Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 52

João cumplía sus funciones a cabalidad, pero realmente estaba hambriento y solo pensaba en la hora del almuerzo, en el estómago solo tenía un par de cafés que le dio tiempo de tomarse antes de entrar al interrogatorio de esa mañana, en el cual se la pasó masticando chicle para matar la ansiedad; después de eso, no le había quedado tiempo ni para ir al baño.

Miró su reloj de pulsera, todavía faltaban quince minutos para el momento que tanto anhelaba, solo esperaba que no saliera alguna emergencia que se robara su hora de la comida.

Los minutos empezaban a parecerle horas y ya no podía concentrarse en nada más. Iba a cerrar la carpeta con la información recabada que estaba clasificando cuando sintió su teléfono vibrar en el bolsillo de sus vaqueros.

Era la llamada de un número desconocido, no solía ser paranoico y siempre contestaba, fuese proveniente de un número registrado o no, sobre todo cuando él daba su contacto a muchas personas.

—Moreira —habló con la esperanza de concentrarse en ese momento y que el tiempo pasara más rápido—. ¿Hola? —Volvió a saludar, ya que a la primera no contestaron.

—Hola… —Respiró profundo antes de seguir—. João, te habla Ana.

—¿Ana? ¿Ana Ferreira? —preguntó, había reconocido esa voz que provocó que el corazón se le disparara en latidos, pero necesitaba asegurarse de que era la mujer correcta.

—Sí, Aninha. —Le confirmó con el nudo de nervios jugando en la boca de su estómago—. Sé que la última vez que nos vimos no terminamos bien, fui algo grosera contigo…

—Lo cierto es que me porté como un imbécil, lo tenía merecido… Quise disculparme, pero no me diste tiempo.

—No era necesario.

—Claro que sí, te pido disculpas…

—En serio, no tiene importancia —interrumpió ella, inhaló profundamente y botó el aire por la boca—. Te llamaba…

—¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó antes de que ella pudiera explicarse.

—Creo que tú me lo diste —habló cada vez más nerviosa.

—No, estoy seguro de que no te lo he dado.

—Bueno, no sé… Solo apareció en mi teléfono. —Jamás expondría a Elizabeth.

—Está bien, lo que importa es que lo tienes y que me estás llamando —dijo sonriente sin poder creerlo todavía.

—Sí, te llamo porque como eres policía quería saber si sabes algo de Eli… Es que a todo el que le pregunto no sabe nada, solo dicen que pronto aparecerá. Sé que no quieren preocuparnos, pero estoy desesperada, quiero saber más, por malo que sea, quiero saber qué pasó con mi Eli…

—Ana, sinceramente no tengo mucha información, y no es algo que pueda hablar contigo por teléfono. Si quieres puedo averiguarte algo más y vernos para decirte.

—Sí, claro, cuando y donde tú digas… —Se apresuró a decir.

—Haré unas llamadas a un amigo del BOPE que está participando en la operación. —Sabía que no era ético lo que estaba a punto de hacer, pero sabía que Ana y Elizabeth se adoraban, consideraba justo que ella estuviera al tanto de la situación de su amiga.

—Gracias, lo que sea, solo necesito saber de ella… o de lo que están haciendo, porque tío Sam apenas saluda.

—Está bien, ¿te parece si nos vemos en el Subway que está en la Avenida Gomes Freire? Podemos comer ahí… Te invitaría a un lugar mejor, pero no tengo tiempo, debo volver al trabajo… ¿Sabes dónde queda?

—Sí, de hecho, estoy bastante cerca.

—Entonces, nos vemos en quince o veinte minutos… ¿Sí llegas en ese tiempo?

—Sí, en diez puedo estar ahí.

—Nos vemos en un rato.

—Gracias, João.

—No tienes que agradecer —dijo antes de terminar la llamada, pero con ganas de dejarle saber que para él era un placer poder verla.

Si antes el hambre no le dejaba concentrarse en lo que estaba haciendo, ahora sabiendo que vería a Ana le sería imposible; cerró la bendita carpeta, la guardó en el primer cajón de su escritorio, agarró su placa y el arma que estaba sobre el escritorio y salió de su cubículo faltando cinco minutos para su hora de descanso.

En su camino a la salida se colgó la placa del cuello.

—¿Ya te vas? —preguntó Calenzanni.

—Sí, muero de hambre y voy a verme con Ana.

—¿La rubia?, ¿la patricinha? —preguntó con una sonrisa cómplice.

—Sí, la amiga de Elizabeth.

—Está buenísima —confesó con toda la confianza que le tenía al moreno.

João ladeó la cabeza, sonrió discretamente y siguió con su camino. Al entrar en el ascensor le marcó a Carvalho, para que le diera información.

Trató el tema con toda la discreción posible, mientras caminaba por la calzada franqueada por viejos edificios que todavía mantenían su original arquitectura colonial.

Apenas contó con unos metros para hablar antes de que llegara al local, pero fue suficiente para enterarse de que de Elizabeth Garnett todavía no tenían ni la más remota noticia.




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