16- Dudas y miedo.
Punto de vista de Kai.
No sé si fue su sonrisa tímida, su forma de mirar al suelo cuando hablaba, o esa manía de enredarse los dedos entre sí cada vez que estaba nerviosa.
Pero Hina me estaba calando. Muy dentro. Como si supiera llegar a partes de mí que ni yo entendía.
Y eso… me jodía.
Porque me gustaba.
Y lo que te gusta, te vuelve vulnerable.
El día había empezado raro. Muy raro. Me levanté antes del despertador, algo inusual. Tenía esa sensación incómoda en el pecho, como si algo fuera a estallar. Caminé hasta la escuela con los auriculares puestos, con la música a todo volumen, pero nada lograba tapar el murmullo de mi cabeza.
Cuando la vi en el pasillo, mi cuerpo reaccionó antes que yo. Me acerqué como si fuera algo normal. Como si no me importara que su presencia hiciera que el ruido de fondo desapareciera.
- ¿Dormiste? Le pregunté. Ni sé por qué. Era absurdo, pero quería decir algo.
Ella me miró como si hubiera estado esperando esa pregunta. Y asintió. Con esa suavidad que me mataba.
Nos sentamos en nuestro sitio habitual durante el recreo. No hablamos mucho. A veces Hina y yo no necesitábamos hacerlo.
Pero ese día… cometí el error de hablar más de la cuenta.
- Mi madre se va otra vez. Solté sin pensarlo, mirando al frente, sin enfrentar su mirada.
Ella parpadeó.
- ¿Otra vez?
- Sí… Va a trabajar a otra ciudad por unas semanas. Me encogí de hombros como si no importara.
Pero sí importaba. Mucho más de lo que quería aceptar.
- ¿Y con quién te quedarás?
- Solo. Como siempre.
Su mirada se suavizó. La sentí, aunque no la mirara. Y esa ternura suya me hizo enfadar, no con ella, sino conmigo mismo. ¿Por qué me afectaba tanto su compasión?
- No tienes que fingir que todo está bien, Kai. Dijo en voz baja, casi como si le hablara al aire.
Me levanté de golpe. No sé por qué. El estómago se me cerró, el pecho se tensó.
- No estoy fingiendo. Respondí, más seco de lo que quería.
Ella no respondió. Me miró, simplemente. Como si supiera que estaba mintiendo. Como si viera más allá de mis máscaras.
Y eso me dio miedo.
- Hina, no me mires así. No hagas eso… de querer entenderlo todo.
- No intento entenderlo todo. Solo intento… quedarme.
Su voz era suave, pero firme. Y eso fue peor.
Porque nadie nunca había dicho eso.
Nadie había querido quedarse.
Sentí un nudo en la garganta, y eso me cabreó más que cualquier cosa. Porque los nudos eran para la gente débil. Y yo no podía darme el lujo de ser débil frente a ella.
- ¿Sabes qué? Solté. No tienes que salvarme, Hina. No eres una heroína.
Ella frunció el ceño. No respondió al principio. Pero luego lo hizo, con esa calma que te desarma.
- No intento salvarte, Kai. Solo quiero estar cuando caigas.
No sé cómo me fui de ahí. Ni recuerdo el camino a casa.
Solo recuerdo su voz repitiéndose en mi cabeza, como un eco que no se apaga.
“Solo quiero estar cuando caigas.”
Llegué, tiré la mochila, me metí en la ducha con la ropa puesta. No era por limpieza. Era por frío.
Porque tenía frío por dentro.
Y no había manta que me lo quitara.
Me senté en el suelo del baño. El agua cayendo. El corazón latiendo a destiempo.
¿Por qué me alteraba tanto que alguien quisiera quedarse?
¿Por qué me aterraba más su cariño que su distancia?