Abrí los ojos de golpe, de la misma forma en que sentí mis pasos apresurados detenerse.
Parpadee un par de veces. ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor. El lugar era desconocido, pero no me sentía asustada. Al contrario, había algo en ese entorno que me transmitía calma y por alguna razón se sentía familiar. El bosque se extendía en todas las direcciones, con árboles altos y frondosos. Por un momento, deseé quedarme allí para siempre, pero la lógica me trajo de vuelta: ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué está pasando? Lo último que recordaba era estar en mi habitación y tras una tarde cansada, acostarme a dormir.
Confundida, comencé a caminar. A medida que avanzaba, una serenidad inexplicable me invadía, como si aquel lugar me acogiera sin reservas. Era extraño, muy extraño, pero tan acogedor que incluso me pregunté cómo sería vivir allí. Sin embargo, descarté la idea rápidamente; mi prioridad era volver a casa.
Aceleré el paso y me sorprendió no encontrar a nadie cerca, el cielo azul resplandeciente me acompañaba en cada avance. Me sentí cansada, lo que hizo que mis pasos fueran más lentos, me permití inspeccionar una vez más el lugar.
Un hombre estaba sentado bajo un árbol, en una postura despreocupada, como si aquel fuera su lugar en el mundo. Me detuve en seco.
Me parece conocido.
¿Dónde lo he visto antes?
Mis pensamientos comenzaron a divagar. Por un lado, sentía curiosidad y cierta confianza inexplicable; por otro, no podía ignorar la posibilidad de que fuera peligroso.
Lo miré con discreción y me convencí de que no tenía por qué temer. Él hombre ni siquiera me estaba mirando. Parecía tan sereno, descansando.
Respiré hondo y decidí acercarme. Cada paso hacía que mi corazón latiera más fuerte, avancé hacia él y, con la voz temblorosa le dije:
—Ho… hola. Disculpe, ¿sabe cómo se llama esta calle? Estaba caminando y creo que me perdí.
Él alzó la vista hacia mí y sonrió con calma antes de levantarse. En ese instante, sentí como si el suelo desapareciera bajo mis pies. No. No puede ser posible. ¡Era él!
El chico de mi dibujo.
Él estaba mirándome con esos ojos marrones que parecían contener todas las respuestas que yo buscaba. Mi mente trató de encontrar una explicación lógica, pero no había ninguna. ¿Cómo es que yo pasé meses dibujando a este hombre que ni siquiera conocía?
Debía ser una coincidencia. Seguro lo vi alguna vez y mi mente retuvo su imagen.
—Hola —dijo finalmente, su voz cálida y envolvente—. Lo siento, pero no puedo responder a tu pregunta. Tampoco tengo idea de dónde estamos.
Su comentario me alarmó, pero respiré profundo, debía encontrar una salida.
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
Se encogió de hombros.
—No lo sé.
Su tono era amable, su expresión confusa, y yo no podía apartar la mirada de sus ojos, cada detalle de ellos eran iguales a los de mi boceto. Mierda, si... Era el hombre de mi dibujo. Su cabello castaño en persona se veía aún más brillante y suave.
Pero la familiaridad que sentía no era suficiente. Necesitaba una explicación o al menos volver a casa.
—Esto es… muy confuso —admití, tratando de ordenar mis pensamientos—. Estoy perdida. Necesito salir de aquí. Quizás haya alguien cerca que nos pueda ayudar.
Su ceño se frunció.
—Busqué por todas partes, pero no vi a nadie.
Algo más angustiada saqué mi teléfono del bolsillo de mi chaqueta de mezclilla y le hablé a Siri.
—Indícame el camino a la Calle de Echegaray 18.
“Para hacer eso, debes estar conectada a internet” Respondió el hombre en mi teléfono.
—¿Quién habló? —Preguntó horrorizado el chico de mis dibujos.
Le enseñé el teléfono con obviedad. Él solo me devolvió la mirada de desconcierto. No tenía tiempo para explicarle. ¿En esta época quién no conocía un teléfono inteligente?
—Lo siento, pero tengo que irme.
—Está bien, y lamento no poder ayudarte a encontrar el camino a tu casa.
Lo miré.
—Espera… —dije—. ¿Cómo sabes que la dirección que te di es la de mi casa?
Él sonrió nervioso.
—Lo supuse, Aria. Parece evidente que quieres encontrar un lugar seguro, como tu casa.
Fruncí el ceño. Su respuesta tenía sentido, antes de que dijera mi nombre.
—Está bien, eso puedo entenderlo, pero… ¿cómo sabes mi nombre?
Él suspiró cansado, como si se hubiese rendido a algo.
—Porque te he escuchado muchas veces decirlo.
Di un paso atrás, incapaz de procesar lo que acababa de decir.
—No entiendo de qué estás hablando, yo ni siquiera te conozco. ¿cómo es que tú me conoces?
Guardó silencio y me sentí aún más confundida. La calma de antes desapareció, negué con la cabeza y decidí alejarme.
Di media vuelta, nerviosa. Empecé a sentirme angustiada. No estaba entendiendo nada.
—Aria, espera —dijo él hombre detrás de mí. Sentí sus pasos cerca, pero no me detuve—. Yo no sé cómo hacer esto, yo tampoco lo entiendo del todo. No sé cómo llegaste hasta aquí, quizás tú tengas más respuestas que yo de este lugar. Ya que fuiste quien lo creó.
Mis pasos se detuvieron en seco.
Sentí un nudo en el estómago. ¿Qué yo cree este lugar? Sus palabras eran imposibles, pero su tono era tan firme que por un segundo dudé de mi propia percepción.
—¿De qué estás hablando? No, eso no es cierto. Yo no he creado nada. Esto no tiene lógica.
Él dio un paso hacia mí y yo retrocedí, aunque su gesto no era amenazante, más bien estaba lleno de calma.
—Aria, escúchame. Sé que suena muy loco y puede que no lo recuerdes, pero lo hiciste. Este lugar nació de ti, de lo que imaginaste.
El sonido de mi nombre en sus labios hizo que mi mente se detuviera. Una parte de mí quería ignorarlo y huir, pero otra, más profunda, sabía que había verdad en sus palabras.
—Esto es absurdo… —murmuré, llevándome una mano a la frente, tratando de asimilarlo.
Él extendió su mano y, con suavidad, tocó mi brazo. Su contacto fue como un bálsamo, disipando mi confusión y miedo al instante. Sin embargo, retrocedí con torpeza que hasta casi caigo.