Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 57

Luana se encontraba en el palco del Club Hípico, mientras sus dedos pulgares se movían con gran agilidad al escribirle a Oscar antes de que su tío regresara de los establos, a donde había llevado a Jonas para que viera los caballos.

Él le había escrito muchos mensajes, pidiéndole disculpas por aquel beso que a ella la desestabilizó por completo, tanto, como para no volver a pedirle a su padre que la llevara con los Garnett. Por mucho que quisiera ir para tener noticias de Elizabeth o ayudar a Rachell con Violet prefería no hacerlo y mantenerse alejada de Oscar. En su situación no podía embarcarse en ilusiones de adolescentes, debía ser madura y comprender que ese tiempo para ella ya había pasado; además, él tenía su novia.

Si deseaba saber de algo prefería llamar a Luck, quien no la incomodaba con insistentes miradas, era ella que a pesar de verlo todo el tiempo todavía se sentía nerviosa a su lado, aún era como estar viviendo una quimera y le costaba mucho creer que eran amigos.

En su respuesta, seguía diciéndole que no se preocupara, que no había vuelto a su casa no por culpa de aquel beso que nació de la desesperación y temor por el secuestro de Elizabeth, que comprendía ambos estaban muy sensibles por todo lo que estaba aconteciendo. Mentía, diciendo que para ella solo fue un impulso de consolación y que no había podido regresar porque debía ir a clases por las mañanas y por las tardes cuidar de Jonas, a quien también tuvo que llevar esa semana al pediatra por sus vacunas.

«¿Por qué no me has preguntado por Elizabeth?»

Había sido el penúltimo mensaje, ese que llegó antes de que su tío se llevara a Jonas y que tuvo que esperar por unos diez minutos para ser respondido.

Le dijo que todos los días hablaba con Luck y que él la mantenía al tanto de la situación.

El siguiente mensaje le pareció un reclamo, pero no podía asegurarlo, porque a los textos se solía dar la connotación que uno deseaba, así que prefirió pensar que ese «con él hablas todos los días y en todo momento, ¿será porque es mejor amigo que yo?» había sido un simple comentario.

—¡Mami! ¡Mami! —La llamó Jonas, que se acercaba corriendo con sus pasitos cortos, siendo muy seguido de cerca por su tío.

Inmediatamente dejó el teléfono en la mesa y le ofreció los brazos a su hijo, quien lucía tan tierno vistiendo su ropita de equitación. Ya se lo había comido a besos en varias oportunidades, pero no tenía suficiente.

—Vi los caballos —dijo al tiempo que ella lo cargaba y se lo sentaba en las piernas.

—Sí, ¿te gustaron? —preguntó y le plantó un beso en la mejilla. 

—Sí, son muy grandes y hacen jiiii jiiii. —Trataba de imitar el relinchido de los caballos, arrancándole una carcajada a su madre.

—Así hacen, es cierto —dijo sonriente.

—¿Quieres una limonada? —preguntó Marcelo ubicándose en el asiento al otro lado de la mesa, y no pasaba desapercibido que el teléfono de Luana no dejaba de vibrar con mensajes entrantes—. ¿Es tu padre? —preguntó mirando el aparato.

—No, es un amigo.

—¿Se puede saber qué amigo? —preguntó al tiempo que le hacía una seña al mesonero para que se acercara.

—Es solo un amigo —repitió sonriente.

—Ya eso lo dijiste.

—Es el hermano de Eli, estábamos hablando de ella.

—¿Siguen sin tener noticias? —preguntó y en ese momento llegó el mesonero—. Dos limonadas y un Hibiki veintiuno —pidió.

—Y un helado —intervino Jonas todo sonrojado por haber estado al sol.

—Ya papi te pidió limonada. —Le comentó Luana.

—Pero quiero helado —dijo bajito.

—Está bien, cambia una limonada por un helado —habló Marcelo—. ¿De qué lo quieres? —preguntó dirigiéndose al niño.

—Mango.

Marcelo asintió y el joven mesonero anotó en la libreta el pedido.

—¿Cuántos caballos vas a correr?

—Saqué tres yeguas —respondió—. Alabama, Nebraska y Loreta.

—Mi favorita es Nebraska, es la que parece un dálmata, ¿no?

—Sí, es esa.

—Mami. —Jonas habló bajito mirando a su madre a los ojos—. Tengo que ir al baño.

—Yo lo llevo. —Se ofreció Marcelo, se levantó y atendió a su niño, que le ofrecía los brazos—. No te muevas de aquí. —Le suplicó. Imposible no estar paranoico cuando estaban viviendo tan de cerca una desaparición, y si algo le pasaba a la luz de sus ojos, definitivamente enloquecería.

—No iré a ningún lado —dijo sonriente y apenas su tío le dio la espalda volvió a agarrar el teléfono.

—Gracias, papi —dijo Jonas mirando a Marcelo a los ojos mientras le desabotonaba el pantalón para que pudiera haces pis.

Él le sonrió y en todo momento le ayudó, después lo llevó a que se lavara las manos. Volvió a cargarlo para regresar a la mesa.

—Papi, ¿podemos ir a ver los caballos otra vez? —preguntó Jonas, quien hablaba con las limitaciones de su edad, pero se dejaba entender bastante claro.




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