Samuel sentía que llevaba mucho tiempo esperando y no dejaba de mirar por donde Elizabeth se había ido, sabía que su hija solía demorar mucho cuando se trataba de cambiarse de ropa, pero suponía que iba a darse prisa.
Alexandre no pudo pasar más tiempo sentado, quería saber qué demonios estaba haciendo Elizabeth que había desaparecido o qué le habría dicho Garnett para que dejara de lado la celebración de la escuela.
Samuel no pudo seguir esperando, empezó a hacerse espacio entre la gente y se fue a buscarla, siguió el mismo camino, pero al pasar las vallas publicitarias estuvo totalmente perdido, solo había gente de la comparsa yendo y viniendo, algunos baños públicos y por lo menos una docena de camiones.
—Disculpa. —Samuel detuvo a un joven que llevaba un disfraz de un arará—. ¿Has visto a Elizabeth, una de las passistas?
—No, no la he visto. —Negó con la cabeza para darle más énfasis a su respuesta.
—Pero sí sabes de quién te hablo, ¿cierto?
—Sí, claro… La nieta de tío Garnett —comentó, cómo no conocer a la nieta de uno de los mayores benefactores de la escuela.
—Entonces, ¿no la has visto? —Volvió a interrogar.
—No, señor, le aseguro que no.
—Gracias. —Le palmeó un hombro y siguió con su camino, en medio del barullo de personas y el ruido de la música y el público.
Miraba a todos lados, tratando de hallar a su hija, pero por ninguna parte veía un espectáculo de plumas azules. Se alentó pensado que ya debía haberse cambiado.
—Lo siento, disculpa. —Detuvo esta vez a una mujer del ala de las baianas—. ¿Conoces a Elizabeth Garnett, una de las passistas?
—Sí, señor, ¿en qué puedo ayudarlo? —Había reconocido al padre de la joven, pero no quiso ser tan evidente.
—¿La ha visto?
—No —dijo con pesar—. Quizás esté en el puesto de Globo, están haciendo entrevistas.
—No, ella vino hacia este lado, iba a cambiarse —explicó él.
—No la he visto, pero nos cambiamos en los camiones.
—¿Sabe cuál es el de ella?
—Debe ser el de las passistas, es el tercero de la derecha —dijo señalándolo.
—Gracias —comentó Samuel y se echó a andar con largas zancadas.
Alexandre, al ver que Garnett se fue al otro lado de las vallas, no pudo seguir más tiempo sentado, y aunque se ganara más el odio del hombre decidió ir tras él.
Empezó a hacerse espacio entre las personas, chocando con algunas con las que apenas se disculpaba y seguía avanzando para poder alcanzar al hombre. Lo vio caminando hacia los camiones y aprovechó que era menos la afluencia de gente para echarse a correr.
Samuel subió los escalones del gran cajón rectangular de hierro, tocó a la puerta en varias oportunidades, pero no obtuvo respuesta, así que entró.
—Elizabeth. —La llamó con precaución, porque no deseaba vivir un engorroso episodio con otra chica—. Eli… —Volvió a llamarla, pero no recibió respuesta. Ya el corazón empezaba a latirle lenta y dolorosamente y el aliento se le estaba sofocando en los pulmones—. Elizabeth, cariño —dijo con la voz ahogada por los nervios.
Sus ojos se posaron sobre el gran tocado tirado en el suelo y podía jurar que junto a eso había caído su alma, con largas y rápidas zancadas se paseó por el lugar, siguió sin encontrarla y corrió a la salida.
Alexandre subía los escalones cuando vio salir a Garnett, y lo que vio en su mirada provocó que sintiera como si el corazón se lo estrujaran, y de golpe se quedó sin aliento; era como si hubiese recibido una patada mortal en la boca del estómago.
—¿Y Elizabeth? —preguntó y su voz fue casi un silbido.
Garnett no le dijo nada, lo apartó y empezó a caminar con largas zancadas, abordó a la primera persona que encontró.
—¿Has visto a Elizabeth? —interrogó y ya no tenía la entereza para ser educado.
Su interlocutor solo negó con la cabeza y Samuel corrió en busca de otra persona a la que le repitió la misma pregunta. Y con cada negativa sentía que moría un poco más.
Alexandre abrió de golpeo la puerta del camión, corrió a donde sabía Elizabeth debía estar, pero solo halló el tocado en el suelo, entonces comprendió la desesperación que vio en la mirada de Garnett.
Un golpe de adrenalina lo empujó a salir como un vendaval enfurecido del lugar, y al igual que Garnett empezó a preguntar si la habían visto, solo que él era mucho más impulsivo y menos amable que Garnett, exigía que le dijeran dónde estaba.
Caminó como una fiera hasta donde Garnett estaba preguntando a todos.
—¿Dónde está Elizabeth? —Le exigió sin importarle una mierda que fuera el padre de ella, lo agarró por las solapas de la camisa celeste que llevaba puesta—. ¿Dónde está? —Resopló, más que molesto estaba aterrado.
No hizo falta que le respondiera, la mirada color mostaza gritaba de pánico y desconcierto; lo soltó para no pagar su impotencia con él y se volcó a golpear en varias oportunidades una valla publicitaria que terminó yéndose abajo.
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Editado: 18.12.2023