Más allá del lienzo

Capítulo 9

Cuando abrí los ojos, la luz del amanecer bañaba la habitación con un resplandor cálido y suave, como si el sol hubiera decidido despertarme con un toque de ternura. Me llevó unos segundos darme cuenta de que no estaba sola. Mi cabeza descansaba sobre el hombro de Connor, y nuestras manos estaban entrelazadas sobre su pecho, como si durante la noche hubiéramos buscado inconscientemente esa conexión.

Me quedé inmóvil, sorprendida. No recordaba haberme dormido así, pero allí estaba, acurrucada contra él, sintiendo el ritmo lento y constante de su respiración. Su calor me envolvía, como un escudo invisible que me protegía de todo lo que estaba fuera de esa habitación. Poco a poco, lo vi moverse. Abrió los ojos lentamente, y su mirada se encontró con la mía. No hubo sorpresa en sus ojos, solo una cálida familiaridad que me hizo sentir inexplicablemente tranquila.

—Es lindo despertar y lo primero de ver sea a ti —sus palabras salieron suaves, casi como un susurro, acompañadas de una sonrisa que parecía arrancada de un sueño—. Creo que eso significa que hoy será un buen día.

No pude evitar sonreír, una mezcla de vergüenza y felicidad burbujeando dentro de mí.

—¿Siempre eres así de optimista al despertar? —bromeé, aunque mi tono era más suave de lo que pretendía.

—Solo cuando tengo una razón para serlo —respondió, apretando ligeramente mi mano antes de acariciarla con delicadeza.

Nos quedamos así un momento más, dejando que el amanecer nos envolviera, hasta que finalmente me incorporé, aunque con cierta reticencia. La calidez de la noche seguía presente, pero ahora estaba acompañada por algo nuevo: la certeza de que estábamos exactamente donde debíamos estar.

El calor del momento seguía envolviéndome mientras me levantaba de la cama, tratando de ordenar mis pensamientos. Sin embargo, esa calidez que Connor y yo acabábamos de compartir se aferraba a mí, como un eco persistente. Desde su lugar, él seguía recostado, con la expresión tranquila. Sus ojos me observaban con una suavidad que hacía que el resto del mundo desapareciera.

—¿Qué te parece si hoy nos olvidamos de todo? —pregunté, dejando escapar una sonrisa ligera, cargada de emoción—. Solo tú y yo, disfrutando de estar juntos, sin pensar en nada más.

Giró ligeramente su cuerpo hacia mí, devolviéndome una pequeña sonrisa que se sentía como un pacto silencioso. Mis ojos se iluminaron de inmediato. La idea de pasar un día al aire libre, solo nosotros dos, sonaba perfecta, y más si él estaba tan entusiasmado.

—Me parece perfecto.

Me dejé caer a su lado de nuevo, y con una risa lo miré.

—Bueno, si sirve de algo, el mundo puede esperar.

Por un momento, parecía que el universo entero había decidido detenerse, dejándonos solo a nosotros en una burbuja de tranquilidad.

El sol se filtraba suavemente por las cortinas, llenando la habitación de una luz cálida y apacible. Connor se estiró un poco en la cama antes de girar hacia mí con una sonrisa que parecía contener una idea.

—¿Qué te parece si hacemos un picnic? —sugirió, incorporándose sobre un codo—. Yo me encargo de todo, solo prepárate.

—¡Me encanta la idea! —casi salté de la cama mientras él soltaba una risa suave al ver mi emoción.

—Claro, ve alístate —dijo, poniéndose de pie—. Yo me encargo de la comida y de todo lo que llevaremos.

Con una sonrisa que no podía ocultar, fui al baño para darme una ducha rápida. El agua tibia era revitalizante, y mi mente ya imaginaba cómo sería el día. Salí envuelta en una toalla y me dirigí al armario, pensando en un atuendo que fuera cómodo pero bonito para la ocasión.

Finalmente, elegí un vestido verde con estampado de lunares blancos. Era de tirantes, pero decidí combinarlo con una camiseta blanca de manga corta debajo, creando un look en capas que me pareció casual y femenino. Para completar, opté por unas zapatillas blancas tipo converse, perfectas para caminar y disfrutar al aire libre. Me miré en el espejo, satisfecha con el resultado, y me recogí el cabello en una coleta alta, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban mi rostro.

Al salir, encontré a Connor. Me sorprendió verlo también arreglado: llevaba una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, las mangas remangadas hasta los codos, y unos jeans de corte recto en un tono azul claro. Sus zapatillas deportivas blancas le daban un toque casual, pero con ese estilo cuidado que parecía tan natural en él.

—Te ves preciosa —comentó, levantando la vista de la cesta para dedicarme una sonrisa.

—Gracias, tú también te ves muy bien —respondí, intentando sonar casual, aunque sabía que el rubor en mis mejillas me delataba.

—¿Lista?

—Lista —dije, devolviéndole la sonrisa mientras me acercaba a él.

Todo en ese momento se sentía en armonía, como si el universo hubiera decidido conspirar para regalarnos un día tranquilo.

Connor me ofreció su mano con una sonrisa suave mientras con la otra sostenía la cesta de picnic. La calidez de su gesto me desarmó. Tomé su mano sin dudarlo, sintiendo la firmeza de sus dedos entrelazándose con los míos, y comenzamos a caminar juntos hacia el bosque.

El sendero estaba rodeado de altos árboles que se mecían ligeramente con la brisa. A cada paso, el aire se sentía más puro, y el aroma de las flores que crecían alrededor, incluidas algunas rosas dispersas, impregnaba el ambiente. Todo parecía en perfecta armonía: la cálida luz del sol que se filtraba entre las hojas, el canto de los pájaros, el crujir leve de las hojas bajo nuestros pies.

Tras unos minutos, encontramos un rincón ideal.

Era un espacio bajo un gran árbol que ofrecía sombra suficiente para mantenernos cómodos, pero dejaba pasar rayos de sol que iluminaban el suelo salpicado de hojas. Connor soltó mi mano por un momento para colocar una manta de cuadros rosa sobre el césped. Luego, extendió la mano hacia mí nuevamente.

—Ven, siéntate —dijo, ayudándome a acomodarme con delicadeza.




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