Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 63

Alexandre llevaba más de dos horas revisando minuciosamente toda la información en el portátil que se había traído de la casa de Paulo, los ojos le ardían, suplicándoles que los dejara descansar; en realidad, todo su cuerpo requería de por lo menos un par de horas de sueño para no colapsar, pero él no se lo permitía, sabía que eso era un lujo que no podía consentirse.

Principalmente había revisado lo que estaba a vista de todos, documentos, fotografías, vídeos y todo tipo de información que era de fácil acceso, pero poco a poco fue escarbando, buscando en cada compartimiento oculto de ese dispositivo; jaqueó contraseñas hasta acceder a través del IP a los videos del sistema de vigilancia que el maldito tenía instalado. Automáticamente la pantalla se dividió en cuatro, mostrándole la habitación donde había tenido a Elizabeth desde diferentes ángulos.

Revisó grabaciones, pero todas habían sido borradas; aunque no lo suficiente para escaparse a sus conocimientos informáticos. Unos minutos después el corazón se le subió a la garganta y el estómago se le encogió al ver a una mujer acostada en la cama, estaba atada de manos y pies, en posición de crucifixión y llevaba puesta una capucha. Era Elizabeth, todavía llevaba puesta las fantasías de mariposas que había usado durante el carnaval.

Si querían pruebas ahí tenían más, no era conveniente mostrárselo a la policía; él no iba a hacerlo ni loco, porque no quería a ese hijo de puta preso, lo quería muerto, y él sería quien lo ejecutara.

Y como no quería que a Samuel Garnett le quedara la más mínima duda de que tanto Rachell como él no se habían equivocado con respecto a Paulo Morais, agarró su teléfono y le marcó.

 

Samuel apenas dejaba descansar la espalda en la cama para dormir por lo menos un par de horas y seguir en la búsqueda del maldito de Morais; sin embargo, estaba con la mirada perdida en el techo y con las lágrimas ahogándole la garganta, al recordar aquella sábana manchada, que en ese momento se encontraba en el laboratorio, confirmando algo de lo que él ya tenía certeza.

Inevitablemente a su mente asaltaban escenas de la violación de su madre, todo lo que ella sufrió, todo lo que gritó, y saber que su hija había pasado por lo mismo, sin que nadie pudiera escuchar sus gritos para ir en su ayuda le hacía polvo el alma. Estaba seguro de que cuando la encontraran no podría verle a la cara, no podría porque cómo le explicaría que le había fallado, que no había sabido protegerla.

Rachell se acostó sobre su pecho, ella también estaba destrozada, y eso, que él no le había dicho lo que habían encontrado en aquella habitación, ella no sabía que ahí estaban las pruebas de que su niña había sido abusada sexualmente por ese infeliz.

—Sam. —La voz apagada y ronca de Rachell, debido a las horas de llanto y la decepción se dejó escuchar en el silencio de la habitación—. ¿Estás dormido?

Él apretó su abrazo y le besó el pelo, trataba de reconfortar a su mujer, pero sabía que eso era imposible.

—No, sigo aquí, contigo —susurró tragándose las lágrimas.

—Cuando lo encontremos, si la policía lo encuentra, quiero sacarle los ojos, lo haré sin pena ni remordimientos… Tienes que encontrar la manera de que me dejen hacerlo; si no, nunca podré estar en paz. —Su voz cansada también estaba teñida de odio.

El zumbido del teléfono de Samuel vibrando en la mesita de noche lo alertó, era un número desconocido, pero igualmente no dudó en responder.

—¿Hola? —saludó con precaución.

—Habla Alexandre —dijo sin rodeos.

Samuel suspiró ante esa forma tan particularmente prepotente del marido de su hija.

—¿Qué tienes que decir? —preguntó a la defensiva.

—Necesito que venga ahora mismo a mi casa, supongo que sabe la nueva dirección…

—Amor, ¿quién es? —preguntó Rachell, viendo a su marido con el ceño fruncido.

—¿Es importante? —preguntó.

—No lo hubiese llamado si no lo creyera.

—Entonces voy para allá —anunció terminando la llamada.

—¿Quién era?, ¿qué pasó? —preguntó Rachell en el momento que su marido dejó el teléfono sobre la mesa y la hizo a un lado para levantarse.

—Alexandre, dijo que tiene algo importante —respondió en su camino al vestidor.

—Te acompaño. —Rachell se quitó la sábana y salió de la cama.

—No, cariño, será mejor que descanses, lo necesitas —dijo y caminó con largas zancadas, antes de que ella lo detuviera.

Rachell corrió al vestidor, alcanzándolo antes de que pudiera elegir cualquier prenda.

—Estás loco si crees que voy a quedarme acostada como si nada; además, ¿de cuándo acá eres tan cómplice de Alexandre? Si ni lo tolerabas.

—No soy su cómplice, y sigo sin tolerarlo, pero en todo lo que corresponda a mi hija puedo tragarme el orgullo y soportar a ciertas personas —comentó al tiempo que sacaba un vaquero. Se quitó el pantalón del pijama y con rapidez se puso la otra prenda.

—Bueno, a mí sí me agrada… Y me alegra que te estés dando cuenta de todo lo que es capaz de hacer por nuestra hija… —Mientras parloteaba se quitó la bata que llevaba puesta, quedando solo con las bragas, buscó un sostén y se lo puso—. Siempre decías que querías para Elizabeth un hombre que fuese capaz de dar la vida por ella, y estoy completamente segura de que ese balazo que tiene en el hombro es por estar buscándola…




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