Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 59

Alexandre se paseaba frente a la casa como un león enjaulado, ya había tocado el timbre en varias oportunidades y no había recibido respuesta, era como si no hubiese nadie en el lugar, ni siquiera personal de mantenimiento, y eso era verdaderamente extraño.

Necesitaba asegurarse si había alguien en el lugar, si en realidad el maldito de Paulo, al que tenía unas ganas enormes de partirle la cara desde el momento en que ridiculizó a Elizabeth en la roda, estaba en esa casa.

Los minutos ayudaron a que su sangre bajara su temperatura y la velocidad de sus pensamientos; un poco más tranquilo dejó de pensar como el hombre enamorado, como el marido de Elizabeth y se apegó a la razón; permitió que su experiencia como fotógrafo forense y todo lo que había aprendido de la técnica pericial para encontrar un medio o fuente de prueba le ayudase a determinar si en esa casa había o no alguien o si lo había estado en los últimos días.

Y la mejor manera de saberlo era revisar en la basura, por lo que bordeó la gran propiedad, en busca de los depósitos, esperanzado que todavía no la hubiesen pasado a recoger.

Al encontrar los contenedores levantó las tapas, con su única mano que en ese momento era útil, contó con la fortuna de encontrar una bolsa, sin pensarlo la sacó y la tiró al suelo, apoyó un pie sobre ella para mantenerla inmóvil y la rasgó; sabía perfectamente que ese era un foco peligroso para infecciones y que una herida de bala era demasiado propensa a infectarse, pero a la mierda con eso.

Definitivamente, había alguien ocupando la casa, había restos de alimentos que todavía no llevaban más de veinticuatro horas, entre los desechos halló otra bolsa oscura más pequeña, sin pensarlo y llevado por la desesperación la abrió, encontrándose con desechos de productos femeninos, usados comúnmente cuando la mujer menstruaba.

Su respiración se hizo realmente irregular ante el hallazgo, con su única mano buscó su teléfono la maldita aplicación que Elizabeth había bajado y que compartían como un aviso para que supiera los días que no estaba disponible para tener sexo, regla que ya se habían saltado en varias oportunidades.

El aparato temblaba tanto que estaba a punto de escapársele de la mano, en cuanto vio que efectivamente, Elizabeth debió terminar su ciclo menstrual hacía muy poco, no tuvo más dudas. Su mujer estaba ahí, aunque esos fuesen los malditos tampones que ella tanto odiaba y no la preciada copa, que todavía no entendía cómo demonios se la ponía.

Dejó eso ahí porque tener la certeza no le servía de nada si no actuaba, bordeó la casa, buscando una manera de poder entrar, volvió al frente, y en ese instante lo vio venir caminando por la calzada mientras traía una bolsa.

Algo estalló en su interior, algo irrefrenable que lo llevó a correr con todas sus fuerzas para alcanzarlo; en cuanto este lo vio acercarse se echó a correr, pero no consiguió hacerlo por muchos metros, porque rápidamente lo alcanzó por la camiseta y tiró con tanta fuerza que se lo llevó al suelo.

El esfuerzo a él le pasaba la factura, el dolor en el hombro era bastante agudo, pero no lo suficiente como para que desistiera de matar a golpes a ese maldito.

Los últimos días había estado rodeado de mucha violencia; inclusive, él se había convertido en un hombre bastante violento y despiadado, había hecho cosas que jamás pensó hacer, se había relacionado con hombres sin escrúpulos que también se habían robado los de él, por lo que no se paraba ante nada, si tenía que matar a Paulo ahí en esa calzada lo haría sin dudar y sin pensar en las consecuencias.

—Dime dónde está Elizabeth —exigió a punto de grito, dándole una fuerte patada en las costillas.

Paulo se puso en posición fetal y aprovechó que Alexandre iba a formular otra vez la pregunta, esa fracción de segundo fue suficiente para que reaccionara y lo tumbara, cayendo a su lado se puso encima de él y con la furia de no saberse correspondido por Elizabeth porque amaba a ese maldito empezó a golpearle la cara con todas sus fuerzas.

Pero Alexandre era mucho más fuerte y tenía más furia contenida, por lo que le devolvía un derechazo tras otro, le llevó la mano al cuello y se lo apretó con todas sus fuerzas.

—Sé que tienes a Elizabeth, sé que la tienes… Dime dónde está, ¿dónde está, hijo de puta? —hablaba con los dientes apretados por la fuerza con la que apretaba el cuello de Paulo, quien estaba encima de él.

Paulo, en un intento por liberarse, trataba de alcanzarle los ojos, pero no llegaba, a pesar de que la falta de oxígeno le quemaba los pulmones y le nublaba la vista pudo ver un manchón de sangre en el hombro izquierdo de su atacante, por lo que intuyó que estaba herido, y no desaprovechó la oportunidad.

Le apretó fuertemente el hombro, enterrándole el pulgar en la herida.

Alexandre resopló ante el dolor que se hizo tan insoportable que tuvo que gritar y soltarlo.

Paulo aprovechó para volver a golpearlo, rodaron en el suelo y esta vez fue la oportunidad de Alexandre para tener la ventaja de estar arriba, con la furia cegándolo empezó a golpearlo, lo haría hasta hacerse añicos los nudillos.

—¡Dime dónde está! ¡¿Dónde la tienes?! —preguntaba, pero no tenía respuesta, y como no obtenía lo que quería sus arremetidas no paraban, y en poco tiempo la cara de Paulo estaba bañada en sangre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.