-Él-
1
Una vez que terminaba el instituto, subía al 1transporte y me sentaba al lado de una de las ventanillas para, de camino a casa, mirar las calles y las aceras de la ciudad. El centro de Ciudad Tovar estaba repleto de ancianos, señores, jóvenes y niños; todos cargados con esa misma e inconfundible mirada llena de vacío. Así era siempre antes y después de ir al instituto. No había descanso. De principio a fin solo había rostros masculinos con miradas que en su interior no daban señales de vida.
Luego de llegar a casa y atravesar la puerta principal, saludaba a papá, subía hasta mi habitación, me cambiaba el uniforme, iba al baño, me vestía con algo cómodo (casi siempre lo mismo que me quite esa mañana), y bajaba para tomar el acostumbrado café de media tarde con él. Allí conversábamos un rato sobre 1 LA NACIÓN, sobre cómo detectar a las pocas chicas que salían a las calles convertidas en hombres, sobre lo bien que lo hacían y sobre lo difícil que era detectarlas. Ambos veíamos la 1Tw por más de 90 minutos, la apagábamos entre las 21:15 y las 22:10, nos preparabamos algo de comer, cenábamos juntos en la mesa –la misma donde tomábamos el café–, preparábamos todo para él día siguiente, íbamos a nuestras habitaciones a las 22 y 30 de la noche, y ya en cama, revisaba mi teléfono hasta las 00:00 horas, la una e incluso las 02:40, como esa noche cuando me quedé dormido, mientras revisaba mi teléfono.
Algo así, era la típica rutina de mi vida todos los días. A veces más, a veces menos, pero nunca con algo lo suficientemente importante, como para descarrilarme a otra cosa.
Ya para la mañana siguiente era miércoles, lo que significaba que en el instituto habría 2 horas de receso, en vez de la hora acostumbrada de todos los días. Ese muy bien podía ser un fuerte argumento, para pensar que ese día podía tener algo diferente. ¡Pero no…! Que el miércoles fuera distinto al resto de los días, solo hacía que ese miércoles fuera igual a todos los miércoles, lo que era sin duda igual de terrible.
Luego de salir de la cama, tomar una ducha de 5 ó 6 minutos y colocarme el uniforme, bajé las escaleras hasta la cocina lanzando mi mochila y mi teléfono celular sobre el sillón de la sala, cinco minutos más tarde, la típica rutina que representaba el monótono inicio del día se estaba llevando a cabo: desayunaba cereales de sándwich de jamón y queso con jugo de naranja, mientras Yimi –el avatar e inteligencia artificial que controlaba toda la casa–, me ponía al tanto de mi agenda del día, básicamente trabajos que entregar en literatura e historia, y la cita del psicólogo que había sido pospuesta para la semana siguiente. Frente a mí, papá ya subía la última porción de sus cereales, a bordo de la cuchara trasparente que solía utilizar con casi todo lo que necesitara de una cuchara, mientras yo, apenas había logrado acabar la mitad de los míos. Después de desayunar, a papá le tomaba solo unos segundos aparecer en el auto ya listo para irnos. Era casi un acto de magia. Solo una conversación medianamente importante podía darme algo más de tiempo para terminar mi desayuno, así que lo miré, busqué rápidamente algo que preguntarle, y ya con una idea en mente, onomatopeyicé con la letra eme sin separar los labios como preámbulo.
–¿Con quién hablabas temprano…?
Hice todo por parecer realmente interesado.
–¡Cierto…! –respondió como si hubiese recordado algo importante. –Ha llamado el director del instituto.
–¡Ahh! –adolecí arrepentido por preguntar, devolviendo rápidamente la cuchara con cereal hasta el tazón. –¡Seguro es por la chica del auto! …Solo dile que estoy entrando en razón. –respondí subiendo de nuevo la cucharada hasta mi boca. –…porque …de hecho …creo que …lo estoy haciendo. –concluí masticando–.
–¿Es enserio?
–Por supuesto papá.
–Ok… ¡Está bien! –contestó levantándose de la barra embozando una sonrisa. –…Si es lo que quieres, te apoyo. –agregó irónicamente saliendo de la cocina hacia la puerta principal. Era la tercera vez en dos semanas que intentaba llevar a cabo esa decisión. Quise refutar su poca confianza en mí, pero antes de dar una respuesta, papá habló de nuevo.
–No tardes, te espero 5 minutos en el auto.
Una vez cerrada la puerta tras él volví a mis cereales, y terminé de comer las últimas cucharadas a velocidad record. Luego coloqué el tazón en el lavaplatos, y aun con la boca llena, limpié mi mejilla con la parte interna de la chaqueta del uniforme.