John Jeffers era el hombre al mando de la comisión enviada por la embajada estadounidense para colaborar en la Operación Zodiaco, y en ese momento trazaba en un mapa electrónico las zonas que iban a sobrevolar las avionetas con el esquipo de espionaje.
Después de que en la unidad de inteligencia de la delegación el oficial en jefe Vítor Soares y Samuel Garnett lo pusieran al tanto de los pormenores había llegado a la conclusión de que la desaparición de la joven no se trataba de delincuencia común, sino de un crimen perfectamente organizado, quizá perteneciente a la trata de personas.
—Tenemos que tener en cuenta que esto no será fácil —comentó el agente especial de la CIA Jeffers, mejor conocido como JJ, sin la menor intención de preocupar de más a la familia Garnett, sino para que estuvieran conscientes de la situación y no esperaran milagros—. Cualquier organización que se atreve a llevarse a una víctima como la señorita Garnett… —Puso sus ojos en el padre de la joven, quien visiblemente estaba bastante intranquilo—, es porque cuenta con los medios adecuados para ser prácticamente indetectable, pero no imposible para nosotros… En mi experiencia, podría asegurar… —Siguió con la mirada en Samuel Garnett—, que su hija ha sido un pedido muy exclusivo, con el que se arriesgaron a cumplir. Haremos todo lo posible para dar con ella antes de que logren concretar la entrega, no podemos asegurar si la ha solicitado alguien del territorio nacional o pretenden sacarla del país. Las primeras cuarenta y ocho horas son cruciales, y aún estamos dentro del rango.
Samuel sintió como si lo estuviesen acuchillando sin piedad, solo él sabía que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para seguir en pie, soportando tanta tortura que su corazón casi no podía aguantar; pero se mantenía visiblemente firme, porque no iba a perder la esperanza de encontrar a su niña, y cuando eso pasara ella iba a necesitarlo.
Jeffers sabía que ese tipo organizaciones solían mantener comunicación a través de radios, porque eran menos vulnerables que los teléfonos o las computadoras, aparatos sobre los que la CIA tenía total dominio en cualquier parte del mundo.
Sin embargo, el uso de radios también podía ser interceptado y escuchado, si se tenían los equipos adecuados; además, ellos contaban con agentes altamente capacitados para interpretar en poco tiempo los códigos con los que comúnmente se comunicaban este tipo de delincuentes.
Todos los que estaban reunidos estuvieron de acuerdo e inmediatamente mandaron a llamar al equipo designado para el sobrevuelo, cuando los hombres se hicieron presentes en el salón, Jeffers dictó el protocolo a seguir. Salieron con pasos apresurados, cada quien con su objetivo claro, porque no se permitía ningún tipo de improvisación.
Subieron a tres todoterrenos negros blindados, para conducir hasta el hangar privado donde la Agencia Central de Inteligencia tenía sus aviones.
En la oficina siguieron manteniendo la comunicación con el equipo para estar alerta a cualquier situación; sin embargo, seguían moviendo sus operaciones también por tierra, su misión era encontrar cuanto antes sana y salva a Elizabeth Garnett, y en eso se estaban dejando el pellejo.
Samuel sabía que no podía intervenir, su ética laboral se imponía por encima de su desesperación, mientras que a Thor él mismo tuvo que calmarlo en un par de oportunidades. Comprendía que sintiera que no se estaba haciendo nada, porque no veía resultados concretos, pero lo que él no sabía era que las fuerzas policiales conjuntamente con la CIA estaban haciendo su mejor esfuerzo.
Ya habían revisado el teléfono, el computador portátil y las redes sociales de Elizabeth, y hasta el momento no habían conseguido nada sospechoso, nada que los llevara a pensar que un miembro de alguna organización, o en su defecto, su solicitante, se hubiese puesto en contacto con ella en algún momento.
El próximo paso a seguir sería revisar el apartamento que compartía con Alexandre Nascimento, quien no se había negado a abrirles las puertas para la inspección.
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Elizabeth empezó a salir poco a poco del profundo estado de sueño en el que la había sumido la droga que ese hombre le dio y que ella ni siquiera percibió.
Estaba tan aturdida, sentía la cabeza tan pesada y el cuerpo extremadamente casando, que le llevó tiempo darse cuenta de que sus manos ya no estaban atadas al cabecero de la cama, sino que las tenía al frente, y que tampoco tenía los pies atados.
Eso era realmente un alivio; sin embargo, con cada respiro su ritmo cardíaco aumentaba y estaba segura de que eran los efectos del sedante que todavía pululaba en su organismo.
Hizo un gran esfuerzo para mover sus piernas, pero las sentía muy pesadas o quizás estaban demasiado entumecidas y la sensación de cosquilleo era tan insoportable que la obligó a jadear; prefirió dejarlas muy quietas y concentrarse en controlar su respiración agitada.
A medida que aclaraba las ideas fue consciente de que tenía mayor libertad, movió sus manos unidas al frente y sintió el sonido y peso de una cadena. La desesperación por poder ver dónde se encontraba y saber si había alguna forma de escape la impulsó a llevarse las manos a la capucha para quitársela.
—Si yo fuera tú, no haría eso. —Se dejó escuchar la maldita voz, y como si eso coordinara su voluntad, sus manos quedaron inmóviles a medio camino.
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Editado: 18.12.2023