El día había sido largo, lleno de risas y momentos que parecían suspendidos en el tiempo. A pesar de haber pasado horas juntos, la sensación de querer más, de no tener suficiente, era abrumadora. Era como si el tiempo se hubiera convertido en un enemigo, en algo que nos robaba instantes que podrían ser eternos. Connor y yo estábamos conectados de una manera que no podía explicar, como si nuestras almas se reconocieran en un nivel más profundo, más íntimo.
Se acomodó en el sofá, apoyando un brazo en el respaldo y girándose hacia mí con una atención que me hacía sentir como si fuera lo único que existía en su mundo. Sus ojos, intensos y penetrantes, me observaban con una curiosidad que casi podía palpar. Era como si cada uno de mis gestos, cada palabra, fuera un fragmento de un rompecabezas que él intentaba armar.
—Tengo una amiga —comencé, rompiendo el silencio con una sonrisa que brotaba de un lugar cálido en mi memoria—. Alguien que ha estado conmigo desde la escuela. Es divertida, leal, y siempre ha estado ahí cuando la he necesitado. Es como mi hermana. La extraño mucho.
Connor me miraba con una atención que me hacía sentir escuchada de una manera que pocas personas lograban. Su expresión era suave, pero había algo en sus ojos que delataba una curiosidad genuina, como si cada detalle de mi vida fuera un tesoro que quería guardar.
—Me hubiera encantado estar en tu vida así —murmuró, su voz cargada de un dejo de nostalgia que resonó en mi pecho—. En el mundo real, quiero decir. Habernos conocido allá.
Sus palabras me hicieron mirarlo enseguida, y en ese instante, sentí una mezcla de nostalgia y esperanza que no pude evitar. Era como si una parte de mí anhelara esa posibilidad, ese encuentro en otro lugar, en otro tiempo.
—Quizás aún no nos conocemos en el otro lugar —respondí, acercándome un poco más a él, como si la distancia entre nosotros fuera demasiado grande—. Pero quién sabe, tal vez lo hagamos. Aunque no te preocupes, estás en mi vida ahora, y no pienso dejarte ir. De aquí salimos los dos juntos, ya lo verás.
Connor me miró, y por un instante, vi algo en sus ojos que no pude definir. Tal vez era duda, tal vez era esperanza. Decidí cambiar de tema, no quería que la conversación se tornara triste. Mientras estábamos sentados, decidí abordar un tema que había estado evitando.
—¿Todavía tienes pesadillas con la niña pequeña? ¿Con Zoe? —pregunté, recordando aquellos momentos de angustia que compartimos.
Él se quedó en silencio por un momento, como si estuviera recordando. Luego, negó lentamente con la cabeza.
—No —sacudió la cabeza con suavidad—. Desde la última vez que te conté, no la he vuelto a ver en mis sueños.
Sus palabras me dieron un poco de alivio, aunque no podía evitar que la curiosidad se apoderara de mí. Zoe seguía siendo un misterio, algo que no encajaba del todo en este mundo y eso era muy extraño. Pero no quería pensar en eso ahora. Tener a Connor aquí, tan cerca, me reconfortaba. Era como si su presencia fuera un ancla, algo que me mantenía firme en medio de todo este caos.
Mientras seguíamos conversando sobre temas aparentemente simples, cotidianos y sin sentido, me pareció que cada palabra, cada gesto, nos acercaba más. Y en la serenidad de la sala, con el eco de nuestras risas y el murmullo de nuestras voces, entendí que estos momentos eran tan valiosos como cualquier gran recuerdo.
Si logro salir de este lugar, sin duda lo extrañaré.
Connor se sentó a mi lado en el sofá, más cerca de lo que esperaba. Nuestras miradas se encontraron, y aunque intenté mantener la compostura, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. No era solo su cercanía, sino la forma en la que sus ojos parecían buscar algo en los míos.
Sin decir nada, se inclinó un poco hacia mí. Su movimiento fue lento, dándome tiempo para reaccionar, pero yo me quedé inmóvil, atrapada en la intensidad del momento. Sentí el roce suave de sus labios en mi mejilla, un gesto delicado que me dejó sin aliento. Antes de que pudiera procesarlo, vi cómo su mirada bajaba hasta mis labios, y mi respiración se detuvo.
—Connor… —susurré, nerviosa, apartándome apenas unos centímetros—. Creo que... será mejor que me vaya a mi habitación.
—Buenas noches, Aria.
Connor alzó una mano, acariciando mi cabello con movimientos pausados. Guio su mano hacia mi nuca, mientras me inclinaba suavemente hacia él. Se acercó lentamente a mis labios. Esta vez, no me moví. Cerré los ojos justo antes de sentir el contacto suave y cálido de su boca contra la mía, de sus caricias. Fue un beso breve, pero lleno de significado, y cuando se apartó, todavía tenía esa sonrisa inocente y al mismo tiempo, traviesa.
—Buenas noches para ti también —balbuceé, apresuradamente, intentando recuperar el ritmo de mis pensamientos.
—Te acompañaré hasta tu habitación —dijo, levantandose conmigo.
Tomó mi mano y juntos subimos las escalera de camino a mi habitación. Se quedó en la puerta y giré para verlo.
—Descansa.
Me quedé paralizada por un momento, sintiendo el calor de su mirada. Sabía que no podría dormir fácilmente después de lo que acababa de pasar. Pero también sabía que, fuera lo que fuera lo que estaba creciendo entre nosotros, no quería que se detuviera.
Se inclinó hacia mí, dejando un beso suave en mi frente. El gesto fue tan inesperado que mi pecho se llenó de una calidez unica. Sonreí, casi sin darme cuenta.
—Descansa—susurré.
Lo observé mientras se alejaba, sus pasos silenciosos y seguros. Antes de desaparecer en el pasillo, apagó las luces del pasillo, sumiendo incluso la habitación en una oscuridad apenas interrumpida por el ritmo acelerado de mi corazón, que parecía querer escapar de mi pecho.
Una vez sola, solté un suspiro largo y profundo me acerqué a mi cama. No sabía cómo procesar lo que acababa de ocurrir. El peso de todo me golpeó de repente, y, con una mezcla de emoción y confusión, me cubrí por completo con las sábanas, como si así pudiera contener el vórtice de pensamientos que me invadía.