Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 46

Alexandre tenía la plena certeza de que iba a ser el principal sospechoso de la desaparición de Elizabeth, tras llevar tantos años trabajando con la policía sabía perfectamente cuáles eran los estándares que los regían en un proceso de investigación.

Por eso cuando le notificaron que necesitaban su declaración no dudó ni un segundo en brindar su colaboración y se ofreció a ir esa misma mañana a la delegación.

No permitieron que ninguno de su unidad lo interrogara, para evitar posibles conflictos de intereses.

—¿Dónde estaba en el momento en que Elizabeth Garnett desapareció? —preguntó un hombre de piel oscura, alto y calvo. Recordaba haberlo visto en una fiesta de fin de año que habían realizado en un bar, donde se reunieron varias unidades.

—No sé exactamente en qué momento desapareció, la dejé con su padre, ellos tenían cosas que hablar, y sabía que no debía estar presente; sin embargo, no me fui muy lejos, siempre estuve cerca de una carroza. Me distraje un momento mirando las fotografías que había hecho durante el evento, y cuando volví a mirar, ella ya no estaba, pero su padre parecía estarla esperando; imaginé que había subido a la tarima de Globo para alguna entrevista.

—¿En qué momento se percató de que había desparecido?

—Cuando fui al camión de las passistas y vi a su padre salir, su mirada lo decía todo, sabía que algo malo había pasado.

—¿Qué hizo después de eso?

—Empecé a buscarla, el señor Garnett también lo estaba haciendo…

—¿Por qué no estaba con el señor Garnett cuando llegó la policía?

—Estaba buscándola, salí a buscarla… —Se pasó la mano por la cara porque presentía que la máscara de la fortaleza iba a caérsele—. Necesitaba encontrarla, busqué por los alrededores… Ya cuando regresé había llegado la policía, quería pasar al camión a buscar las cosas de Elizabeth, pero no me lo permitieron… Solo me exigieron el teléfono de ella.

—¿Por qué tenía usted el teléfono de la señorita Garnett?

—Me lo dio para que se lo sostuviera mientras desfilaba, es mi mujer… —aclaró, por si no sabían ese detalle.

—¿No le parece extraño que si estuvo durante el desfile a su lado, justo en el momento en que la deja termine desapareciendo?

—Yo estuve todo el tiempo en el sambódromo, y repito, no la dejé sola, quedó con su padre; él podrá corroborar esa información —comentó.

—¿Notó usted algo extraño?, ¿algo que preocupara a la señorita Garnett?

Alexandre pensó, necesitaba traer a su memoria cualquier detalle que le ayudara a colaborar con la policía, pero también sabía que había cosas que debía reservarse.

—Sí, hace unos días…

—¿Cuántos específicamente? —interrumpió.

—Ehh, eso fue el… martes seis de febrero. Ella estaba en la boutique, fui a buscarla porque la calle estaba cerrada por el bloco, cuando llegué la noté algo perturbada —hablaba sin saber que tras el espejo de expiación estaba Samuel Garnett, quien verdaderamente se había mostrado muy interesado por escuchar la declaración del marido de su hija—. Le pregunté que qué le pasaba, ella dudó en responder, pero al final me dijo que había recibido una llamada de un número oculto y que no le habían hablado; yo logré dar con el número, pero cuando llamé desde mi teléfono aparecía fuera de servicio, seguí intentando pero siempre obtuve el mismo resultado. No podía dejar de pensar en esa extraña llamada, hasta supuse que podría ser un intento de extorsión, pero siendo más coherente, sabía que no podía ser, porque no hablaron… Le pedí a un compañero de la policía, del área de sistemas que averiguara más sobre ese número, pero me dijo que era prepago y que sería imposible dar con el comprador de ese chip… Me olvidé el incidente porque no se repitió, o por lo menos, Elizabeth no me dijo que volviera a pasar.

Samuel no lo podía creer, por qué no le habían dicho que Elizabeth había recibido esa llamada. Se llevó las manos a la cabeza y las deslizó hasta dejarlas descansar en su cuello, suspiró y siguió escuchando.

—Vamos a necesitar ese número —anunció el policía.

—Sí, claro, lo tengo en mi teléfono. —Afirmó con la cabeza.

—¿Con qué intención llevaba a la señorita Garnett a la favela?

Alexandre se obligó a no cerrar los ojos, porque sabía que lo tomarían como una lamentación y debilidad.

—Íbamos a las rodas. —No pudo evitar que su voz se escuchara más baja.

—¿La obligaba?

—Jamás, ella era la que me pedía llevarla. 

—Eso es mentira —susurró Samuel—. Mi hija jamás se iría a una favela, sabe perfectamente lo peligrosas que son; quizá no la obligó, pero sí la convenció… Él fue quien la puso en peligro.

—¿Está seguro de eso?

—Totalmente —aseguró Alexandre, sin saber que Samuel Garnett estaba tras el espejo—. De hecho, conocí a Elizabeth en Rocinha, ella apareció en la roda con su primo, ellos se aventuraron solos a la favela…

—¿Con qué primo?

—Renato.

Samuel cerró los ojos sin poder creerlo, ¿en serio Elizabeth había hecho eso? Iba a matar a Renato.




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