Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 33

Después de que ella diera un rotundo sí, dieron por finalizado el juego de ese día y se marcharon junto a todos los capoeiristas a un restaurante para celebrar, donde almorzaron y compartieron algunas cervezas, brindando por los prometidos.  

Elizabeth no podía dejar de mirar al hombre a su lado, le sonreía y lo besaba, también miraba constantemente el anillo en su dedo anular. A pesar de que no era ostentoso ni estaba valorado en una fortuna para ella era perfecto, porque estaba segura de que Alexandre había dado todo lo que tenía para comprarlo, y se veía hermoso en su mano.

Casi a las tres de la tarde abandonaron el restaurante, se despidieron en medio de los buenos deseos de todos y de algunas picantes sugerencias para que siguieran la celebración más íntimamente por parte de Manoel.

—Ya cállate. —Le dijo Elizabeth, dándole un juguetón empujón, mientras que, Alexandre, que era más reservado, estaba sonrojado.

Realmente no estaba acostumbrado a exponer su vida privada, siempre había sido un ermitaño, pero debía admitir que el tipo le caía bien.

—Nos vemos luego. —Se despidió con la mano antes de subir a su deportivo del año—. Eli, ya sabes cómo agradecer por ese anillo. —Su tono de voz dejaba claro que estaba bromeando, y a Elizabeth no le molestaban para nada sus comentarios.

Los de Rocinha, incluyendo al mestre, no quisieron aceptar que Alexandre los mandara en taxis; prefirieron regresar en autobús, no sin antes asegurarle que habían participado con gusto y que si se lo permitían volverían a reunirse para enseñarle a los chicos de dinero que vivían en el asfalto lo que era la verdadera capoeira, y no ese espectáculo de acrobacias que brindaban.

Elizabeth no se lo podía creer, sin duda ese era uno de los mejores días de su vida; tuvo que esforzarse por mantener el aplomo y no empezar a dar saltitos de felicidad, porque el mestre era un hombre muy serio, que no vería bien esa espontaneidad en ella.

—Claro, será un placer reunirnos siempre que ustedes lo deseen… Solemos hacerlo los sábados por la mañana, sé que también juegan esos días —comentó Elizabeth, tratando de no hacer tan evidente su emoción.

—Sí, pero podremos venir…

—Es que necesitan aprender —comentó otro con un tono de verdadera preocupación.

—Con urgencia. —Elizabeth corroboró.

Los hombres se despidieron y subieron al autobús, Elizabeth y Alexandre se terminaron sus cervezas y se marcharon al apartamento, donde llevados por la emoción que los gobernaba de saberse comprometidos y las cinco cervezas que a Elizabeth se le habían subido a la cabeza hicieron el amor, entregándose con desmedida pasión y furor, olvidándose de sutilezas y cuidados.

Luego decidieron quedarse desnudos en medio de las sábanas revueltas, prodigándose tiernas caricias y miradas duraderas.

—Voy al baño, ya regreso —dijo él, dándole un beso en la punta de la nariz.

Ella se quedó en medio de las sábanas mojadas de placer, y con una ráfaga de suspiros atorados en el pecho volvió a mirar el anillo en su dedo, solo para cerciorarse de que lo tenía ahí y de que era cierto todo lo que estaba viviendo.

Hasta ayer en sus planes no estaba casarse, realmente no era algo que le pareciera importante, pero cuando Alexandre le puso ese anillo y se lo propuso, inmediatamente en ella estalló la necesidad de vivir ese momento. Empezó a idear cómo sería su matrimonio.

—En la playa, y que ambos estemos descalzos… —Sus recientes anhelos fueron interrumpidos por su teléfono, que empezó a sonar en alguna parte del apartamento.

Salió de la cama para buscarlo, con cada paso que daba lo escuchaba más cerca, hasta que recordó que lo había dejado en uno de los bolsillos de su pantalón de capoeira, y este había quedado en el pasillo, donde Alexandre la desvistió.

Se apresuró para llegar hasta la prenda y descubrió que era su madre que la llamaba por FaceTime. No iba a hacerle esperar, por lo que corrió de vuelta a la habitación, haló una sábana y se cubrió; se moría por darle la noticia, así que le contestó.

—¡Hola, mami! —saludó eufórica—. ¿Cómo estás? —preguntó al tiempo que se acomodaba un poco el pelo, porque lo tenía hecho un desastre. Con su cara lavada a besos, mordiscos y lamidas de Alexandre ya no podía hacer nada. Se veía en la pantalla y estaba segura de que a su madre no le quedarían dudas de lo que acababa de hacer.

—Hola, pequeña, bien, mi vida. ¿Interrumpo algo? —interrogó, temiendo haber sido realmente inoportuna.

—No, mami, para nada… Estoy muy bien, nunca había estado mejor en mi vida… ¡Mira! —gritó de la emoción, mostrándole el anillo.

Rachell agradeció estar sentada, porque si no, se hubiese ido de culo al ver el sencillo anillo de compromiso en el dedo de su hija. Ahora sí que la cosa parecía ir en serio, y en realidad eso no le agradaba. Ella no era partidaria de asumir la responsabilidad de un matrimonio en tan poco tiempo.

—¿Qué te parece? ¡Alex y yo vamos a casarnos! —Se mostró tan eufórica que estaba a punto de echar fuegos artificiales.

—En… ¿en serio, cariño? —Forzó media sonrisa, pero lo cierto era que estaba estupefacta. Empezó a sentirse mareada y no quería ni imaginar cómo se sentiría Samuel en cuanto se enterara. Ahora sí que se iba a morir.




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