Mariposas de Cristal

4. Pasatiempos

Cuando menciono que hago manualidades, hablo de un único pasatiempo, aunque mi mente siempre explora miles de ideas.

La simpleza de esta frase, simpleza que parece repetirse, me suena como si intentara convencerme a mí misma de algo más.

Desde niña siempre fui creativa, con una imaginación inquieta y una curiosidad que nunca se apagaba.

Lo sigues siendo

Exacto, pero además de todo eso, mi mayor defecto siempre fue aburrirme muy rápido de las cosas.

Desde pequeña, cualquier pasatiempo lograba entretenerme, pero mi obsesión por él solía durar, como máximo, un mes. En la actualidad ya no es así, aunque aún me cuesta decidirme por un solo pasatiempo.

Sin embargo, los que he logrado mantener a lo largo del tiempo son tocar el piano y seguir explorando mi creatividad.

Lo observó a un lado de la habitación mientras acomodaba varios discos en un cajón.

Hacer manualidades, como pulseras, es algo que disfruto, aunque casi no lo hago a diario. Sin embargo, tiende a estresarme mucho cuando estoy a punto de terminar una y, de repente, se me daña todo el trabajo.

Y por último, está el ballet, una pasión que siempre me ha llenado de gracia y disciplina, aunque a veces exige más de mí de lo que imaginé.

Debo confesarlo: al principio, me adentré en el ballet por moda. Todas las niñas de mi escuela hablaban emocionadas sobre los hermosos tutús que usaban y lo elegante que se veían en clase. Me llamó la atención de inmediato, pero también sentí un poco de arrepentimiento al darme cuenta de que algo tan bonito traía consigo tanto esfuerzo y dolor.

Aun así, nunca he sido de las que se rinden fácilmente, así que me propuse aprender a amar lo que, en el fondo, siempre había deseado hacer.

Lo curioso es que, al no dominarlo desde el inicio, no perdí el interés tan rápido como con otras cosas. Al contrario, la dificultad me retó a profundizar más y a comprometerme de una manera que jamás imaginé. Ese reto constante transformó un interés pasajero en una verdadera pasión, algo que, en retrospectiva, no habría logrado si no me hubiera enfrentado a tantos obstáculos.

Con los años, todo ese esfuerzo valió la pena. El dolor, en lugar de desanimarme, se convirtió en una especie de maestro, ayudándome a crecer, a fortalecerme y a mejorar poco a poco. Hoy, el ballet no solo es un arte que practico, sino un reflejo de lo que soy: alguien que, a pesar de las dificultades, nunca deja de avanzar.

No solo me gusta bailar ballet; antes solía explorar otros estilos de danza, pero con el tiempo descubrí que el ballet tiene un lugar especial en mi vida. No es solo un género, es un universo completo donde, al cerrar los ojos, desaparece todo lo demás. En ese instante solo estamos la música, yo, y un escenario que muchas veces no es más que una creación de mi imaginación.

En el tocadiscos antiguo de la habitación suena La chica del bikini azul en vinilo, llenando el aire con una nostalgia que me resulta tan familiar como reconfortante. Mi amor por la música antigua tiene algo de peculiar; para algunos puede parecer infantil, y para otros, anticuado, pero para mí es una herencia invaluable.

Creo que este gusto lo debo a mi papá. La mayoría de los discos que atesoro eran de él, y a través de esas melodías siento que compartimos un lazo especial. Son pequeños fragmentos de su mundo que ahora forman parte del mío, envolviendo cada día en notas que cuentan historias de otro tiempo.

Todavía puedo ver con claridad esas tardes en las que el viejo tocadiscos llenaba la sala con melodías que ahora guardo como tesoros. Mi papá, cansado del trabajo pero siempre con una sonrisa, me invitaba a bailar. Aunque yo siempre me he sentido más seguro en el ballet, él tenía la paciencia y el amor para enseñarme otros ritmos: salsa, merengue, bachata. Sus manos guiaban mis pasos, sus palabras llenas de dulzura se aseguraban de que aprendiera cada movimiento con cuidado.

Recuerdo cómo girábamos por la sala, el sol colándose por las ventanas, el vinilo dando vueltas sin prisa. Él nunca dejó que me sintiera incapaz, incluso cuando mis pasos eran torpes y la música parecía ir más rápido que yo. Era su manera de recordarme que siempre habría tiempo para mejorar, para aprender y para disfrutar.

Hoy, esos momentos viven en mí con una mezcla de nostalgia y melancolía. Son recuerdos llenos de luz y de sombra, porque aunque los extraño con cada fibra de mi ser, también me llenan de gratitud por haberlos vivido. A veces cierro los ojos, y en medio de la música, puedo sentirlo todavía conmigo, guiando mis pasos, como si nunca se hubiese ido.

No voy a negar que lo extraño profundamente, pero he aprendido que quedarme atrapada en la melancolía solo hace que la herida duela más. Prefiero recordarlo a través de las risas, las anécdotas felices y esos instantes llenos de luz que compartimos juntos. Así, quizás el dolor se sienta menos como una pérdida y más como un eco de lo hermoso que fue tenerlo a mi lado.

Mientras termino de ordenar mi nueva habitación de pasatiempos, tarareo el coro de la canción que suena en el tocadiscos. La melodía me acompaña como si él estuviera aquí, observándome desde algún rincón, orgulloso de los pasos que doy, incluso cuando me tambaleo.

De pronto flash
La chica del bikini azul
En pronto flash
Cambió el color del mar

El gran espejo, que llegará en unos días, será la pieza final para este espacio. Con él podré practicar ballet, y quizás, en cada giro y en cada salto, sentir que todavía compartimos algo, un lazo invisible que ni el tiempo ni la distancia podrán romper.

Empiezo a mover los hombros al ritmo de la canción, dejándome llevar por su melodía de manera relajada, disfrutando cada nota como si fuese un abrazo agridulce del pasado.

Después de un rato, la canción llega a su fin, y con ella también concluye mi labor en la habitación. Me acerco al tocadiscos, detengo su giro, y coloco con cuidado el vinilo de nuevo en su sitio, junto a los demás. Antes de salir, me detengo por un momento y echo un último vistazo, observando con detenimiento el resultado de mi esfuerzo.




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