Más allá de las máscaras.

14- El casillero.

14- El casillero.
Punto de vista de Hina.
El día comenzó como cualquier otro. El mismo uniforme que no me quedaba del todo bien. El mismo desayuno que dejaba a medias. El mismo reflejo frente al espejo que intentaba convencerse de que estaba bien.

Y quizás sí lo estaba. O empezaba a estarlo.

Kai y yo hablábamos cada día. Nada muy profundo, pero tampoco superficial. A veces, con solo ver su nombre en la pantalla del móvil, sentía que algo se acomodaba en mí. Como si mi mundo roto estuviera aprendiendo a respirar sin crujir tanto.

Entré al aula con los auriculares puestos, tratando de ignorar el murmullo constante de los demás. Me senté en mi pupitre y abrí el cuaderno. Una página en blanco. Perfecta para esconderme.

Hasta que escuché la puerta abrirse de golpe.

No fue el típico clic de la manilla girando. Fue un golpe seco, apresurado. Alarmante.

Todos nos giramos al mismo tiempo.

Era profesor Ishida, el director de disciplina. Nunca aparecía en nuestra aula. Jamás sin avisar.

Tenía el rostro serio, tenso. Sujetaba una carpeta en las manos. Caminó hasta el escritorio principal sin decir palabra. Ni siquiera saludó. Dejó la carpeta sobre la mesa y nos miró a todos, uno por uno.

- ¿Kai está en clase?

Un susurro se deslizó entre los pupitres. Algunas cabezas se giraron hacia atrás. Mi corazón también.
Kai levantó lentamente la mano.

- Ven conmigo. Ahora.

- ¿Qué pasa? Preguntó Kai, frunciendo el ceño con evidente molestia.

- Ven. Sin preguntas.

Kai se puso de pie. Se le notaba tenso, pero caminó hacia la puerta con su paso habitual, como si no le importara. Pero yo lo conocía. O empezaba a conocerlo.

Le importaba.

Cerraron la puerta.

El aula estalló en murmullos apenas se fue. Algunos decían que había peleado. Otros que lo encontraron en la azotea fumando. Una chica incluso susurró que lo vieron salir del instituto anoche. Pero nadie sabía nada. Nadie sabía nada real.

Excepto que algo no estaba bien.

Pasaron veinte minutos. Luego cuarenta. Luego toda la clase.

Y no volvió.

Tampoco respondió a mis mensajes.
Ni dejó el móvil en línea.

Ese silencio me dolió. Me dolió porque lo conocía. Kai no se iba así. No desaparecía. Incluso cuando era distante, siempre estaba.

Cuando sonó el timbre del descanso, salí al pasillo casi por inercia. Lo busqué con la mirada entre la multitud. Me acerqué a su grupo. Nada. Nadie sabía. Nadie quería decir.

Hasta que alguien murmuró algo que congeló mis pasos:

- Escuché que llamaron a su madre. Que encontraron algo en su casillero…

No. No podía ser.

Corrí. No pensé. Solo corrí. Bajé al primer piso, entré al pasillo de los casilleros. Todo estaba igual. Excepto uno.

El suyo.

Estaba abierto.

Y vacío.

Me acerqué sin saber por qué. Sin saber qué esperaba encontrar. Quizás una nota. Una pista. Un rastro de él.

Y lo encontré.

Un papel. Arrugado. A punto de caer del fondo del casillero.
Lo tomé con manos temblorosas.
Lo abrí.

Era un dibujo.
Mi cara. Mis ojos. Mi expresión.

Y al pie, escrito con su letra desordenada, decía:

"A veces, lo que más necesitas salvar… no es a otro. Es a ti mismo."

Ese día, Kai no volvió a clase.
Y yo… me di cuenta de que no estaba lista para perderlo.

Me quedé allí, frente al casillero vacío, con el dibujo temblando en mis manos. Lo apreté contra mi pecho como si eso pudiera calmar el torbellino que me golpeaba por dentro.

No sabía qué me dolía más: no saber dónde estaba, o pensar que alguien como Kai… ese chico que parecía tenerlo todo bajo control, pudiera estar derrumbándose sin que nadie se diera cuenta.

O peor: sin que yo lo viera.

Salí del edificio. Caminé sin rumbo entre los pasillos del colegio, los árboles, el campo. Todo estaba lleno de voces, de gente. Y, aun así, me sentía sola.

Mis pies me llevaron hasta ese rincón escondido. Nuestro refugio.

No tenía una razón lógica para ir allí, pero mi corazón lo supo antes que yo.

Me detuve en seco.

Estaba sentado.
Kai.
Ahí, en el banco.

Con la cabeza agachada, los codos apoyados en las rodillas, el cuerpo como si pesara demasiado. La chaqueta arrugada, el cabello despeinado. Nada como el Kai desafiante que conocía. Este era otro. Era él, sin máscaras.

Me acerqué, sin hacer ruido.

- Sabía que vendrías. Murmuró, sin levantar la mirada.

Mi garganta se cerró. Me senté a su lado, con cuidado. No dije nada. No hacía falta.
Esperé.

- Pusieron algo en mi casillero. Dijo después de un largo silencio.

Un paquete. Fotos. Acusaciones. Todo falso. Pero suficiente para que duden de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.