Más allá de las máscaras.

19- Pensamientos.

19- Pensamientos.

(Punto de vista de Kai)
Nunca fui bueno enfrentando miradas.
Menos cuando esas miradas ven más de lo que uno quiere mostrar.
Y la suya… la suya me perforó.

Desde que Hina me dijo todo aquello delante de mis amigos, no dejo de escuchar su voz en mi cabeza. No las palabras, sino el temblor que las sostenía. Ese temblor que te rompe más que cualquier grito.
Y lo peor… es que en el momento no hice nada para detenerla.
Ni para detenerme a mí mismo.

Mis amigos lo tomaron como una escena de esas que luego comentas con un “qué intensa” y sigues con tu vida.
Yo no pude.
Me quedé con su imagen dándose la vuelta, con la espalda recta, pero con un dolor que casi podía tocar.

Ese día, en vez de volver directo a casa, caminé sin rumbo.
Las calles parecían más largas de lo normal, como si el mundo quisiera darme tiempo para pensar.
Y pensé… demasiado.
Sobre por qué me alejé.
Sobre cómo, sin darme cuenta, empecé a construir de nuevo las paredes que ella había conseguido atravesar.

No era que ya no quisiera hablarle.
Era que… empezaba a importarme demasiado.
Y cuando algo te importa, duele más.
Yo no estaba listo para ese dolor.
Así que elegí el camino que siempre elegí: apartarme antes de que me apartaran.
Pero verla ahí, tan vulnerable, me hizo darme cuenta de que esta vez no era como las demás.
Que tal vez, al protegerme a mí, estaba destruyendo lo único bueno que había dejado entrar.

Llegué a casa tarde.
El silencio me recibió como siempre, pero esta vez no era un refugio, era un recordatorio.
Encendí el teléfono, abrí la conversación con ella.
No escribí nada.
¿Qué se supone que se dice después de algo así?
Perdón” me parecía insuficiente.
Lo siento” sonaba vacío.
No quería pedirle que me entendiera, porque yo mismo apenas me entendía.

Apagué la luz de mi habitación y me tiré en la cama, mirando el techo.
Me pregunté si ella estaría despierta todavía.
Si estaría pensando en mí, o si ya había decidido que no valía la pena.

No sé cuánto tiempo pasó, pero en algún punto me encontré con la decisión ya hecha.
No podía dejar que todo quedara así.
No podía permitir que mi silencio fuera la última palabra entre nosotros.

Al día siguiente, cuando llegué a la escuela, la busqué con la mirada… y ahí estaba.
Sentada sola, leyendo, como si el resto del mundo no existiera.
No me vio llegar.
Pero yo me quedé ahí, mirándola, sintiendo cómo todo dentro de mí me gritaba que me moviera, que dijera algo.
Y lo iba a hacer…
Hasta que alguien se me adelantó.

No era un amigo mío.
Tampoco alguien que yo hubiera visto con ella antes.
Un chico, alto, con el cabello despeinado y una sonrisa que parecía demasiado cómoda para ser casual.
Se inclinó hacia su mesa, le dijo algo que no alcancé a escuchar, y ella levantó la vista.
Sonrió.

No era una sonrisa como las que me había dado a mí antes… o tal vez sí, pero ahora la sentía ajena, y eso me revolvió el estómago.

Mis pies se movieron por impulso, pero me detuve a medio camino.
¿Qué iba a hacer? ¿Apartar a un tipo que ni siquiera estaba haciendo nada malo?
¿O peor… mostrar que me importaba cuando yo mismo había sido quien puso la distancia?

Me quedé observando, notando cada gesto.
Ella cerró el libro, él se sentó frente a ella.
Hablaron.
Rieron.
Y con cada segundo que pasaba, sentía que algo que había sido mío. Aunque nunca lo dije. Se me escapaba entre los dedos.

Tragué saliva.
Quise mirar a otro lado, pero no pude.
Era como ver un incendio y no poder hacer nada para apagarlo.
Y por primera vez en mucho tiempo, no estaba seguro de si la estaba perdiendo… o si ya la había perdido.

Cuando el timbre sonó, él se levantó, dijo algo más que la hizo sonreír otra vez, y se fue.
Ella se quedó un momento mirando la puerta, como pensativa.
Y ahí fue cuando decidí que no iba a seguir escondiéndome detrás de mi silencio.

Avancé hacia ella.
Y antes de que pudiera pensar en qué decir, ya estaba de pie frente a su mesa.

Ella levantó la vista al verme, y durante un segundo creí ver un destello de sorpresa… o tal vez solo era un reflejo mío queriendo encontrar algo.
No sonrió.
No frunció el ceño.
Simplemente esperó.

- Podemos hablar. Solté, más como una orden que como una pregunta.

Ella parpadeó despacio y luego cerró el cuaderno que tenía frente a sí.
-¿Ahora sí? Preguntó, con una calma que me incomodó más que cualquier enfado.




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