Más allá del lienzo

Capítulo 5

Caminé entre las esferas de luz del Árbol de los Recuerdos, sintiendo cómo cada una parecía pulsar con vida propia, como si me llamaran en un susurro que solo yo podía escuchar. No pude resistir la tentación de tocar otra. Al hacerlo, una nueva imagen surgió frente a mí, nítida y vibrante: allí estábamos mi abuela y yo, en su vieja cocina, bañadas por la luz anaranjada del atardecer que se colaba por las ventanas.

Ella estaba de pie junto al fregadero, cortando cuidadosamente una manzana con su viejo cuchillo de mango desgastado. Su cabello, completamente blanco, brillaba como una corona bajo la luz. Yo, con apenas ocho años, estaba sentada a la mesa, sosteniendo un lápiz y una hoja de papel arrugada, intentando dibujarla mientras trabajaba.

—¿Qué te parece, abuela? —pregunté, levantando el boceto con orgullo.

Ella dejó la manzana y se giró para mirarlo, sus ojos azules iluminándose con ternura al verlo. Se secó las manos en el delantal y se acercó a mí.

—Es precioso, cariño. —Su voz era suave, cálida, como el abrazo que le siguió. Me rodeó con sus brazos y me besó la coronilla—. Aunque creo que olvidaste algo.

Fruncí el ceño, mirando el dibujo.

—¿Qué olvidé?

Ella señaló mi boceto con una sonrisa traviesa.

—Mi sonrisa.

Solté una risita y agarré el lápiz con determinación. Dibujé una gran curva en su rostro, exagerándola tanto que parecía más caricatura que retrato. Cuando terminé, ambas nos echamos a reír, su risa ligera mezclándose con la mía en una melodía que parecía llenar todo el espacio.

—Eso está mucho mejor —dijo, dándome otro abrazo. Luego, me apartó un mechón de cabello de la frente y me miró con seriedad, aunque sus ojos seguían brillando—. Nunca olvides que el arte viene del amor, Aria. Y tú tienes tanto amor dentro de ti que siempre encontrarás una manera de mostrarlo.

La escena se desvaneció lentamente, dejando en mi pecho una calidez que no había sentido en mucho tiempo.

—¿Eso es lo que temías olvidar? —preguntó Connor suavemente detrás de mí.

Asentí, sin apartar la vista del Árbol de los Recuerdos.

—Ella era mi lugar seguro, mi inspiración. Dibujar siempre fue algo que compartimos. Olvidar su voz, su sonrisa me aterra.

Connor colocó una mano reconfortante en mi hombro.

—Entonces sigue adelante, Aria. Llévala contigo en cada línea que dibujes. Ese amor sigue aquí, dentro de ti.

Otra esfera se iluminó, llamando mi atención. Me acerqué, y una cálida luz dorada envolvió mis dedos. La imagen cobró vida frente a mí.

Era yo, de niña, sentada sola en un rincón del patio de la escuela mientras un grupo de compañeros reía a lo lejos, sus palabras crueles resonando en mi memoria.

—"Eres rara", decían —murmuré, recordando con amargura—. Todo porque prefería dibujar a jugar a cosas que no me interesaban.

Sentí a Connor acercarse, su presencia constante y reconfortante.

—Eran niños, Aria. A veces, lastimamos sin entender las consecuencias.

—Eso no lo hace menos doloroso. —Aparté la mano de la esfera y caminé hacia otra, incapaz de detenerme.

Esta vez, el recuerdo fue aún más nítido. Estaba en la cocina de casa, escuchando a mis padres discutir. Sus voces eran altas, llenas de reproches y resentimiento. Mi corazón se encogió al recordar cómo me escondía bajo la mesa, abrazándome las piernas mientras deseaba desaparecer.

—Esto... ellos... —Mi voz salió entrecortada, llena de emociones contenidas.

Connor me observaba, su mirada fija en mí.

—No puedes cambiar lo que pasó, pero puedes decidir cómo te afecta ahora.

Negué con la cabeza, luchando contra el nudo que se formaba en mi garganta.

—No quiero recordar esto.

Connor pareció notar que el peso de mis recuerdos comenzaba a aplastarme, que cada esfera que tocaba era un golpe directo a mi alma. Lo vi mirar hacia el cielo, donde la lluvia caía con fuerza, como si este mundo reflejara exactamente cómo me sentía.

Pero mi curiosidad me llevó a tocar otra esfera. Esta vez, el dolor fue físico. Era el accidente, el momento en que mi bicicleta se salió de control y terminé en el suelo, con la rodilla ensangrentada y el dolor quemándome como si hubiera sucedido ayer. Recordé la soledad, el miedo, y cómo nadie pareció darse cuenta de lo asustada que estaba realmente. Pero si mi abuela hubiese estado, ella me notaría.

—Es demasiado —dije, retrocediendo mientras lágrimas silenciosas corrían por mi rostro—. ¿Por qué está todo esto aquí?

Connor extendió una mano, pero esta vez no me tocó. Simplemente esperó, dándome espacio.

—Porque forma parte de ti. Este árbol no solo guarda lo bueno, Aria. También guarda lo que duele, lo que has enfrentado.

Finalmente, me atreví a tocar otra esfera. Vi a mi abuela, su rostro pálido y sereno en el hospital mientras sostenía su mano por última vez. Luego, otra esfera me mostró el día que mi perrita, Luna, cerró los ojos para siempre en mi regazo. El dolor regresó como un golpe, pero esta vez no intenté huir de él.

—La otra vida… no es buena. Está llena de cosas como estas —susurré—. Cosas que me lastiman, que me rompen.

Connor se acercó lentamente, hasta que nuestras miradas se cruzaron.

—Es verdad que el mundo real no es fácil. Pero esos momentos también te hicieron fuerte.

—¿Fuerte? —repetí con incredulidad—. No me siento fuerte. Me siento cansada de todo.

Miré alrededor, a este mundo maravilloso que parecía salir directamente de mis mejores sueños. Aquí, podría borrar todo esto. No había bullying, ni peleas, ni pérdidas.

—Aquí es mejor. Aquí todo es como debería ser.

Connor no dijo nada por un momento, pero sus ojos brillaban con comprensión.

—Este lugar es hermoso, Aria, porque tú lo creaste así. Pero la fuerza que necesitas para mantenerlo viene de allá, de los momentos buenos y difíciles, en las personas que se cruzan en tu camino y las que están en tu corazón.




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