Prólogo
Mi hogar está aquí, dentro de una ciudad que por cierto, no es el lugar donde nací, pero es como ya dije, mi hogar. Llegué a esta ciudad pocos días después de cumplir los 14, hace aproximadamente 2 años atrás. Papá eligió Ciudad Tovar principalmente por dos razones. 1) Acá se encuentra el instituto «más seguro» del estado, y 2) el índice de esperanza para la formación de una familia está por encima del 0.24 %, lo que es bastante bueno considerando el resto de las ciudades del país, e incluso del continente.
Antes de mi llegada, e incluso antes de la década del 20, Ciudad Tovar era una hermosa colonia alemana ubicada en la parte más alta de una extraordinaria montaña, a la que se podía acceder a través de una empinada, angosta y serpenteante carretera que daba vértigo a morir. Ahora, esta pequeña colonia es no menos que una hermosísima postal que contrasta la magia de los bosques que la rodean, con un arrecife de coral formado por edificios imponentes, y justo en medio, cinco enormes rascacielos que se elevan por sobre las nubes como inmensas piedras de cuarzo, de hecho así las llaman: Las torres de cuarzo.
Desde cualquier punto de esta ciudad, incluso desde donde comienzan los bosques, –o terminan–, se pueden ver los silenciosos 1helitaxis surcando el cielo como pájaros que preceden la llegada de una tormenta. Solo en completo silencio, puedes escuchar el ligero silbido que provocan cuando están en el aire, mientras en las calles todo luce menos futurista, aun cuando la tecnología esta hasta en los cestos de basura. El futuro ahora busca más llevarnos hacia el pasado, busca mantener simple las cosas simples como un libro, un lápiz, una mochila, un suéter de lana o un árbol. La tecnología actual no pretende detener los avances ni desecharlos, solo busca abrirse camino sin perder contacto con lo que siempre fue la verdadera tecnología del ser humano: La naturaleza. Llegar a este pensamiento ha sido el mayor avance en la historia de la humanidad hasta los momentos, pero alcanzarlo ha tenido un precio muy alto, uno que parece fue pagado con la humanidad misma, o por lo menos con una parte de ella, una parte tan importante como la vida.
Antes de que todo sucediera –en la antigua civilización–, eran otras cosas las imprescindibles; daban por sentado que nunca iban a perder eso que hoy ya no tenemos.
Podías pasar la mayor parte del tiempo leyendo libros dentro de la biblioteca de la universidad, o vivir la misma agotadora y aburrida rutina todos los días de tu vida, podías incluso estar en cama dentro de un hospital sin saber hasta cuando estarías así, pero siempre, sin importar que tan distinta fuera la vida a tu al rededor, al final del día todo se resumía en cinco puntos elementales: salud, amor, dinero, personas y ser felices –¡sobre todo ser felices!–, esa era la palabra que lo englobaba todo, ese era el lugar a donde queríamos que fueran todos nuestros caminos. Pero ahora, en este mundo absurdo, ya no hay caminos habilitados hacia la felicidad; todos se han cerrado y debemos reinventarnos, debemos buscar una nueva manera –no de ser felices–, sino de vivir sin necesidad de serlo.
Desde que nací, o por lo menos desde que tengo uso de razón, mi vida ha estado bajo la sombra de una estúpida pregunta, una que da vueltas en mi cabeza y flota en cada lugar por el que paso. La busque o no, ella está presente en cada rostro que veo, en cada intento de sonrisa de cada persona, en todas las miradas perdidas que intentan fingir que todo está bien, mientras en su interior una voz repite una, y otra vez…
–¿¡Por qué!?–.
Esa es la pregunta con la que amanece todos los días este mundo en el que vivo, esta fría ciudad, y desde luego, es la misma pregunta con la que comienzo cada una de mis mañanas, aquí en esta ajada y solitaria habitación. Despierto en muchas ocasiones incluso antes de despertar, así que no es la luz del sol, ni los pasos de papá bajando las escaleras para preparar el café… no es ni siquiera el ya trillado sonido de los pájaros en el jardín, lo que me hace volver a la realidad, una y otra vez cada mañana, ¡No! Es solo una desgraciada pregunta que aun con los ojos cerrados, parece adelantarse a cualquier otra cosa que pueda percibir de afuera: de la calle, de mi casa o de donde sea que pueda venir algo que me despierte, y reclame mi atención solo por unos segundos.
Aun cuando hubo una época en la que cada quien tenía un por qué personal, uno que supondría un origen distinto al de otra persona, esto ya no es así, –o al menos no según como veo las cosas–. Papá por ejemplo, piensa que estoy equivocado, para él cada quien tiene una razón distinta a la de otros, para hacerse esta pregunta, pero si hay algo que estoy seguro papá no sabe, es cómo se siente vivir la vida siendo yo, –o por lo menos uno de nosotros–, cómo se siente vivirla desde ahora: sin poder amar, sin poder darlo todo por una madre, una hermana, una novia o una amiga, vivir sin llevar contigo por lo menos un recuerdo de ese mundo de donde muchos adultos vienen. Estoy seguro que cada mañana junto a mí, en cada hogar de este mundo complejo y aburrido, cada niño y cada adolecente se hace la misma pregunta, no solo al despertar o al ir a la cama, sino también a cualquier hora del día; lo hace porque no es una respuesta lo que buscan, lo que esperan en realidad es que esta pregunta nunca se hubiese hecho, que jamás hubiese existido. Al igual que yo, lo único que quieren es vivir al menos un día sin tener que preguntarse: