Apenas llegaron al apartamento Elizabeth corrió a cambiarse, se puso un vestido cubierto en su totalidad por brillantes verde selva, extremadamente corto, en forma de campana, de donde colgaban unos flecos igualmente brillantes; y el escote era en forma de corazón y de tiros finos.
—Déjame ayudarte. —Se ofreció Alexandre al verla apresurada.
—Gracias, cariño. —Ella se sentó en la cama a ponerse los zarcillos grandes y llamativos, mientras que Alexandre se acuclilló frente a ella para calzarle las altísimas plataformas, que igual que el vestido, titilaban por los brillos verdes.
Cada sábado los ensayos eran como un mini carnaval, vivían una y otra vez la misma fiesta, usaban diferentes vestuarios, llenos de brillo y color, pero se guardaban los tocados, el vestuario final y las carrozas como la mayor sorpresa para el primer desfile, porque sabían que era el más importante, de eso dependía si ganaban o no.
Elizabeth, llevada por el entusiasmo había diseñado con la ayuda de su madre cada vestido que usaría durante los ensayos, y todas las semanas llegaba uno nuevo a la boutique.
Se recogió su espesa y larga melena en una cola alta y apenas se retocó el maquillaje que había usado para ir a la casa de sus suegros; sabía que todavía no era momento para algo impactante, porque era mejor guárdaselo para el gran día.
—Espero que no me dé algún calambre —dijo ya lista, mientras Alexandre la miraba embobado.
Con esos tacones se veía más imponente, más sexi; y sobre todo, más alta, porque quedaba justo de su misma estatura.
—Lo harás bien —dijo para infundirle confianza, aunque sabía que ella estaba muy nerviosa porque empezaban los ensayos en la calle.
—Recuérdame que mañana tengo que ir a la prueba del disfraz. —Le dijo, porque últimamente su cabeza estaba en todos lados y se olvidaba de muchas cosas. Ya era la cuarta prueba de su fantasía, que llevaba cinco meses en diseño, pero sabía que bien valía la pena todo ese tiempo, porque su diminuta vestimenta estaba siendo confeccionada con materiales como plumas, espejos, telas metálicas, seda y algunos cristales preciosos.
—Sí, ya lo puse en recordatorio en tu teléfono.
Elizabeth se acercó y le estampó un beso en los labios.
—Sé que te molesto mucho, creo que tendré que buscarme a una asistente para que me ayude con todo esto.
—Nada de eso, ninguna asistente, en esto quiero ser tu cómplice… Permíteme que te ayude a cumplir tu más anhelado sueño. —Esta vez fue él quien le regaló un suave beso.
—Y lo estás haciendo, si no fuera por ti todavía tuviera mis piernas de fideos, y solo daría lástima ante las demás chicas.
—Siempre has tenido buenas piernas.
—No como las tengo ahora. Solo por este resultado… —dijo admirando sus extremidades con los músculos bastante formados y marcados—, te perdono todo lo que me has hecho llorar durante los entrenamientos, por todo el dolor que he tenido que soportar. —Segura de que había aumentado bastante las piernas; tanto, que muchos vaqueros ya no le quedaban, porque no pasaban de sus muslos.
—Mi ayuda no ha sido suficiente. En serio, sin problemas puedo ser tu asistente en todo este proceso… Y para empezar… —Sin que ella lo esperara la cargó, ganándose un grito de sorpresa—, te recuerdo que vamos tarde. —Se echó a andar a la salida.
—¡Mi cartera! —pidió divertida antes de que salieran de la habitación.
Alexandre giró y en brazos la llevó hasta el mueble donde la había dejado; ella estiró una mano, la agarró y envolvió con sus brazos el cuello de él, quien una vez más emprendió el paso a la salida.
—Abre la puerta —indicó Alexandre.
Elizabeth lo hizo y después solo dejó que se cerrara sin ponerle seguro, y no se preocupaban de que alguien pudiera meterse a robar, porque el edificio era bastante seguro.
Entraron al ascensor y ella iba muy cómoda en los brazos de su marido, que no mostraba que empleaba esfuerzo alguno; y en el vestíbulo del edificio pidieron un taxi.
—Ya bájame —solicitó en un susurro.
—Todavía no.
—Es que creo que le estoy mostrando el culo a Gomes —susurró, segura de que el vestido muy corto dejaba a la vista el culote verde selva y brillante que llevaba puesto.
Ese comentario causó un efecto inmediato en él, quien la bajó y la abrazó, como si con eso pretendiera marcar territorio, también le echó un vistazo al hombre tras el mostrador de cristal, pero parecía más concentrado en las cámaras de seguridad que en ellos.
El taxi llegó, agarrados de las manos salieron del edificio y subieron al auto. Alexandre le dio la dirección, mientras Elizabeth buscaba en su cartera para escribirles a sus primas que iba en camino.
De inmediato tuvo respuesta, Ana le dijo que estaba esperando que ella escribiera para entonces salir; Elizabeth siguió tecleando, entretanto Alexandre hablaba por teléfono con Moreira.
Él le dijo al otro lado de la línea que estaba en casa de su hermana y que en unos quince minutos saldría, que estaría comunicándose con él, porque sabía que no sería fácil encontrarse en ese mar de gente.
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Editado: 18.12.2023