Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 40

Mangueira fue presentada muy animadamente como la campeona de ese carnaval, y una vez más, debían desfilar y poner el alma en esa presentación, porque era la mejor manera de agradecer a todos los mangueirenses de corazón que los habían apoyado en las buenas y en las malas.

Tenían por delante un desfile de más de una hora, en el cual se presentarían las veintiséis alas, compuestas por tres mil quinientas personas, a las que les latía el corazón con el mismo ritmo.

A pesar de haber escuchado y cantado durante meses esa canción, la entonaban con el mismo entusiasmo de la primera vez, tal vez más, porque habían recibido la mayor recompensa por toda la dedicación que habían puesto a su presentación.

Una a una las alas y carrozas fueron saliendo para hacer su último recorrido por ese año, pero con la energía en el punto más alto para desde ya empezar a organizar el del año siguiente.

Mangueira se encargó de mostrar al mundo la flora y fauna de Brasil, cada carroza contó con el ingenio de reunir los árboles, flores y animales nacionales, no solo era una figura lo que mostraban, también hacían una denuncia al mostrar cómo estaban acabando con las maravillas con que la naturaleza había bendecido a Brasil.

Mostraban la tala en la selva amazónica y los contrabandistas de especies que sacaban de su hábitat natural a las magníficas criaturas, solo para complacer los caprichos de quienes los exportaban para la creación de prendas de vestir, carteras y zapatos, entre otras cosas.

Elizabeth, a la espera de su turno, mientras avanzaban los demás, observaba cómo el Sambódromo estaba repleto, y ver en las gradas la gran bandera verde y rosa de su escuela provocó que un nudo de lágrimas se le formara en la garganta y cada poro de su piel se erizó. En minutos inició su recorrido, desde que empezó fue desbordando energía, sonriendo ampliamente, sambando, lanzado besos y guardando en su memoria cada instante; olvidaba lo pesado que era el traje y la tortura del tocado que apretaba más las extensiones.

Cada metro que avanzaba era seguida por Alexandre, quien le sonreía y le tomaba fotos. Ella no había descansado hasta conseguir la credencial para que él la acompañara en todo momento, y ahí estaba, como si fuese su sombra. El corazón le latía muy rápido, más que por agotamiento de felicidad, y lo que sentía se reflejaba en su rostro y era captado por los corresponsales de prensa de todo el mundo, que con precaución se atravesaban ante ella, dejándole espacio de aproximadamente un metro, mientras la fotografiaban o la mandaban a través de alguna señal en vivo.

Sin embargo, Elizabeth no descuidaba al público, les lanzaba besos, les sonreía y les brindaba toda su energía con su samba. Disfrutaba del público y de sus compañeros, intercambia miradas y sonrisas con todos los que la rodeaban.

La mariposa era un espectáculo azul y plateado que cautivaba miradas por su impresionante belleza, condición física y destreza en la samba. Por ser una celebridad ponía los ojos del mundo sobre ella, aunque la favorita sin duda alguna era la reina, que muy merecido se lo tenía, porque disfrazada de jaguar era una verdadera fiera sensual.

Desde uno de los palcos del Sambódromo la familia de Elizabeth admiraba el espectáculo que ella estaba ofreciendo, muchos no habían podido verla en el desfile anterior, porque habían estado en una carroza que salió antes que el ala de las passistas.

Entre ellos Samuel, quien en ese momento estaba con el corazón golpeteándole fuertemente contra el pecho. Ya había visto en los diarios el disfraz que había usado Elizabeth, aunque no había estado en absoluto de acuerdo no podía negar que más allá de lo sexual, ojos con los que él no podía verla, lucía preciosa, estaba radiante y jamás habría imaginado que su pequeña desbordara tanta alegría y energía.

Ella había luchado por ese sueño, aunque él se opusiera hasta último momento, lo que demostraba que Elizabeth estaba dispuesta a alcanzar sus metas por encima de cualquier obstáculo, como irónicamente él se lo había pedido siempre; entonces comprendió que él mismo le estaba haciendo la vida más complicada a su hermosa pequeña, porque había sido esa piedra difícil de mover.

Reinhard, que ya la había visto volvía a sentir las lágrimas al filo de los párpados; inevitablemente sus recuerdos lo llevaban a muchos años atrás, cuando sintió el mismo orgullo, la misma emoción al ver a su hermana entregarse con la misma pasión al desfile. Ver a su nieta era ver a su hermanita, y deseaba tanto poder retroceder en el tiempo y habérsela llevado ese día para que no le hubiese dado tiempo al maldito de Henry Brockman de conocerla, o por lo menos, de abordarla. Miró de soslayo a su sobrino y lo veía tan embelesado que podía jurar que sentía lo mismo que él, esos ojos mostaza brillaban por las lágrimas contenidas, y el influjo apresurado de ese pecho era porque estaba lleno de gozo.

Para Samuel no existía Sambódromo, solo su hija, era tanto el orgullo que no podía creer que ese ser tan perfecto fuese suyo, parte de su creación y de su amor, no conseguía pensar cómo había hecho para procrear un ser tan hermoso, y le dolía demasiado que estuvieran distanciados, de verdad que le dolía, porque desde que compartieron algunas palabras la noche de año viejo, solo habían sumado unas pocas más, pero no le había dicho que estaba muy arrepentido por haber insinuado que ya no la quería como hija.

Era él quien no la merecía, porque Elizabeth había sido una hija buena, una chica ejemplar, que siempre lo había respetado y querido; él le había dado la espalda, sus celos y temor lo orillaron a hacerlo; sin embargo, en ningún momento ella le faltó el respeto.




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