Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 42

Rachell sabía que debía ser fuerte, calmarse y confiar en Samuel, él haría lo posible por encontrar a Elizabeth, confiaba que solo era cuestión de tiempo para que la llamara y le informara que estaba con ella sana y salva.

No podía llegar llorando ni desesperada a la casa de Reinhard, porque lo alarmaría y no era prudente hacerlo, el hombre estaba en una edad que no podía estar recibiendo ese tipo de emociones.

Así que buscó fuerza y calma de donde no las tenía, se limpió las lágrimas, respiró profundo y soltó lentamente el aire.

—Estoy con usted, señora —dijo el guardaespaldas antes de tirar de la manilla de la puerta—. Usted puede con esto. —La alentó tomándose el atrevimiento de mirarla a los ojos, porque sabía que la carga que la mujer llevaba sobre los hombros era muy pesada.

Rachell afirmó con la cabeza, volvió a pasarse las manos por el rostro y sorbió los mocos.

El hombre abrió la puerta, bajó del taxi y le ofreció la mano para ayudarla a bajar.

Las piernas de Rachell temblaban, no estaba segura si conseguiría dar un paso; sintió la mano fuerte de Robert en su espalda, como si ese fuese el empuje que necesitaba.

Soltó un suspiro tembloroso y emprendió el camino, pidiéndole a Dios fuerza para poder enfrentar ese momento.

Al entrar en la sala se encontró a Ian, Thais, Renato, también estaban Oscar y Luana. Todos se silenciaron abruptamente al verla llegar y la miraron como si tuviesen frente a ellos un fantasma.

Rachell miró en derredor, no ver a Reinhard le hizo pensar que sería más fácil dar el doloroso comunicado; sin embargo, de su boca no salía una palabra, le dolía mucho decir en voz alta que su hija había sido raptada.

Vio a Sophia a través de una de las paredes de cristal, venía de uno de los salones contiguos. Rachell, como si algo la impulsara casi corrió hasta ella y la abrazó fuertemente; y sin poder evitarlo más, rompió en llanto.

—Rachell, Rach… ¿Qué sucedió, cariño? —preguntó aferrada a su casi hermana.

—Sophie…, se…, se… —Gimoteaba sin poder hablar, el llanto no se lo permitía—. Se llevaron a mi niña…

—¡¿Qué?! ¿Qué estás diciendo? —Se apartó y la sujetó por los hombros para mirarla a los ojos.

—Se llevaron a Eli, desapareció…

—Pe… pero ¿cómo es posible? —balbuceaba y la miraba con desespero—. Eso no puede ser cierto, no puede ser posible… ¿Del sambódromo? Eso es imposible —hablaba casi sin respirar y con las lágrimas subiéndole a la garganta al ver que Rachell solo afirmaba con la cabeza.

—Sí, no sabemos cómo, no aparece… Sam, Sam se quedó buscándola… Si algo le pasa a Eli no lo soportaré…, no lo haré.

—¡Ay, por Dios! Esto no puede ser cierto, esto no puede estar pasando…, no puede. Mi niña… —Sophia se llevó las manos a la cabeza, suponía que debía ser un pilar para Rachell, pero lo cierto era que estaba demasiado perturbada.

Los que estaban en el salón principal podían ver a través del cristal cómo las dos mujeres estaban destrozadas y desesperadas, pero no podían escucharlas.

Ian confirmó que algo andaba mal, por lo que se levantó del sofá y con largas zancadas caminó hasta ellas, abordándolas sin rodeos.

—¿Qué pasó?, ¿qué sucede? —Más que preguntas eran exigencias.

—Han…, han raptado a Elizabeth. —Sollozó Sophia, abrazando fuertemente a Rachell, que al escuchar cómo lo decía su llanto acrecentó.

—Pero ¿cómo? ¿Fue del sambódromo?, ¿con tanta gente? No lo creo posible… —Él hablaba, pero ellas no conseguían dar respuestas—. ¿Dónde está Samuel? —Su mayor preocupación en ese momento fue su primo, porque sabía que él ya había pasado por mucho como para enfrentar una situación como esa. Al ver que seguía sin obtener respuesta le sujetó el brazo a Rachell y se lo sacudió para que se calmara—. ¿Dónde está Sam?

—La…, la está buscando, se quedó en el sambódromo… Ian, ayúdanos, por favor, por favor… No puede pasarle nada a Eli, no puede —suplicó Rachell.

—Quédate tranquila, Elizabeth va a aparecer… Te lo juro, moveremos todas las fuerzas policiales y militares del país, ella aparecerá. —Le soltó el brazo y caminó de regreso a la sala, al tiempo que se sacaba el teléfono del bolsillo.

Antes de que pudiera hacer la llamada Thais lo abordó, mientras que los demás estaban en tensión, observando el revuelo.

—¿Qué sucedió, amor? —preguntó, apoyándole las manos en el pecho para que no avanzara.

Ian miró en derredor, vio a los chicos sentados con los ojos fijos en él, cerró los ojos en busca de valor.

—Parece que secuestraron a Elizabeth —susurró para que los demás no escucharan, pero fue imposible que ellos no dedujeran lo que estaba pasando cuando todas las actitudes de ellos lo gritaban—. Voy con Sam, necesitamos movernos cuanto antes, cada segundo que pasa es de vital importancia. —Su mujer parecía haber quedado conmocionada, no hacía más que mirarlo y afirmar con la cabeza—. Que nadie use el teléfono de la casa, si llaman atiende tú, pero no negocies nada, no digas nada, solo anota lo que te digan… —Se acercó y le dio un beso en la frente—. No vayan a decirle nada a papá, todavía, y solicita una ambulancia, que se quede en la entrada… Manda a preparar un té o algo que calme a Rachell… Dime que puedes con todo esto, cielo. —Le preguntó sujetándole la cara.




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