10- Algo falta.
Llegué como siempre.
Auriculares puestos, mochila al hombro, mirada hacia adelante sin detenerme en nadie.
El mismo pasillo, los mismos ruidos, las mismas caras sin importancia.
Todo normal. Todo igual.
Hasta que no lo fue.
Mi vista se deslizó, como si mis ojos la buscaran por costumbre.
El asiento cerca de la ventana. El cuaderno con dibujos torpes en la esquina. Su cabello cayendo como cortina mientras escribía… todo eso que, sin saberlo, ya era parte de mi rutina.
Pero hoy… su sitio estaba vacío.
No hay cuaderno. No hay mochila.
No hay Hina.
No quise pensar demasiado. Tal vez solo llegó tarde. Eso pasa.
A mí también me ha pasado.
Aunque nunca sin avisar. Nunca sin una mirada de disculpa al entrar.
Ella no es de faltar. No sin motivo.
El profesor entró. Empezó la clase. Yo fingí escuchar.
Pero no lo hice.
Mi atención estaba atrapada en ese rincón vacío.
Y la verdad es que, por dentro, me estaba empezando a revolver.
Pasó media hora. Nada.
Cuarenta minutos. Tampoco.
La clase terminó, la siguiente comenzó.
La silla seguía vacía.
Y yo ya no podía ignorarlo.
Quería convencerme de que no era para tanto. Que no es mi problema.
Que quizás solo está enferma, o simplemente decidió no venir.
Pero mi estómago tenía otra opinión.
Y no me gustaba.
Cuando llegó el recreo, no fui a la cafetería.
Tampoco al jardín. Ese jardín que ahora sentía como nuestro.
En lugar de eso, me quedé en el pasillo, apoyado en la pared, viendo el pasillo por el que ella solía aparecer, siempre mirando el suelo.
Esperé unos minutos absurdos.
Nada.
Saqué el móvil por impulso.
La pantalla estaba vacía. Claro que lo estaba.
No tengo su número.
No tengo ningún maldito contacto con ella fuera de ese salón.
Y nunca me importó eso con nadie.
Hasta ahora.
Me crucé con Diana en el pasillo. Me lanzó una sonrisa falsa.
- Te ves perdido, Kai. ¿Buscas a alguien?
No respondí.
Solo seguí caminando. Mis pasos iban sin rumbo, pero mi mente estaba atrapada en una sola pregunta:
¿Dónde demonios estás, Hina?
Volví al aula antes que todos.
Me senté en mi lugar. Me incliné hacia su pupitre vacío.
Por un momento, me debatí si abrir el cajón de su mesa.
No lo hice.
No soy ese tipo de persona.
Pero quise hacerlo. Porque quería una señal. Algo que me dijera que estaba
bien.
O que al menos pensaba volver.
La última clase se arrastró como si el reloj estuviera roto.
Cuando sonó la campana final, no me moví.
El aula se vació. Ruido de mochilas, risas, pasos.
Y yo seguía ahí.
Sentado.
Esperando algo que no llegó.
Al final, me puse de pie. Fui hasta la puerta, y antes de cruzarla, miré hacia atrás.
Una última vez.
El asiento seguía vacío.
Y esa maldita sensación en el pecho… seguía ahí.
No quiero admitirlo, pero lo haré solo por hoy:
Me importa.
Y eso me asusta más que cualquier cosa.
No suelo hacer estas cosas.
Y no sé exactamente qué es esto.
Solo sé que no quiero irme a casa sin saber si ella está bien.
Cuando me doy cuenta, ya estoy caminando.
Primero sin rumbo, luego con un poco más de dirección.
Mis pasos me llevan por los pasillos del colegio, por los rincones que antes me daban igual.
La biblioteca. Vacía.
Los baños del segundo piso. Nada.
El jardín… ni rastro.
Siento la frustración apretar en mi mandíbula. Me obligo a tragarla.
No quiero parecer desesperado.
No quiero parecer preocupado.
Pero lo estoy. Jodidamente.
Y eso me jode aún más.
Reviso mi móvil otra vez, como si de pronto fuese a tener un mensaje suyo.
Ridículo.
Entonces se me ocurre algo: el casillero.
No sé por qué no lo pensé antes.
Voy hasta allí, tratando de parecer casual, como si no me importara si alguien me ve.
El suyo está cerrado, claro.
Y en apariencia, intacto.
Pero hay algo…
Una hoja mal doblada sobresale por la ranura.
Dudo un segundo. Luego, sin pensar mucho, la saco.