06:30.
La Zona 14 ya no es nuestra.
Hoy no somos solo el Escuadrón 6.
Hoy entrenaremos con otros dos grupos.
Los escuadrones de Riven y Eren.
No nos han dado muchos detalles. Solo una frase seca de Kael esta mañana:
—Quiero ver cómo reaccionáis ante lo impredecible. Las batallas reales no avisan. Ni se repiten.
La niebla es más espesa de lo normal. El suelo metálico retumba con cada paso. El aire huele a óxido y electricidad.
Al entrar en la zona principal, los vi.
Él.
Riven.
Alto. Postura relajada, como si estuviera en un bar y no en una instalación militar. Pero sus ojos… se mueven como cuchillas, barriendo el entorno, siempre listos para cortar. El cabello castaño oscuro, atado con descuido. Una sonrisa casi insolente en el rostro mientras habla con su escuadrón, que parece adorarlo o temerlo. No sé cuál.
Y Eren.
Más cerca de Kael en forma, pero diferente en fondo. La expresión de Eren no cambia. Es precisión. Una sombra contenida en un cuerpo entrenado para no fallar. Cada vez que sus ojos se cruzan con alguien, hay un juicio silencioso. A mí… ni me ha mirado aún.
Kael los saluda con una inclinación mínima de cabeza. Nada más.
Tres líderes. Tres estilos.
Un mismo propósito.
Nos alinean en formación. Los tres escuadrones juntos. Casi treinta soldados.
Tres facciones que aún no se conocen.
Y vamos a pegarnos.
Perfecto.
Combate aleatorio.
Cada persona enfrentada a alguien desconocido.
“No pienses. Reacciona”, nos dice Kael.
“No repitas patrones”, añade Eren.
“Y si te duele, aprieta más fuerte”, cierra Riven, con una risa burlona.
Genial. Esto promete.
Mi primer oponente es un chico del escuadrón de Eren. Más rápido que yo, pero demasiado lineal. Me lanza dos golpes circulares que puedo esquivar y aprovecho para desequilibrarlo con una patada baja. Gira bien, pero en el segundo contacto, mi codo le raspa la mandíbula. Lo oigo gruñir, no de dolor, sino de respeto.
—No está mal —dice, jadeando—. No pareces nueva.
—Pues lo soy.
Él sonríe. Se aparta. Me da el paso. Me ha dejado ganar.
No estoy segura de si agradecerlo o partirle la cara por condescendiente.
—
Después, el entrenamiento se vuelve más intenso.
Cadenas de dos contra uno.
Desarmes.
Técnicas bajo presión con luces estroboscópicas simulando ambientes alterados.
En una de ellas, veo a Riven luchando contra tres de sus soldados.
Y los desarma como si fueran maniquíes de tela.
Se ríe mientras lo hace. Como si eso lo alimentara.
Kael no ríe. Solo ajusta mis hombros cuando me desequilibro.
—Tu centro de gravedad está en tu ansiedad —me dice al oído.
No sé si me molesta o me obliga a respirar mejor.
Eren, por el contrario, parece un espectro. Corrige con palabras mínimas, pero cuando alguien falla, lo demuestra él mismo. Sus movimientos parecen diseñados por un algoritmo. Precisión sobre fuerza.
En una pausa, me quedo bebiendo agua mientras Elian se cura un corte leve.
Y entonces, alguien se me acerca.
Una voz.
—Tu bloqueo de pierna es una mierda, pero tu mirada no.
Es Riven.
Me mira de reojo, como si ya supiera que no va a olvidarme.
Como si ya supiera algo de mí que ni yo sé.
—Gracias… supongo —respondo.
—Me llamo Riven. Por si no te lo habían dicho ya. —Mastica chicle como si fuera parte del uniforme.
—Aileen.
—Ya sé.
¿Ya lo sabe?
Se aleja sin más. Dejando el comentario en mi cabeza como una granada sin detonar.
El entrenamiento termina tras cuatro horas. Cuerpos agotados. Piel marcada.
Y por primera vez, cuando nos dispersamos para la ducha, veo a Kael, Riven y Eren hablando entre ellos. No como superiores.
Como... algo más.
Viejos aliados. O enemigos funcionales.
Tal vez ambos.
No me ven. Pero yo los veo.
Y hay algo en esa imagen que me hace sentir que mi historia aquí apenas está abriendo una pequeña grieta.
Una por la que no dejará de entrar la luz.
Ni la oscuridad.
La comida no sabe a nada.
Podría tener sal, especias, o simplemente ser una masa gris y tibia; lo mismo daría. El cuerpo está demasiado agotado para protestar. Solo mastico y trago. Sin pensar. Sin mirar demasiado.
La gran sala está abarrotada. Tres escuadrones mezclados. Voces por todas partes. Bromas, risas contenidas, roces entre bandejas. El sonido de la normalidad artificial de un mundo donde cada día puede ser el último.
Kael está sentado en la mesa de instructores. No come. Solo bebe un líquido oscuro de una taza opaca. Su mirada va recorriendo las mesas sin detenerse demasiado en ninguna.
A mi lado, Elian habla con Thae sobre una de las maniobras del entrenamiento. Lorr está más callado de lo normal. Yo apenas los oigo.
Porque a unos metros de nosotros…
Riven, Eren y su grupo están sentados juntos.
Conversan, pero no con familiaridad. Hay un aura de control en esa mesa. Riven ríe una vez, Eren no se inmuta. El respeto que los rodea pesa más que el aire.
Y entonces, una figura vestida de gris se acerca a mi mesa.
—¿Aileen Vareen? —dice el guardia—. Tienes una llamada en el vestíbulo. Urgente.
Me tenso de inmediato. Miro a Kael instintivamente. Él no se inmuta, pero lo ha oído.
Me levanto sin preguntar. Algo dentro de mí presiente que no es un error administrativo ni una tontería.
Mi padre no llama porque sí.
El vestíbulo está casi vacío. El eco de mis pasos me acompaña hasta el punto de comunicaciones. Un cristal transparente y una línea de datos proyectada en azul. El operario me señala la cabina número tres.