumpir en el lugar para ver qué era lo que estaba sucediendo, pero consiguió mantener el aplomo.

—¡Qué guapo luces! —dijo sonriente al ver a su padre con un traje de tres piezas, y si no fuese por sus rizos evidentemente moldeados con alguna crema, juraría que era su tío Marcelo.

—¿Sucede algo? ¿Estás bien? —preguntó mirándola con el ceño fruncido y los párpados entornados, tratando de comprender qué era ese mapa que su hija tenía trazado en la cara en tonos marrón y beige.

—Sí, estoy muy bien… Ven, pasa, que no puedo perder tiempo —dijo halándolo por la mano.

El colchón parecía un campo de batalla, decenas de productos de maquillaje desperdigados en la cama.

—¿Qué significa todo esto? —Siguió curioso mirando cómo ella agarraba lo que parecía ser un cepillo, y mirándose en un espejo se lo pasaba por el rostro.

—Todo esto es maquillaje…

—¿Usarás todo eso? —preguntó señalando el arsenal sobre la cama.

—Un poco de algunos…

—Luana, no te hace falta nada de esas cosas. Eres preciosa, eres hermosa así sin nada…

—Ay, papá, no lo entiendes, no hago esto porque me considere fea, simplemente realzo mi belleza… Deberías estar acostumbrado, Elizabeth también lo hace.

—Bueno… —Se llevó las manos a los bolsillos del pantalón y apoyó su peso sobre los talones—, en realidad no he visto tantas cosas como esas en el apartamento.

—Lo debe tener muy bien guardado —explicó, tratando de mantener toda su atención en cómo se difuminaba los párpados.

Alexandre decidió guardar silencio, mientras merodeaba por la habitación. Empezó a contar los pasos y la miraba de reojo.

—¿Qué? —preguntó elevando una ceja—. ¿Qué pasa, papá?

—Nada. —Se alzó de hombros y los dejó caer en un gesto despreocupado.

—No digas que no pasa nada cuando me espías disimuladamente.

—No lo hago.

—Sí lo haces.

—Está bien, no lo haré más. —Siguió paseándose por la habitación, se acercó a la ventana y miró hacia la piscina, donde algunos niños se divertían en el agua, mientras que algunas mujeres se bronceaban—. ¿Te falta mucho? —preguntó sin poder seguir reteniendo su impaciencia.

—Un… poco —dijo con la boca abierta, mientras se ponía una de las pestañas postizas.

—¿Esas cosas no te pesan?

—No, ya estoy acostumbrada… Y todavía no me dices qué haces aquí.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó, sin saber si iba o no a poner a su hija sobre aviso.

—No, quiero que te quedes… En serio, te ves muy guapo. —Volvió a elogiar—. Ya sé a quién salí tan linda —dijo sonriente. 

—Eres igual a tu madre, de mí tienes muy poco. Luana…

—¿Qué? Puedes hablar, papá, sé que tienes algo que decirme pero no te atreves a hacerlo.

—Quizá… —Carraspeó en busca de valor—, posiblemente tengas que enfrentarte a situaciones engorrosas. Algunas personas no comprenden lo que Elizabeth y yo sentimos y…

—Yo lo comprendo —interrumpió.

—Sé que lo haces, cariño, pero otras personas no, y probablemente digan cosas que no nos agraden, sobre todo de ti y de mí…

—¿Lo dices por lo que salió en el periódico? Ya lo leí… No te preocupes por eso…

—¿No te afecta?

—Sí, lo hizo, quería tener en frente a ese tal «Tadeo Brunelli» y partirle la cabeza. Lloré de rabia e impotencia, porque sé que todo lo que dice esa nota es mentira, pero Oscar me hizo entender que no debía darle importancia…

—Creo que estás pasando mucho tiempo con Oscar —comentó sin poder esconder el tono de celos en su voz, mientras pensaba en que pobre de él si se metía con su niña.

—No me digas que estás celoso. —Bufó y lo miró a través del espejo—. Oscar solo es un amigo, hasta es menor que yo…, y tiene novia. —Compartió todos los defectos del chico, que realmente parecían no surtir efecto en sus sentimientos si ahí estaba, esmerándose, tratando de ponerse más linda que de costumbre, ya no tanto porque iría tras el escenario a ver a las celebridades que tanto admiraba, sino porque deseaba deslumbrarlo.

—Bueno, solo espero que recuerdes que eres una niña, que no importa todo ese maquillaje que te pones en la cara y te hace ver mayor, sigues siendo mi hija…

—Ay, papá. —Resopló y puso los ojos en blanco—, te prometo que solo somos amigos; además, sería muy ilógico que él y yo pudiéramos tener algo, ¿te imaginas?… Un enredo total. —Soltó una risita—. Sería tu yerno y tu cuñado… Mi marido y mi tío político… Y de Elizabeth sería hermano e hijo político ¡Qué locura! —Negó con la cabeza sin dejar de sonreír; sin embargo, esperaba que eso que estaba diciendo la hiciera reaccionar y detuviera los sentimientos que estaban surgiendo en ella.

—Es una total locura, espero que eso él también lo tenga muy presente.




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