Cuando era pequeña, algunos me llamaban imperativa, otros decían que era demasiado creativa, y las malas lenguas me calificaban de cada vez más loca.
Quiero pensar que esto no es un defecto, sino que simplemente prefiero no sobrepensar las cosas. En la mayoría de los casos, no quiero analizarlas con demasiada claridad.
Una brisa suave y relajante acaricia mi rostro.
Cuando era pequeña, solía imaginar que, al estar rodeada de naturaleza, el aire entre los árboles susurraba y hablaba, gritando cosas que no podían ser expresadas con palabras. Pasaba horas bajo tres pequeños árboles en la casa de una tía, convencida de que me hablaban, contándome cómo había ido su día.
Sin embargo, siempre me decían que no había mucha diferencia en sus historias.
Siempre que sus ramas daban frutos, les pedía permiso, ya que sentía que estaba tomando lo que eran sus propios hijos. Sonrío suavemente al recordar esos momentos.
A veces, todavía creo que los árboles se comunican a través del viento y el agua lo hace por medio de sus olas.
Y tal vez esté un poco loca, pero prefiero pensar que tengo una mente creativa.
– Hola a ti también — digo mientras saludo a los árboles, mientras otra brisa envuelve mi cuerpo.
Doy una última mirada al bosque antes de regresar a la habitación.
Es un espacio amplio pero sencillo. Tengo una cama bastante grande para una sola persona, con dos mesitas a los lados. Hay una puerta que supongo que será el baño, y otra que, al acercarme, descubro que es un gran armario.
Miro a mi alrededor, pensando en lo que debo cambiar. Las mariposas no las pienso quitar, pero sí tengo claro que esa alfombra horrible bajo la cama no se quedará.
Al salir de la habitación y bajar al primer piso, veo a mi madre despidiéndose de la señora. Ella me mira, me saluda con la mano, y yo le devuelvo el gesto con una sonrisa.
– ¿Y bien, qué te pareció? — pregunta mi madre después de despedir a la mujer, mientras suelta un suspiro.
– Es acogedora y me encanta el balcón de la habitación — respondo sonriendo.
– Cuando vine a ver la casa por primera vez, un presentimiento me decía que esta sería la que elegirías — ríe suavemente mientras se acerca a abrazarme.
– Sé que este es un nuevo comienzo, y tal vez al principio no sea fácil, pero recuerda que siempre estaremos las dos para aligerar un poco la carga, porque si tú puedes... — dice, apartando su cabeza de mi hombro para mirarme a los ojos.
– Tú también puedes — termino su frase. — Y juntas podemos más — decimos ambas al mismo tiempo.
Nos sonreímos entre nosotras, mientras escuchamos las bocinas de un auto sonar afuera de la casa.
– Deben ser los de la mudanza — exclama mi madre, levantándose de mi lado.
Y tenía razón con lo de la mudanza. Un rato después, comienzan a subir algunas cajas que pertenecen a nuestras habitaciones. Les indico cuál es la mía para que dejen todas mis cajas allí y luego las otras en la otra habitación.
¿Eran tantas cosas? No recuerdo que fueran tantas.
El sol se oculta, dando paso a una bonita tarde, y no solo se despide el sol, sino también los de la mudanza.
Subo a mi habitación, ahora llena de cajas, pero decido ignorarlo y me dirijo nuevamente al balcón.
Creo que este será mi rincón favorito de la casa.
Miro el cielo, teñido de un color anaranjado y amarillo que resulta hipnotizante a mis ojos.
A veces pienso que el día pasa más rápido de lo normal porque intenta alcanzar a la luna, su amor, un amor que puede ver desde lejos pero solo en ciertas ocasiones del año.
Un amor imposible que no se rinde.
Pero hay otros días que son lentos y abrumadores; en esos días, el sol se rinde y pierde la esperanza de unirse a su amada.
Otra locura, según muchos.
– Deberías descansar, tienes todo el fin de semana para organizar tus cosas. Ya el lunes comienzas a estudiar — dice mi madre a mis espaldas, asustándome. No me di cuenta de cuándo entró.
La miro y veo que tiene en las manos un sándwich y un vaso, que supongo que contiene jugo.
– No puedes descansar con el estómago vacío — sonríe mientras deja la comida en la mesita de noche.
Mueve su dedo por la superficie, notando lo sucia que está.
– Hay que limpiar esto — dice, y yo asiento, dándole la razón.
Es un milagro que tanto polvo no le haya causado alergia.
– Cambia las sábanas de la cama, come y duerme, niña — exclama, y luego me da un pequeño beso en la frente antes de salir de la habitación.
En medio del montón de cajas, trato de identificar cuál tiene los edredones de cama, pero al no poder hacerlo, decido abrirlas hasta encontrarlas.
Abro varias sin prestarle demasiada atención a su contenido, simplemente echando un vistazo rápido para ver si son los edredones o no. Al final, mañana prestaré más atención a todo, ya que será el día en que comience a organizar.
Al abrir una caja, detengo mis movimientos y me siento sobre ella, centrando toda mi atención en lo que hay dentro: una foto.
La tomo entre mis manos y pienso que las fotografías son puertas a otros mundos. No solo capturan un momento, sino que conservan el tiempo y crean recuerdos.
Al cerrar los ojos, nos encontramos nuevamente en ese instante de la fotografía, reviviendo el momento una y otra vez.
A veces pienso que desearía quedarme en ese universo donde hay algo que anhelo.
Un susurro triste escapa de mis labios, formando la palabra:
Papá...