Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 39

Las calles de la ciudad seguían repletas, sobre todo las de la zona sur de la ciudad; algunos celebraban porque la escuela de samba Mangueira había resultado campeona, otros celebraban porque sí, porque todavía quedaban unos cuantos días de carnaval y debían aprovechar la fiesta más grande del mundo para pasarlo bien.

Tres hombres extremadamente guapos y de cuerpos tentadores, con latas de cerveza en mano y vistiendo solo bermudas y Havaianas bailaban mezclados con la multitud que se concentraba para disfrutar de la presentación del Bloco da Favorita en Copacabana; ellos mantenían una camaradería y miraban en derredor, en busca de una presa que cayera ante los encantos que estudiadamente derrochaban.

Se ganaban muchas miradas, tanto de hombres como de mujeres, era de esperarse debido a su físico perfecto y a que sabían jugar muy bien con la seducción, pero hasta el momento no encontraban a chicas con el perfil que encajara entre las que buscaban.

Seguro de que en ese punto ya llevaban media hora sin hallar nada, avanzaron sin dejar de bailar, rozando su cuerpo contra el de las demás personas, tratando de pasar lo más desapercibidos posibles.

Disfrutaban del carnaval y también se camuflaban, varios metros después se detuvieron cerca de un grupo de turistas, eran cuatro mujeres, lo cual les resultó fabuloso; se pusieron muy cerca de ellas y como los perfectos anzuelos que eran empezaron a tentarlas.

Las cuatro chicas, tres rubias y una pelirroja con la cara repleta de pecas miraban de vez en cuando a los apuestos hombres que estaban junto a ellas. Trataban de disimular sus miradas que se paseaban por esos cuerpos musculosos, embobadas con esos movimientos sensualmente latinos.

Eran altos, todos de piel clara y de belleza extraordinaria, ninguno de los tres llegaba a los treinta años; ellas estaban en los tempranos veinte y con muchas ganas de disfrutar la vida, por eso habían venido desde tan lejos a los mejores carnavales del mundo.

Una de las rubias estaba fumando y fue el momento perfecto para el acercamiento, uno de ellos sacó un cigarrillo, se lo llevó a los labios y se tanteó los bolsillos de la bermuda en busca de un inexistente encendedor, que bien sabía no poseía.

Guiñó un ojo a sus compañeros y sin dejar de contonear su cuerpo, como si fuese el pecado andante avanzó hasta donde estaba el grupo de chicas, con la mirada puesta en la que estaba fumando.

—¿Tienes fuego, preciosa? —Le preguntó acercándose demasiado a ella, quien definitivamente no entendió lo que le dijo, así que recurrió a otro idioma—. Fire, please? —pidió en inglés.

La joven sonrió al entender la solicitud del apuesto hombre de porte musculoso, piel clara, pelo negro, ojos azules y una sonrisa ladina muy coqueta.

—Sí —respondió en su idioma, le ofreció su cigarrillo encendido y se quedó observando cómo él prendía el suyo.

—Gracias, además de hermosa eres amable —elogió llevando la conversación en inglés y devolviéndole el cigarro al tiempo que expulsaba el humo de la primera calada—. ¿Andan juntas? —preguntó y se percató de que esos ojos verdes estaban mirándolo con mucho interés, sobre todo cuando se la pilló con las pupilas paseándose disimuladamente por su pecho.

—Sí —respondió con una sonrisa nerviosa de una inexperta coquetería, e intentaba bailar, pero ese hombre moviendo su cuerpo frente a ella la descontrolaba. 

—¿De dónde son? —Siguió muy interesado.

—Nueva Zelanda.

—¡Neozelandesa! —Fingió impresionarse gratamente y miró a sus compañeros, quienes también lo vieron cómplice, les informó con una seña casi imperceptible pero que ya tenían estudiada que era momento de que entraran al juego.

—Adriano, ¿nos vamos? —Se acercó uno de ellos.

—No, espera… Ven aquí, te presento a mi amiga, es de Nueva Zelanda —dijo halándolo por un brazo, mientras las otras chicas miraban muy atentas.

—Hola, me llamo Oliver —saludó tendiéndole la mano.

—Hola, Gerdiene —dijo ella con una sonrisa recibiendo el saludo.

—¿Te ha gustado la Cidade maravilhosa? —preguntó mezclando intencionalmente inglés y portugués.

—Sí, mucho… Es muy bonita y caliente —dijo abanicándose.

—Como todo en Río, caliente —dijo con doble sentido.

Sin que se dieran cuenta en pocos minutos ya estaban los tres instalados hablando con ellas, bailando, seduciéndolas y compartiendo cervezas.

Eran los perfectos leones disfrazados de ovejas y habían entrado a un rebaño perfecto, en el que podían camuflarse. Tenían a las chicas muy entretenidas, se dieron cuenta de que serían presas fáciles cuando Oliver consiguió besar a la pelirroja y esta le respondió con desmedido entusiasmo.

No se apresuraron por proponerles ir a otro lado, prefirieron seguir amansándolas con bebidas alcohólicas, las cuales mezclaban intencionalmente para que surgiera efecto más rápido. Y le daban desde champán hasta caipirinhas.

Ya cuando les propusieron llevar la fiesta a un lugar más privado ellas ni siquiera dudaron, las muy ingenuas y excitadas chicas los siguieron varias calles, ellos siempre tratando de mezclarse entre la gente para no levantar sospechas, y ellas, sin saber que iban camino a un profundo precipicio.




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