Hoy es un nuevo día, me digo, y con eso trato de convencerme de que todo lo que no funcionó ayer puede tener una nueva oportunidad.
Tal vez sea una mentira que me cuento, o tal vez sea la verdad más sencilla y más difícil de aceptar: que cada día empieza desde cero, pero yo llevo estando en este mismo lugar ya mucho. ¿Será que puedo elegir lo que cargo? ¿O simplemente, cada “nuevo día” es una promesa de salir? Después de varíos días aquí decidí levantarme, así que decido buscar a Connor. Lo encuentro al pie de un pequeño jardín lleno de flores brillantes que no había notado antes. Me dirijo hacia donde él se encuentra de forma calmada. Cuando llego hacia él, se giró al escucharme.
—Aria —saludó alegre.
—Este lugar… realmente es hermoso. —Me miró con una sonrisa traviesa. Se agachó y recogió una flor roja, que, al parecer, había crecido allí. Estiró su mano ofreciéndomela con un gesto de cariño, como un regalo para mí.
—Aquí tienes —dijo, mientras me la dejaba en mis manos con una sonrisa de satisfacción—. Una rosa para la artista.
Me reí suavemente, tocando la flor con delicadeza.
—¿Ahora soy una artista de flores también? —bromeé, aunque en realidad me sentí un poco más ligera.
—Aquí eres lo que quieras ser, aun cuando suene como un comercial de TV, es la verdad —respondió él, con una mirada que me hizo sentir que realmente creía en esas palabras.
Era un tipo de confianza que rara vez encontraba en otras personas.
Disfruté del momento. Caminamos juntos entre las flores, dejando que el tiempo se deslizara sin prisa. Este día sería calmado. Había algo en la forma en que Connor me miraba que hacía que todo pareciera más simple, como si la vida no tuviera que ser tan complicada.
En un momento, nos detuvimos frente a un árbol que tenía unas hojas plateadas, mágicas, que brillaban con la luz del sol. Miré hacia arriba, observando las hojas que se mecían suavemente con la brisa.
—¿Lo ves? —dije, apuntando hacia las hojas que brillaban como espejos—. Es como si el árbol estuviera reflejando el cielo.
—Sí, es hermoso —respondió Connor, acercándose a mí sin dudar. Se quedó unos segundos mirando las hojas, luego se volvió hacia mí con una expresión más suave—. ¿Sabes qué me gusta de todo esto?
—¿Qué? —pregunté, mirándolo con curiosidad.
—Que no tienes que estar buscando respuestas todo el tiempo. A veces, solo tienes que disfrutar de lo que tienes frente a ti. Como este árbol, o las flores.
"O la persona con la que estás compartiendo todo esto" Añadió una voz de mi mente.
Mis mejillas se calentaron un poco, y una sonrisa se asomó antes de que pudiera evitarlo. Ambos nos miramos a los ojos. Me gusta cómo, sin necesidad de grandes discursos, ambos sabemos que estamos aquí juntos, enfrentando este desafío que no siempre tiene un camino claro. Es como si su presencia hiciera que cualquier incertidumbre pareciera menos abrumadora.
—A pesar de que llevamos conociéndonos poco tiempo, me alegra poder tenerte a mi lado. No sabría cómo hacerlo yo sola. Bueno, casi me vuelvo loca cuando nos conocimos o cuando no te encontré, ¿recuerdas? Aunque suene un poco exagerado. —Sonreí nerviosa, sintiendo el rubor subir a mis mejillas—. Me siento afortunada de que estés aquí conmigo.
Connor me observó en silencio durante un momento que pareció eterno.
Su expresión era seria, pero no distante; más bien reflejaba una intensidad que me hizo sentir expuesta y comprendida al mismo tiempo. Sabía que mis palabras le habían llegado, que entendía lo sinceras que eran y lo mucho que significaban para mí. Finalmente, respondió con esa calma que siempre logra apaciguar mis inseguridades:
—Yo también me siento afortunado, Aria —confesó con una suavidad que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido. Se acercó más a mí, casi podíamos sentirnos, sin tocarnos—. No sé cómo habría manejado todo esto de las imagenes mientras duermo, sin ti.
Sus palabras fueron como un bálsamo, una confirmación de algo que no sabía que necesitaba escuchar. Me quedé mirándolo, tratando de memorizar cada detalle de ese momento, desde la manera en que el sol iluminaba su rostro hasta la calidez de su voz.
El viento sopló un poco más fuerte, y una de las hojas plateadas se desprendió del árbol, girando lentamente hasta aterrizar frente a nosotros. Me agaché para recogerla, sosteniéndola entre mis dedos como si fuera un pequeño tesoro.
—Quizás deberíamos guardar esta hoja —dije, sonriendo—. Como un recordatorio de que no todo necesita ser tan complicado.
Connor rio suavemente.
—Buena idea. Aunque creo que este momento ya está bastante grabado en mi memoria.
Seguimos caminando, dejando atrás el árbol de hojas plateadas. El sendero se hacía cada vez más angosto, rodeado de flores que parecían danzar con la brisa. Había algo mágico en el ambiente, como si el mundo supiera que este momento era importante para nosotros.
—Si pudieras pedir un deseo en este preciso momento, ¿qué sería? —pregunto de repente, rompiendo el silencio con una nota de curiosidad en su voz.
Su pregunta me tomó por sorpresa. Miré al horizonte, pensativa, sintiendo cómo el viento acariciaba mi rostro.
—Pediría… —dudé un segundo antes de continuar, eligiendo cuidadosamente mis palabras—, Salgamos de aquí juntos. Que, cuando todo esto termine, podamos encontrarnos en el mundo real. Que no importe dónde estemos o cómo sean las cosas, siempre podamos seguir siendo amigos, como lo somos aquí.
Me observó, su expresión cambiando de curiosidad a una mezcla de asombro y algo más profundo que no logré descifrar del todo.
—Eso es un buen deseo —dijo finalmente, con una sonrisa que parecía a la vez tranquila y un poco nostálgica—. Creo que yo pediría lo mismo.
El viento jugó con las hojas a nuestro alrededor, llenando el silencio que siguió a sus palabras.
—¿Crees que sería posible? —pregunté en voz baja.