El resto de la semana transcurrió entre pequeñas tareas y conversaciones dispersas, como si el tiempo se hubiera ralentizado para darnos un respiro.
Estaba en mi habitación, absorta en mis pensamientos, cuando de repente una idea cruzó mi mente como un relámpago. Podría funcionar. No lo pensé dos veces; salí de la habitación y caminé rápidamente hacia donde estaba Connor. Mi corazón latía con fuerza, pero esta vez no era por miedo o tristeza, sino por una chispa de esperanza que había brotado en mi interior en estos ultimos días, una luz que no quería dejar escapar. Lo encontré sentado en el porche, sus ojos perdidos en el horizonte.
—¿Connor? —mi voz sonó con una mezcla de emoción y urgencia, como si las palabras quisieran salir corriendo antes que yo.
Él levantó la vista de inmediato, sus ojos oscuros reflejando preocupación.
—¿Qué pasó, Aria? ¿Estás bien?
—Estoy bien. Pero creo que tengo una idea.
Me observó, inclinando la cabeza con una mezcla de curiosidad y precaución, como si supiera que lo que iba a decir podría cambiar algo.
—¿Qué tipo de idea?
—El Árbol de los Recuerdos —respondí, mi voz cargada de entusiasmo—. ¿Alguna vez lo has usado?
Frunció el ceño, su mirada desviándose hacia los árboles que apenas se veían a lo lejos, como si el solo hecho de mencionarlo lo transportara a un lugar incómodo.
—No, nunca lo he hecho. No creo que sea una buena idea.
Lo miré fijamente, notando la tensión en su mandíbula y el leve temblor en sus manos, esas pequeñas señales que delataban su inquietud.
—¿Por qué no? Podría ayudarte. Podría mostrarte quién es esa niña que siempre aparece en tus sueños.
Connor respiró hondo, bajando la mirada, como si el peso de sus pensamientos fuera demasiado para sostenerla.
—Porque tengo miedo, Aria. —Su voz era apenas un susurro, como si las palabras le costaran un esfuerzo inmenso—. ¿Y si no me gusta lo que descubro? ¿Y si me muestra algo que no estoy listo para ver?
Me arrodillé frente a él, colocando suavemente una mano sobre la suya, intentando transmitirle algo de calma, de seguridad como él lo ha hecho.
—Entiendo que tengas miedo, de verdad. Pero no saber también te está afectando. Esa niña que aparece en tus sueños significa algo para ti, alguien importante. No tienes nada que perder al intentarlo. Quizás te necesidad tanto como tu a ella.
Él me miró, sus ojos oscuros buscando algo en los míos, quizás valor, confianza. Finalmente, asintió lentamente, como si cada movimiento fuera una batalla interna.
—De acuerdo. Vamos a intentarlo.
Nos pusimos de pie, encaminandonos al lugar. El trayecto hacia el Árbol de los Recuerdos fue silencioso, salvo por el crujir de las hojas bajo nuestros pies y el suave susurro del viento que jugueteaba con las ramas. Ambos estábamos nerviosos, aunque por razones distintas. Yo sentía un extraño optimismo, como si algo bueno estuviera a punto de suceder, mientras que Connor parecía más inquieto con cada paso que dábamos, como si cada metro nos acercara a un precipicio.
Al llegar al claro donde el árbol se alzaba majestuoso, con sus ramas llenas de esferas de luz pulsante, Connor se detuvo.
—Es... más imponente de lo que recordaba —admitió, su voz apenas un murmullo, como si hablar más fuerte pudiera despertar algo en el árbol.
Le sonreí, intentando infundirle confianza, aunque dentro de mí también había un nudo de incertidumbre.
—Es solo un árbol, Connor. Uno muy especial, sí, pero está aquí para ayudarte.
Tragó saliva y dio un paso hacia adelante, mirando las esferas como si pudieran estallar en cualquier momento, como si fueran frágiles y peligrosas al mismo tiempo.
—No sé si puedo hacerlo.
Lo animé suavemente, colocando una mano en su hombro, intentando transmitirle algo de mi determinación.
—Tómalo con calma. Empieza por una.
—En esta ocasión se invirtieron los papeles. —Connor soltó una risa nerviosa, como si intentara aligerar el ambiente, aunque sus ojos seguían llenos de tensión. Asintió, recordando mis palabras, y extendió la mano hacia una esfera cercana, una que brillaba con un tenue tono dorado. Cuando sus dedos la rozaron, la luz parpadeó un instante… yo estaba igual o peor que él de ansiosa, observando cada movimiento, esperando una señal, algo que me indicara que estábamos en el camino correcto.
Connor retrocedió, mirando la esfera con desconcierto, como si esperara que algo más sucediera.
—No funciona, no soy capaz de ver nada. —Me aseguró, dirigiendo su mirada hacia mí, sus ojos llenos de frustración.
Lo miré, perpleja por su declaración, sintiendo que algo no encajaba.
—Tal vez puedes intentar con otra. No te rindas tan rápido.
Él asintió de nuevo, acercándose a otra esfera que pulsaba con una luz azulada. Esta vez la tocó con más decisión, pero el resultado fue el mismo: nada.
Suspiró, bajando la mano con frustración, como si el árbol le hubiera negado algo que le pertenecía.
—No puedo ver nada, Aria. Quizás no funciona conmigo. Con seres como yo.
Lo miré, sintiendo su decepción como propia, pero no iba a dejar que se quedara con ese sentimiento. No podía.
—Está bien. No pasa nada. Tal vez el árbol no puede mostrarte tus recuerdos por alguna razón, pero eso no significa que no podamos encontrar otra forma.
Me miró, su frustración dando paso a algo más suave: gratitud. Yo me sentía decepcionada, no solo porque pensé que mi plan podía funcionar, sino porque también le había dado ilusiones a Connor, y ahora ambas se desvanecían.
—Gracias. —Su voz era suave, casi un susurro.
Le sonreí y le di un leve apretón en el brazo, intentando transmitirle algo de ánimo.
—No te preocupes, no nos rendiremos.
Nos alejamos del árbol, esta vez caminando lado a lado. Aunque no habíamos conseguido respuestas, no podía evitar sentir que algo había cambiado. No sé si para bien o para mal.