Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 55

Alexandre estaba una vez más frente al dueño del morro, el hombre parloteaba sin cesar, mientras a su lado derecho se encontraban tres de sus hombres metiendo los billetes en máquinas contadoras y los iban apilando en una mesa de billar.

—Pensé que te tomaría más tiempo encontrar el dinero —expresó el hombre que meneaba ligeramente el vaso de wiski que tenía en sus manos.

—No puedo perder tiempo —respondió, negándose al segundo trago que le ofrecía uno de los sirvientes más fieles del hombre que gobernaba el mundo de las drogas en Rocinha—. Elizabeth puede estar en peligro.

—Eso es un hecho, ya no te niegues a esa realidad… Tu mujer tiene que estar pasándolo muy mal. —Vio cómo Cobra tensaba la mandíbula—. Y no te lo digo con la intención de herirte, sino para que desde este momento escojas entre los malditos que la tienen y ella… No debes permitir que la conciencia se interponga y evite que hagas lo que tienes que hacer, porque más te vale no arriesgar la vida de mis hombres solo porque en el momento más esperado te acobardes y seas un marica que no puede dejar los escrúpulos de lado… Todavía estás a tiempo de coger tu plata e irte a casa, es eso o estar dispuesto a convertirte en un asesino ético…, que a fin de cuenta, estará erradicando unas cuantas mierdas del planeta. Si el Estado se enterara hasta podría darte una medalla honorífica.

—Haré lo que tenga que hacer para encontrar a Elizabeth, no importa a cuántos tenga que matar, lo haré sin dudar —dijo mirándolo directamente a los ojos, para que viera que estaba hablando muy en serio.

—Tampoco quiero que te impacientes y expongas a los chicos… Todo a su tiempo. Ellos te guiarán, pero no pienses que esta noche vas a encontrarla, porque no será fácil dar con ella. Si hasta ahora todas las fuerzas policiales del puto país ni lo gringos han podido hacer nada, no creas que tú lo harás en una noche. —Le dejó completamente claro, para que no se hiciera falsas esperanzas.

—Lo tengo claro, pero no voy a darme por vencido hasta que Elizabeth aparezca, ya sea que la encuentre la policía o nosotros.

—Jefe —habló uno de los hombres que contaba el dinero para tener su atención—. Está completo —avisó.

—Bien —inhaló, al tiempo que dejaba el vaso de cristal sobre la mesa que tenía al lado y después se levantó del cómodo sillón en el que había permanecido mientras contaban el dinero—. La suerte es para los mediocres y débiles. —Le tendió la mano a Alexandre y él se aventuró a corresponder al apretón—. Solo ve y sácales a patadas toda la información que necesites.

Alexandre asintió con contundencia, seguro de que esa noche estaría más cerca de encontrar a Elizabeth. Sin avisarle volvieron a ponerle la capucha para sacarlo de la casa, aunque estaba completamente seguro de que cada vez que lo llevaban, lo hacían por caminos diferentes, porque se había dado a la tarea de contar los pasos, las subidas y bajadas, pero en ninguna de las oportunidades había sido igual.

Lo llevaron hasta donde lo estaban esperando Luan y Rayne, más que entusiasmados por emprender el viaje a Vila Cruzeiro. Sabía que esta vez no solo irían ellos tres, le habían informado que dos más los acompañarían en un Jeep, porque se aventurarían fuera de su zona.

Entre callejones apenas iluminados por algunas bombillas de luz amarillenta empezaron a bajar hasta donde estaban las motos esperándolos, pero antes de llegar se encontraron con Fabio, uno de los hombres que trabajaba para el dueño del morro y que con sus hombres se encargaba de supervisar quién entraba o salía de Rocinha.

Fabio no se encontraba solo, junto a él estaba un rubio con rastas.

—Gavião, ¿qué demonios haces aquí? —preguntó Alexandre sorprendido al verlo. Estaba seguro de que iba a cagarle el plan.

—Íbamos a vernos a las seis en tu apartamento, ¿acaso no lo recuerdas? —ironizó muy molesto porque lo había dejado plantado—. ¿Por qué mierda no me avisaste que conseguiste el dinero? —Le preguntó.

Había estado esperando con veinte millones en efectivo en plena Copacabana por más de una hora, hasta que estuvo seguro de que Cobra no aparecería, fue entonces que decidió llamar a Fabio, quien le confirmó que había llegado con la plata y que estaba reunido con su jefe. No le quedó más que ir a su casa y dejar el maletín bajo su cama, solo esperaba que a Pirata no le diera por jugar con los millones, pues los haría mierda.

—Porque no tengo cómo comunicarme contigo, y como comprenderás, no podía quedarme a esperarte hasta las seis… Gracias por lo que has hecho, ya puedes volver a tu casa.

—¿Irme a casa?  Ni de coña, Cobra, voy con ustedes.

—No, vete a casa…

—Ya dije que no —determinó—. O me voy contigo o me voy por mi cuenta.

—¿Sabes usar una de estas? —preguntó Rayne, mostrándole el arma que llevaba en las caderas.

—Claro —respondió instantáneamente.

Mientras Cobra resoplaba molesto y lo miraba fijamente, gritándole con la mirada que se largara, no quería que también terminara embarrado de mierda.

Rayne lanzó la Glock, y Wagner consiguió atraparla ágilmente, para que vieran que no era primera vez que tenía una de esas en las manos. La revisó, percatándose de que estaba cargada.

—Gavião, vete a tu casa —dijo Alexandre con los dientes apretados.




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