Mariposas de Cristal

PRÓLOGO

-Abuela, ¿me cuentas un cuento? -pidió la niña, con una sonrisa llena de entusiasmo.

-Solo si prometes que luego te dormirás -respondió la mujer con una mirada tranquila.

La niña comenzó a saltar de emoción sobre la cama, lo que hizo que la señora dudara si realmente se quedaría dormida después de la historia.

-¿Qué historia te gustaría escuchar? -preguntó la mujer.

-La del santuario de las Mariposas -respondió la niña, sin recordar cuántas veces la había oído, pero con el mismo entusiasmo de siempre por escucharla nuevamente.

-¿Esa otra vez? -dijo la mujer, sorprendida.

-Sí, es mi favorita -afirmó la niña, acomodándose en el regazo de la mujer mientras abrazaba a su pequeño amigo fiel y las sábanas la rodeaban, dándole calor y confort.

La mujer acariciaba suavemente el largo cabello de la niña, con una ternura que envolvía el momento, mientras comenzaba a relatar la historia que tanto le gustaba.

Dicen que hay lugares que guardan secretos conocidos solo por el viento, y otros que esconden historias que solo se revelan cuando se escucha con el corazón. Este es uno de esos lugares, y esta es una de esas historias.

Había un hombre, perdido en su propio pasado, luchando por liberarse de una melancolía que ahogaba su corazón y le robaba el aire.Sentía que no tenía rumbo, que cada camino que tomaba no era el suyo, como si estuviera atrapado en la desorientación.

-¡Hasta que la encontró a ella! -interrumpió la niña con entusiasmo.

-No te adelantes, pequeña lumina -dijo la mujer con dulzura, su voz cálida y suave como siempre.

En uno de sus días de búsqueda, mientras caminaba por un sendero solitario, el hombre tropezó con un pequeño camino oculto en el corazón de un espeso bosque.

Aunque su mente le advertía que no debía seguirlo, pues era un sendero desconocido, su corazón sentía una extraña conexión, como si algo invisible lo llamara a seguirlo, guiado por una fuerza inexplicable.

Era como si el destino mismo lo condujera por ese pequeño camino.

Al mirar a su alrededor, su atención se detuvo en una mariposa que volaba cerca de él. El hombre quedó fascinado, pues la mariposa desprendía un resplandor único, algo que jamás había visto antes.

La mariposa se posó suavemente en una rama de un árbol, y el hombre, cautivado, pudo contemplar su color: un azul tan cálido y profundo, que parecía tener la esencia de un violeta encantado, como si las estrellas mismas se hubieran reflejado en sus alas.

La pequeña criatura comenzó a flotar delante de él, guiándolo por el sendero con una gracia misteriosa. El hombre no sabía exactamente por qué la seguía, pero había algo en su ser que lo impulsaba, como si la mariposa fuera su guía en un viaje más allá de la comprensión.

Tras caminar un trecho, llegaron a una estructura diminuta y resplandeciente, de un blanco puro que casi parecía brillar por sí mismo. Sus vidriales, decorados con imágenes tan delicadas como sueños, reflejaban la luz del sol en destellos tan mágicos que parecían danzar en el aire.

Cuando el hombre se acercó a las puertas de esa edificación, algo extraordinario sucedió. Al abrirse, una multitud de mariposas de todos los colores posibles emergió en un torbellino, iluminando el espacio con sus alas vibrantes y resplandecientes, como si el mismo universo hubiera dejado escapar un destello de su magia más pura.

Al adentrarse en aquel lugar, el hombre se sorprendió al descubrir que su interior era mucho más vasto de lo que había imaginado desde afuera. El espacio estaba adornado con una variedad de flores que parecían susurrar secretos al viento; algunas colgaban delicadamente del techo, mientras otras reposaban en macetas, como guardianas de un jardín encantado. Mariposas danzaban suavemente en el aire, pero lo que realmente llamó su atención fue cómo más y más mariposas se congregaban alrededor de algo, como si protegieran un misterio.

Con cautela, se acercó, y al hacerlo, todas las mariposas se apartaron en un suave susurro, dejando al descubierto a una joven, de espaldas, como si hubiera sentido su presencia o, quizás, ya lo estuviera esperando. En el momento en que ella se giró, sus miradas se encontraron en un instante suspendido en el tiempo.

El hombre, completamente cautivado, no pudo apartar la vista de ella. Su cabello caía en ondas suaves y perfectas, tan largo que rozaba sus caderas, como si cada hebra estuviera tejida con hilos de luna. Su rostro, como salido de un sueño, irradiaba una serenidad hipnótica, y sus ojos, de un azul tan profundo y cálido, brillaban como el sol filtrado a través de las hojas, al igual que su cabello, creando una imagen que parecía provenir de otro mundo...

La mujer pausó su relato al notar que la respiración de la pequeña se había vuelto más tranquila y pausada. Al mirar hacia abajo, la vio con el rostro sereno y relajado, profundamente dormida.

No importaba cuántas veces contara la historia, siempre se quedaba dormida a mitad de camino. A pesar de su amor por la narrativa, nunca había llegado a escuchar el final completo.

Cada vez que la relataba, parecía que la historia tenía un efecto mágico sobre la niña, como un suave sedante, impidiéndole descubrir el desenlace que tanto ansiaba.

Como si ella misma necesitara experimentarlo para forjar su propia historia.

Laujer se levantó cuidadosamente de la cama, con la intención de no despertar a la niña. Al ponerse de pie, cubrió a la pequeña con las sábanas y le dejó un suave beso en la mejilla.

-Que tengas dulces sueños, mi pequeña lumina.




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