Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 62

El equipo de operaciones especiales, compuesto por más de treinta hombres, ya estaba apostado afuera de la casa de tres pisos de los padres de Paulo, donde Alexandre creía que él tenía a Elizabeth. Cada oficial estaba en posición, esperando la orden para invadir el lugar, rescatarla con vida y detener al secuestrador. Esa era su misión y no se permitiría ningún error.

Los hombres, vestidos de negro, con pasamontañas y hasta lentes infrarrojos se mimetizaban con la oscuridad de la madrugada, como sombras oscuras que se movían silenciosas por el patio y techo de la lujosa mansión.

Mientras los vehículos esperaban un par de calles más arriba y algunos vecinos observaban a hurtadillas por sus ventanas todo el extraordinario despliegue policial.

Otra cadena policial mantenía lo suficientemente alejada a la prensa, que como hienas pasaban día y noche fuera de la delegación, esperando el mínimo movimiento, por lo que no pudo escapárseles esa misión.

A ellos más que la seguridad e integridad de los ciudadanos involucrados, lo que verdaderamente le importaba era tener la primicia del rescate de la nieta de unos de los empresarios más importantes del país e hija del Fiscal General de Nueva York. Y con su afán no hacían más que entorpecer y muchas veces delatar sus acciones a los delincuentes.

—Les recuerdo —hablaba el jefe de operaciones por el micrófono mientras estaba agazapado contra la pared cerca de la puerta que daba al patio trasero—, que ninguno de ustedes debe poner su vida en riesgo, de no ser un caso extremo, y salvar a un delincuente no es un caso extremo… No sabemos con qué vamos a encontrarnos adentro, puede haber uno como pueden haber veinte hombres, y ellos no van a dudar en disparar, así que ustedes hagan lo mismo.

—Entendido, señor —respondieron en voz baja y asintieron con contundencia.

—Ahora vamos a rescatar a Elizabeth Garnett —ordenó el hombre, y haciéndoles señas con la mano puso a cada grupo en movimiento.

Los hombres empezaron a desplegarse por todos los ángulos de la casa, con la mirada fija a través de la mira de los fusiles de asalto y ametralladoras ligeras.

Las respiraciones y las miradas atormentadas, producto de los nervios, se escondía tras los pasamontañas y los lentes de seguridad. Para ellos, ese momento, la llamada hora de acción era fácil aunque estuvieran preocupados, sabían que sus reflejos responderían al mínimo ataque, también estaban  preparados para lidiar cuando todo pasara y la adrenalina bajara, cuando todos volvían a ser simples mortales, con los mismos miedos y nervios que poseían los que no contaban con sus entrenamientos.

Alexandre y Samuel no desistieron hasta que consiguieron participar en la operación, ellos querían estar ahí para que cuando Elizabeth fuese rescatada pudiera correr a la seguridad de los brazos de los hombres que amaba.

Querían entrar cuanto antes, sentían que los agentes se estaban tomando demasiado tiempo en actuar, ellos ya querían ponerla a salvo y llevarla a casa. Rachell estaba dentro de uno de los todoterrenos, siendo escoltada por dos oficiales; miraba fijamente hacia la casa, con el corazón desaforado, a la espera de ver a aparecer a su niña.

Estaba abrazada a la manta con la cual la cubriría para hacerla sentir protegida, una manta como esa con la que la envolvieron apenas salió de su cuerpo y se la pusieron sobre el pecho, quería que volviera a sentirse segura, a pesar de que ella como madre había fallado en su promesa de cuidarla por siempre. Ya quería que esa pesadilla terminara, era lo que verdaderamente deseaba en ese momento.

El equipo hizo entrada justo cuando tiraron abajo las puertas, los hombres en el techo descendieron en rapel, patearon las ventanas y entraron al tercer y segundo piso, invadiendo cada habitación del lugar.

—Habitación número uno despejada —habló el oficial que con la linterna de su fusil alumbraba el lugar que estaba en penumbras y vacío.

—Habitación número dos despejada.

—Vestíbulo despejado. —Seguían avanzando con cautela.

Rayos de luces provenientes de los fusiles se mesclaban entre sí en medio de la penumbra en el interior de la lujosa casa, en busca de eso que los había llevado hasta ahí; todos sabían que no estaría a simple vista, y que si Elizabeth se encontraba en ese lugar debía ser bajo llave.

En los oídos de Alexandre solo resonaba la palabra «despejado», cada vez que la repetían era como una bala que entraba en su cuerpo, un disparo certero que lo dejaba sin aliento.

Mandó a la mierda el protocolo de tener que estar detrás del culo del oficial que lo cubría, no necesitaba nada de eso, él había estado en situaciones de mayor riesgo y había vivido para contarlo. Así que aprovechó la confusión que brindaba la oscuridad y la tensión del momento para ir por su cuenta a revisar cada rincón de ese maldito lugar.

Con largas zancadas se alejó en busca de algún sótano, porque estaba seguro que la parte superior de la casa era lo bastante despejada y estaba muy a la vista de todos como para tenerla por ahí, donde se le haría fácil pedir ayuda o escapar.

Se paseó por cada rincón, buscó detrás de cada puerta y mueble, debajo de cada mesa, tanteó con sus nudillos cada pared, en busca de algún vacío, pero no halló nada, absolutamente nada.




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