Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 38

Desde la noche del Reveillón las fiestas en Río no paraban, cada fin de semana en cada rincón había algo que celebrar, y con eso el caos se apoderaba de la ciudad, sobre todo para los que no estaban de fiesta y debían cumplir con sus obligaciones laborales, como era el caso de Alexandre y Elizabeth.

Ella estaba con muchas cosas por hacer, entre los ensayos y preparativos del carnaval y sus compromisos en la boutique sentía que iba a enloquecer, jamás había estado tan estresada, y sabía que era por toda la presión que significaba su próxima presentación, porque lo que estaba haciendo en la tienda era lo que hacía todos los días.

Estaba como posesa redactando las etiquetas con las observaciones que enviaría al departamento de diseño de una de las carteras de su nueva colección cuando sintió su teléfono vibrar sobre el escritorio, imaginaba que era Alexandre para avisarle que ya estaba cerca.

No se perdonaría no contestar una de sus llamadas, por lo que respondió inmediatamente, sin dejar de lado lo que estaba haciendo.

—Hola, amor —saludó con la mirada fija en la pantalla, sostuvo el teléfono entre la oreja y el hombro para seguir tecleando—. ¿Amor? —Volvió a hablar, pero no recibía respuesta, solo escuchaba una respiración pesada—. Alex, sé que eres tú, ya deja de jugar —reclamó divertida. Al no obtener respuesta se alejó el teléfono de la oreja para mirar al remitente, y se llevó la sorpresa de ver que era un número oculto. Inmediatamente terminó la llamada y devolvió el teléfono al escritorio.

Casi de manera inmediata su teléfono volvió a sonar, posiblemente era la misma persona. Chasqueó los labios en un gesto de molestia y se quedó mirando a la pantalla. Estaba segura de que era Alexandre que quería jugarle una broma, era el único que una vez la llamó y no habló; quizá deseaba rememorar viejos tiempos. Ella quiso seguirle la corriente, aunque no fuese el momento más oportuno, ya que verdaderamente estaba ocupada. Alejó los dedos del teclado y volvió a contestar, pero una vez más, solo sentía una respiración agitada, casi un resoplido.

—Entonces, ¿vas a contestar o no? —preguntó juguetona—. Ya, Alex, no te queda el papel de bromista. —Soltó una risita—. Si no hablas voy a colgar… —Se interrumpió abruptamente al ver desde su oficina que Alexandre acababa de entrar a la tienda y no traía el teléfono a la vista, mientras que al otro lado de la línea seguía la incómoda respiración.

Sin decir nada más terminó la llamada y un nudo de nervios se le formó en la boca del estómago. Se quedó con la mirada perdida en Alexandre, vio cómo se acercó a la caja, intercambió algunas palabras con Fabiana, quien le señaló las escaleras.

Alexandre siguió el camino indicado y de pronto el teléfono de su oficina repicó, provocando que se sobresaltara; apenas se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración, exhaló lentamente en busca de calma y contestó.

—Dime, Tania.

—El señor Alexandre Nascimento pregunta por ti —habló la chica al otro lado.

—Dile que pase —pidió y colgó.

En segundos la puerta se abrió y Alexandre apareció, ella tenía la certeza de que no había sido él quien la había llamado y que quizá tampoco había sido un número equivocado, porque en ningún momento hablaron para aclarar el malentendido.

—Hola. —Alexandre saludó en su camino hacia ella, pasó hasta detrás del escritorio y le dio un beso en los labios—. Veo que todavía estás ocupada.

—Ya…, ya casi termino. —Se obligó a sonreírle, mientras arañaba en su interior un poco de tranquilidad—. ¿Te importa esperar cinco minutos?

—Sabes que por ti puedo esperar una eternidad; por cierto, tuve que dejar la moto a tres calles…

—Sí, es que la vía está cerrada por el bloco, que ya no debe tardar en presentarse —comentó y miró una vez más su teléfono, temiendo que volvieran a llamar—. Siéntate, amor. —Le pidió, haciendo un ademán a la silla—. Si quieres puedes traerla aquí, así estaremos más cerquita —dijo mimosa, tratando de esconder su temor.

Alexandre agarró la silla, la puso a su lado y se sentó, quedándose en silencio para no desconcentrarla, pero notaba cómo ella miraba a cada segundo su teléfono, temblaba ligeramente y se equivocaba mucho al escribir; casi no podía redactar una frase sin cometer algún error, lo que era verdaderamente extraño, ya que la había visto manejar perfectamente el teclado.

—¿Qué sucede, moça? —preguntó, llevándole una mano al trapecio y percatándose de que estaba bastante tensa.

—Nada…

—Sé que algo te preocupa.

—Es que… tengo que terminar esto y no logro concentrarme —respondió y volvía a mirar el teléfono.

—Entonces será mejor que te espere abajo, quizá sea por mí que no logras terminar —comentó dejando de lado su suave masaje.

—No, no es por ti, amor, quédate —dijo reteniéndolo por la mano con la que la estaba mimando.

—Entonces sí te pasa algo. ¿Quieres contarme?, sabes que puedes confiar en mí.

—Lo sé. —Resopló para drenar los nervios y no mostrarse tan descontrolada delante de él, como en realidad se sentía—. Está bien, te lo diré… Es que justo antes de que llegaras me llamaron, contesté sin mirar, porque imaginé que eras tú…




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