Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 31

El teléfono vibrando sobre la mesa de noche sacó a Alexandre del sueño profundo en el que se encontraba, apena consiguió abrir un ojo estiró la mano para agarrar el aparato que no dejaba su molesto zumbido.

—¿Hola? —contestó con un ronco susurro, evidentemente estaba más dormido que despierto. No le extrañó en absoluto escuchar la voz de Souza—. Sí, ya voy para allá… En veinte minutos —dijo y terminó la llamada.

Inhaló profundamente y después resopló, en un intento de resignación, pues no le quedaba más que mandar a la mierda el sueño y levantarse. Salió de la cama y se fue al baño, apenas se lavó los dientes y la cara. En el vestidor se quitó la bermuda y se puso unos vaqueros, una camiseta negra y el pasamontañas.

En medio de la penumbra regresó a la cama y se acuclilló frente a Elizabeth, que estaba de medio lado. Con delicadeza le apartó el pelo de la cara.

—Amor —susurró para despertarla sin asustarla—. Eli, tengo que salir, debo ir a trabajar —dijo en cuanto ella abrió los ojos.

—No tardes —dijo casi dormida.

—No sé en cuánto tiempo regrese.

Entonces me llamas, por favor.

—Lo haré. —Le dio un beso en el pómulo.

Ella, con los ojos cerrados, estiró la mano y le acarició la mejilla.

—Te amo —susurró.

—Yo también. —Él se llevó la palma de la mano de ella a la boca y le dio un beso—. Nos vemos luego.

Ella asintió con la cabeza.

—Cuídate mucho, bebé —suplicó.

—De acuerdo. —Le dio otro beso en el pelo y salió de la habitación.

Alexandre agarró las llaves de la moto y salió rumbo a la comisaría.

Todos tenían en sus facciones el sueño marcado, todos con el mismo estado de ánimo de quien tiene que interrumpir su descanso para cumplir con su trabajado, que constantemente estaba lleno de sorpresas.

Apenas les dio tiempo de tomarse un café, que hiciera el intento de recargarles la energía y salir.

Llegaron a Catumbi, al borde del Morro Santos Rodrigues, donde habían reportado un Toyota incinerado, y dentro del maletero el cuerpo calcinado de un hombre.

Ya la zona había sido acordonada por la policía, y debido a la hora, no había tantos mirones, algo que verdaderamente agradecían, porque así no entorpecían el trabajo y no contaminaban el área.

Alexandre se dio a la tarea de hacer las fotos a gran escala, mientras que João miraba el auto y recordaba que coincidía con las mismas características del que se llevó a Karen de la escuela, apenas tres días atrás.

Le comunicó a Souza, para que él se encargara de contactar con la unidad que estaba llevando el caso de la niña supuestamente raptada por el padre.

Los peritos hicieron el levantamiento del cadáver y se lo llevaron a patología forense, para hacer las pruebas de rigor y dar con la identidad del occiso.

El auto también fue llevado al lugar correspondiente para poder recabar pistas, todo el proceso llevó más de cinco horas, por lo que a ninguno le dio tiempo de regresar a sus hogares, sino que se fueron directo a la comisaría, donde debían seguir con el trabajo.

Alexandre entró a su oficina, dejó el equipo fotográfico sobre el escritorio y buscó su teléfono en uno de los bolsillos delanteros de sus vaqueros.

—Hola, cariño —habló bajito, como si alguien más pudiera escucharlo y él no lo deseara—. ¿Tienes rato despierta? —preguntó.

—Hola, amor, no mucho, apenas termino de bañarme.

—Entonces ya llevas como una hora —dijo sonriente, seguro de que Elizabeth pasaba mucho tiempo bajo la regadera.

—Algo así, ¿qué deseas para desayunar? —preguntó sonriente.

Delícia, no podré ir, esto llevará mucho tiempo.

—Entiendo. —Lo interrumpió, compadeciendo al hombre que amaba—. ¿Qué fue lo que te sacó de cama tan temprano?

—Apareció un auto incinerado…

—¿Un accidente?

—No lo creo, el posible conductor estaba en el maletero.

—Definitivamente, no fue un accidente… Si me dices qué se te antoja lo preparo y te lo llevo antes de irme a la boutique —propuso con toda la intención de cumplir con su palabra.

—No te preocupes, comeré cualquier cosa en la cafetería… No tienes idea de lo que me molestarían los compañeros si te ven trayéndome comida.

—Lo imagino. —Soltó una risita—. Está bien, no te avergonzaré con eso… Entonces desayunaré y me iré al trabajo. ¿Vendrás para la hora de almuerzo?

—Está en mis planes, deseo verte.

—Yo también, rezaré para que nadie sea asesinado en las próximas horas.

—Esperemos que no —dijo él—. No creas que te has salvado del entrenamiento, iremos por la noche.

—Entendido, mi entrenador —respondió con tono militar.

—Bueno, nos vemos luego… —En ese momento entró Souza a su oficina, y como era costumbre, no tocó la puerta—. Te tengo que dejar, te quiero. —No pudo esperar la despedida de ella porque tuvo que colgar.




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