Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 58

Apenas Alexandre recuperó la conciencia lo primero que pidió fue un teléfono para comunicarse con su hija, necesitaba desesperadamente hablar con ella y asegurarle que estaba bien, porque no tenía la más remota idea de cuánto tiempo había pasado desde que perdió la razón en aquel callejón donde experimentó algo realmente extraño, que le dejó una sensación muy vívida.

Casi podía escuchar la voz de Branca haciendo eco en sus oídos, era como algo lejano pero realmente claro, fue escalofriante y al mismo tiempo reconfortante escucharla y recordarla tan nítidamente, tanto, que tenía miedo a contarlo por temor a que pensaran que estaba enloqueciendo.

La doctora le aseguró que solo llevaba quince horas en el lugar y que debía permanecer por lo menos cuarenta y ocho más en observación, porque todavía estaba muy débil. Había perdido mucha sangre y tuvieron que hacerle una transfusión, por lo que debían monitorear alguna reacción adversa.

Él estuvo completamente seguro de que ni de mierda iba a quedarse ahí por tanto tiempo, ya encontraría la manera de fugarse de ese dispensario, no tenía tiempo para quedarse a esperar si su organismo iba a rechazar o no la sangre de quién sabe quién, que corría por sus venas.

—Necesito un teléfono, tengo que llamar a mi hija. —Le pidió a la mujer que vestía de celeste. Sentía mucha sed, tenía la boca pastosa, casi seca, pero primero debía hablar con Luana.

—Está bien, le pediré a su acompañante que entre —respondió la mujer a la petición del paciente y salió del pequeño cuartucho que compartía con otras personas y que su privacidad se limitaba a las divisiones con cortinas.

Como cinco minutos después entró Wagner, vistiendo una bata quirúrgica celeste y un gorro en el mismo color, que no podía guardar esa mata de rastas, por lo que lo tenía medio puesto.

—Pareces un marica —expuso Alexandre su primera impresión al verlo.

—Solo ahora, pero tú lo pareces todo el tiempo. —Él jamás imaginó sentir eso, pero lo cierto era que estaba feliz de verlo bien, algo pálido pero bien.

Se daba cuenta de que lo odiaba, que odiaba al puto capoeirista con su insuperable ego, odiaba a su rival; a pesar de ese sentimiento tan intenso, no deseaba que algo malo le pasara, ni siquiera porque le había robado a la mujer que amaba.

—¿Me prestas tu teléfono? Necesito llamar a mi hija, debe estar preocupada.

—¿Tienes una hija? —preguntó muy sorprendido. Conocía a Cobra desde hacía unos tres años y jamás imaginó que tuviera una hija.

—Sí, la tengo —dijo con impaciencia, pidiéndole el teléfono con un gesto de la mano—. ¿Acaso no lees los diarios?

Wagner metió su mano por debajo de la bata quirúrgica y buscó su teléfono en el bolsillo de sus vaqueros, lo sacó y se lo entregó.

Alexandre lo recibió y marcó el número de su hija, después de dos repiques ella contestó.

—Cariño…

—¡Papi! ¿Estás bien? ¡Estaba muy preocupada! Me he cansado de llamarte y tu teléfono está apagado, ¿por qué?

—Luana…, Luana —hablaba, tratando de interrumpir la descarga de preguntas—. Estoy bien, el teléfono se me descargó, siento no haberte llamado antes, estuve algo ocupado. —Mintió, lo que menos le diría era que estaba en un dispensario recobrando fuerza, después de que una bala casi lo manda al infierno. 

—¿Vas a venir?

—No, cariño, ahora no puedo, pero prometo que mañana por la noche iré. Bueno, no puedo hablar mucho, porque el teléfono es prestado. Dale a Jonas un beso de mi parte.

—Está bien, comprendo que estés ocupado, pero en cuanto tengas tu teléfono cargado me llamas… Te quiero.

—Te prometo que lo haré… También te quiero, mi niña —dijo las últimas palabras muy bajito, casi en un susurro, porque toda la vida le había costado ser expresivo en público.

—¡Qué manera de mentirle a tu hija! —dijo Wagner recibiendo el teléfono.

—Si le decía la verdad iba a preocuparla más de la cuenta, guarda su número, por si llega a pasarme algo puedas avisarle… Se llama Luana.

—Voy a guardarlo, pero no creo que te pase nada… —dijo mientras le asignaba el nombre.

—Eso no podemos saberlo… No creo que la gente de Cruzeiro vaya a quedarse de brazos cruzados, y pienso que ya nos tienen identificados.

—Espero que no, Rayne y sus amigos terminaron con todos los que nos atacaron… —hablaba y en cuanto el número sincronizó con el nombre apareció la foto de la hija de Cobra—. ¡Estás de broma, cabrón! ¡¿En serio es tu hija?! —preguntó mostrándole la foto.

—Sí…

—Pensé que tendría unos cinco años… Es muy bonita, salió a la madre. —Sonrió con pillería.

—Quita tus malditos ojos de ella, más te vale que solo uses su número en alguna emergencia, de lo contrario has sido testigo de lo que soy capaz. —Las últimas palabras de su amenaza las dijo bajito, para que sus compañeros de habitación no escucharan.

—Es la verdad, es muy bonita, no se parece en nada a ti… —dijo sin poder apartar sus ojos de la foto en la que aparecía la chica con el cabello de medio lado, cubriéndole la mitad del rostro, y tenía una mirada bastante sensual. Parecía una modelo.




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