17- Distancia.
Punto de vista de Hina.
Dicen que cuando algo cambia, lo notas primero en el silencio.
No en las palabras. No en los gestos. En el silencio.
Y eso fue lo primero que sentí.
El suyo.
No es que Kai hablara demasiado. Nunca lo hizo. Pero había un tipo de silencio que solía compartir conmigo, uno cómodo. Uno que no pesaba.
Este… era distinto.
Este pesaba como un invierno sin abrigo.
Lo noté en los detalles pequeños.
Que no me esperara en la puerta. Que no me buscara con la mirada entre clases. Que no hiciera ningún comentario sarcástico cuando accidentalmente dejé caer mis libros. Antes se habría burlado, con esa sonrisa ladeada que parecía esconder más de lo que decía.
Esta vez, solo los recogió. En silencio. Sin bromas. Sin mirarme siquiera.
- Gracias… Dije, insegura.
Él solo asintió. Y se fue.
Y yo me quedé con ese “gracias” flotando en el aire, como si fuera lo último que tendría para ofrecerle.
Intenté convencerme de que estaba paranoica. Que quizás solo estaba cansado. Que la vida a veces pesa, y uno se encierra en sí mismo sin querer lastimar a nadie.
Pero cuando una conexión tan sutil se daña, no necesitas pruebas para saberlo.
Lo sientes.
En el pecho.
En los ojos.
En las cosas que no se dicen.
Me obsesioné con recordar la última vez que me sonrió de verdad. No con educación. No por compromiso. Sino esa sonrisa genuina que nacía de su rareza, de su esencia.
No pude recordarla.
Y eso dolió más de lo que debería.
Me pasé la tarde dando vueltas por mi cuarto, sin lograr concentrarme. Ni los libros me atrapaban. Ni la música. Todo tenía sabor a ausencia.
Incluso revisé el último mensaje que me había enviado. Una simple nota, seca, casi mecánica:
“No iré mañana. Tengo cosas que hacer.”
No decía “nos vemos”, ni “cuídate”. Solo eso.
Y sí, no estábamos obligados a nada. No había promesas. No había acuerdos.
Pero cuando algo empieza a importar, no necesitas que esté definido para que duela.
Al día siguiente lo vi desde lejos, hablando con unos chicos que antes ni se acercaban a él. Se reía. O fingía que lo hacía.
Me escondí detrás de una columna, sin saber por qué. ¿Qué me pasaba? ¿Desde cuándo me importaba tanto?
Desde que empezó a quedarse.
Desde que hizo espacio en mi mundo… y me permitió entrar en el suyo.
Y ahora que lo sentía cerrarse de nuevo, como una puerta que se tranca desde dentro, la angustia era inevitable.
No intenté enfrentarlo. No ese día.
Me limité a escribir en mi libreta, con la letra temblorosa:
“A veces, las personas se van sin moverse de lugar. Solo se alejan, poquito a poco, hasta que ya no puedes alcanzarlas ni con las manos, ni con la voz.”
Y tal vez…
Kai se estaba yendo así.
Me acerqué, aunque todo mi cuerpo me gritaba que no lo hiciera.
Kai estaba con tres de sus amigos cerca del muro del patio, riendo por algo que no llegué a escuchar. Cuando me vieron llegar, uno de ellos ladeó la cabeza con una sonrisa burlona. Kai ni siquiera se molestó en apartarse o decir algo. Solo me lanzó una mirada fugaz, indiferente.
- ¿Podemos hablar? Pregunté, sintiendo cómo el mundo se me comprimía en el pecho.
Kai me miró un segundo más, luego se volvió hacia su grupo.
- ¿Ahora eres parte del club también? Soltó uno de sus amigos, y se rieron.
Kai no dijo nada, pero tampoco lo detuvo.
- Solo necesito un minuto. Dije, clavando la mirada en Kai.
Él resopló, cruzándose de brazos.
- No estoy libre ahora, Hina. Si es algo urgente, manda un mensaje o... lo que sea.
Lo dijo con una calma tan helada que me dejó sin aire.
Y todos sus amigos se quedaron en silencio.
No por respeto, sino porque esperaban mi reacción como quien mira un accidente en cámara lenta.
- ¿Eso es todo? Pregunté, en voz baja.
Kai alzó una ceja.
- ¿Qué más esperabas?
Y ahí se rompió algo.
Sentí que el aire me ardía en los pulmones, y por primera vez, no me importó estar rodeada.
No me importó que sus amigos me miraran.
No me importó el temblor en mis piernas, ni las lágrimas que ardían detrás de mis ojos.
- Esperaba que fueras tú. Dije, con la voz quebrada. Que si ibas a alejarte, al menos tuvieras el valor de hacerlo mirándome a la cara. No escondiéndote detrás de chistes ni amigos que ni siquiera saben pronunciar mi nombre.
Uno de los chicos murmuró un "uff", pero nadie rió.
- ¿Crees que no lo noto? Seguí. ¿Crees que no siento cómo te estás alejando? ¿Que no me doy cuenta de que te estás encerrando otra vez en ese lugar oscuro donde crees que nadie puede alcanzarte?