Más allá del lienzo

Capítulo 12

Ahí estábamos, en medio de la noche, bajo las luces tenues de la cocina, compartiendo un momento que no tenía explicación pero que de alguna manera se sentía especial. El silencio de la madrugada envolvía todo, como si nada más existiera, excepto nosotros.

—¿Qué hora es? —pregunté, tratando de enfocar mi vista en Connor, quien estaba de pie frente a mí, con esa calma que siempre parecía irradiar.

—Las seis de la mañana.

—Es temprano. ¿Qué haces despierto a esta hora?

—Vine por un vaso de agua.

Su voz era suave, casi un susurro, como si no quisiera romper el encanto del momento. Solté un suspire de alivio. Me preocupe ya que pensé que quizás él podría haber tenido una nueva pesadilla.

—¿Y tú? —dijo, alzando una ceja—. ¿Por qué no estás durmiendo?

—Por lo mismo. Vine por un vaso de agua.

Me miró con una media sonrisa, esa que siempre parecía esconder algo más, algo que no siempre estaba dispuesto a decir.

—En realida, estoy despierto porque mi corazón estaba demasiado emocionado como para dejarme dormir —contestó con una honestidad que me tomó desprevenida.

No pude evitar sonreír. Había algo en la forma en que lo decía que hacía imposible no sentirme aliviada y feliz al mismo tiempo. Era como si sus palabras tuvieran el poder de disipar cualquier sombra de duda o preocupación que pudiera estar acechando en mi mente.

—Deberías intentar descansar un poco más —sugirió con un tono suave, aunque sus ojos brillaban como si tuviera otro plan en mente—. Mientras tanto, te prepararé un desayuno delicioso.

—Podemos hacerlo juntos —propuse, queriendo prolongar el momento, sin saber cuando sería la ultima vez que estariamos juntos.

—Claro que sí. ¿Qué te parece si hacemos huevos revueltos, tostadas, tocino y algo de fruta?

—Me parece perfecto, gracias —dije, mientras un pequeño cosquilleo de alegría se instalaba en mi pecho.

Connor se movía por la cocina con facilidad, sacando ingredientes de aquí y allá, y colocándolos sobre la isla. No podía quedarme sin hacer nada, así que me acerqué y le dije con una sonrisa:

—Yo me encargo de las frutas.

Tomé el cuchillo para empezar a cortarlas, pero antes de que pudiera hacer el primer movimiento, Connor estaba a mi lado. Su mano se posó suavemente sobre la mía, deteniéndome con firmeza, pero sin brusquedad.

—No te preocupes, yo lo hago —dijo mientras me quitaba el cuchillo con delicadeza—. No quiero que te lastimes.

Lo miré con una mezcla de sorpresa y diversión. Él solo respondió con una sonrisa tranquila que parecía decir "confía en mí".

—¿Qué tal si rompes los huevos en un plato y los bates? —sugirió mientras volvía a concentrarse en la fruta—. ¿Te apetece algo más?

Negué con la cabeza, sintiéndome cada vez más relajada en su compañía.

—No, todo está perfecto así —respondí, disfrutando del ambiente ligero que se había creado entre los dos.

Connor se encargó de casi todo el desayuno con una habilidad que me seguía sorprendiendo. Así que, para sentir que también aportaba algo, decidí preparar té para ambos. Mientras el aroma cálido llenaba la cocina, él terminaba los últimos detalles.

Una vez todo quedó listo nos sentamos a la mesa. Al probar el primer bocado, me quedé impresionada.

—Esto está delicioso —dije, sinceramente agradecida.

Sonrió de nuevo, y la calidez del momento hizo que olvidara cualquier otra cosa que no fuera la compañía y el simple placer de estar allí con él.

—Creo que quiero seguir con el dibujo —le dije intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía.

—Claro, Aria, ¿qué tal si esta vez intentas dibujar fuera de la casa, despejada y con otro ambiente? Quizás te ayude con tu creatividad para distraerte, en esta ocasión sin presión, también podría acompañarte.

Su propuesta me encantó. La idea de cambiar de ambiente, de respirar aire fresco y sentir la naturaleza alrededor, parecía perfecta para refrescar mi mente. Como dice Connor mi bloqueo puede deberse a la presión que tenia antes para salir y que habíamos probado que lo del dibujo no funcionaba.

—Me encanta la idea. — Asentí totalmente de acuerdo.

Preparé todo lo que necesitaba y salimos de la cabaña, Connor a mi lado, como siempre, intentando estar cerca. Caminamos hasta un lugar con césped verde y muchas rosas a nuestro alrededor. Connor alistó mis herramientas para pintar. El caballete, el lienzo y las pinturas. Cuando terminó y todo estaba perfecto, se sentó cerca mientras me observaba.

Estaba absorta en el proceso de mis bocetos cuando él rompió el silencio llamando mi atención.

—Eres muy talentosa. No se como lo haces —dijo de repente, apoyando los codos en sus rodillas con esa mirada intensa y expectante.

Lo miré, sorprendida, pero con una sonrisa creciente.

—Es más fácil de lo que parece. ¿Quieres que te enseñe?

Se levantó rápidamente, moviendo las sillas como si estuviera planeando algo grande. Su entusiasmo era contagioso, así que no pude evitar reír. Preparamos el espacio: papeles, lápices y algunos borradores. Todo estaba listo para empezar.

—Bien —dije, inclinándome hacia él—. Lo primero es simple, no tienes reglas. Puedes dibujar lo que quieras, lo que se te ocurra.

Asintió, sus ojos enfocados en mí como si estuviera memorizando cada palabra. Le mostré algunos trazos básicos: líneas suaves, curvas sencillas, formas básicas que podrían convertirse en cualquier cosa. Connor me observaba con atención, como si estuviera descifrando un enigma.

—¿Y ahora qué dibujo? —preguntó, sosteniendo el lápiz con una mezcla de determinación y torpeza.

—Lo que desees. No tiene que ser perfecto. Solo deja que fluya.

Después de algunos intentos y risas mientras Connor luchaba con los trazos, propuso algo que me tomó por sorpresa.

—¿Qué te parece si hacemos un dibujo cada uno? Al final, los compartimos.

La idea me pareció genial, así que asentí sin dudarlo. Ambos nos acomodamos en la mesa, cada uno con una hoja en blanco frente a nosotros. Al principio, no tenía idea de qué dibujar. Miré el papel, esperando que algo surgiera, pero mi mente estaba en blanco. Fue entonces cuando levanté la mirada y lo vi inclinado sobre su hoja, completamente concentrado, su cabello cayendo ligeramente sobre su frente, y una expresión de serenidad en su rostro que me hizo detenerme. De repente, lo supe. Lo dibujaría a él.




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