Mariposa Capoeirista (libro 3)

CAPÍTULO 67 (PENÚLTIMO CAPÍTULO)

Al helicóptero le faltaba por lo menos un metro para tocar tierra cuando Samuel Garnett saltó del aparato y agazapado salió corriendo, al tiempo que le hacía señas al piloto para que se marchara; ellos debían llevar a los detenidos a la delegación, y él no podía esperar para ver a su hija.

Ya habían alertado a la seguridad aeroportuaria para que cesara cualquier actividad, ningún buque de carga podía salir hasta nuevo aviso; también pidieron todos los manifiestos de carga de la transportista Evergreen, para verificar cuál o cuáles pertenecían a la compañía Swire Pacific.

Ellos sabían que más personas de lo que deseaban estaban involucradas y que eso era una gran e intrincada red de delito internacional, desde agentes de aduanas, encargados en el reconocimiento aduanero de la mercancía que se transportaba, hasta agentes de los cuerpos policiales y militares de los países involucrados.

No solo se estaba hablando de tráfico de órganos, sino también de tráfico humano, muchas personas y gobiernos creían o hacían creer al mundo que la esclavitud dejó de existir hacía muchos años, pero lo cierto es que los traficantes de todo el mundo sabían perfectamente lo lucrativo que es comprar y vender personas, o simplemente sus órganos; incluso, más lucrativo que el mercado de las armas o drogas.

Samuel corrió para que le dieran información, sería tonto buscar entre el centenar de contenedores que había en el puerto, además de una terrible pérdida de tiempo. Si su hija estaba en un cajón de esos debía contar con muy poco oxígeno y lo que más temía era llegar demasiado tarde. Eso sí que no se lo perdonaría.

Más de sesenta hombres vestidos de negro corrían por el puerto, algunos apuntando a la espalda de trabajadores para que les ayudaran a agilizar la búsqueda.

Alexandre llegó corriendo hasta donde estaba Samuel, a la espera de que dieran la orden de intervenir, puesto que estaba bastante desorientado y no sabía ni por dónde empezar.

—Vamos a ese buque. —Le dijo Alexandre, señalando al gran navío verde. Ese que estaba pronto a zarpar cuando lo detuvieron.

Desde el centro de operaciones dividían los grupos para que fuese más rápida y organizada la búsqueda.

Alexandre y Samuel corrieron a la gran embarcación en compañía de seis oficiales más.

—Solo necesitamos encontrar los contenedores que corresponden a la empresa Swire Pacific, o nos llevará por lo menos una semana revisar todo esto —comentó Samuel bastante preocupado, mirando hacia arriba las pilas de contenedores.

—Esos están en la proa. —La voz nerviosa de uno de los operadores de carga informó, sintiéndose realmente intimidado por estar siendo apuntado con un fusil.

Todos salieron corriendo hacia la embarcación, sin esperar que el hombre dijera nada más.

En momentos como ese era que tanto los agentes especiales, como Alexandre y Samuel ponían a prueba su extraordinaria condición física, debían correr, escalar y saltar entre grandes contendores.

Todas las chicas y niñas, incluyendo a Elizabeth se sobresaltaron y sus corazones volvieron a latir apresurados cuando escucharon varios golpes sobre el techo del contenedor.

—Nos escucharon —susurró una de las jóvenes, aterrada—. Van a castigarnos…, van a castigarnos. —Chilló sin poder evitarlo, abrazándose a sus piernas.

—Silencio, solo guarden silencio. —Les dijo Elizabeth, temerosa de que lastimaran más que a ella a las niñas—. ¿Alguna puede ver por los orificios? Miren por los orificios —pidió, porque para ella hacerlo tendría que volver a arrastrarse y lastimarse más los tobillos, y ya le ardían demasiado.

—Me da miedo, si me ven los hombres malos me harán daño…, me harán mucho daño —dijo Karen, temblando de los pies a la cabeza.

—Pequeña, no lo harán, no podrán verte… Solo acércate y mira un poco, tenemos que luchar, tenemos que ser fuertes. —Elizabeth la alentaba—. Ya verás que no te pasará nada malo.

—¿Lo prometes? —Sollozó.

—Sí, lo prometo, no te pasará nada malo. —Sabía que no podía hacer ese tipo de juramentos, sobre todo en la situación en la que se encontraba, pero no podían darse por vencidas.

Karen se armó de valor y con su pequeño cuerpo trémulo gateó cuidadosamente hasta donde estaban los pequeños orificios que le habían hecho al contenedor para que ellas pudieran respirar.

—Solo veo agua, solo veo el mar —dijo chillando todavía más asustada.

—Mira por los de abajo. —Le pidió.

Volvieron a sobresaltarse al sentir más golpes provenientes desde algún lugar del exterior, después todas elevaron la cabeza para mirar al techo, donde escucharon pasos enérgicos.

—Karen, mira por los que están más abajo.

—Son los hombres malos y han visto que estoy espiando. —Sollozó ruidosamente y por temor se llevó las manos a la boca para atenuar su llanto.

—No, no pueden verte, cariño, están arriba… Karen, tienes que confiar en mí, no van a darse cuenta, mira una vez más, por favor —dijo, y soportando todo el dolor de sus tobillos desollados empezó a arrastrarse para llegar al otro extremo, donde estaban los orificios. 

Karen volvió a armarse de valor y se puso de rodillas para mirar por los orificios que estaban más abajo, no veía nada, solo al otro lado más contenderos, de pronto vio pasar un hombre vestido de negro y luego a otro, cargando unas armas.




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