Más allá del lienzo

Capítulo 13

—Aria, me abruma sentir tantas cosas a la vez —admitió apenas nos separamos, con la respiración entrecortada, las palabras pesando más que los besos que habíamos compartido. Su voz llevaba una mezcla de asombro y miedo, incapaz de contener las emociones que se desbordaba dentro de él.

Yo aún sentía el cosquilleo de sus caricias en la piel, el eco de su boca sobre la mía, y lo miré en silencio, consciente de que aunque no lo expresara del todo, lo vivía con la misma intensidad que él.

—Pienso igual.

Tomó aire varias veces, apenas su respiración se reguló, me miró más relajado. Se quedó pensativo un par de minutos, miró al horizonte.

—¿En qué piensas? —pregunté curiosa.

—Me preguntaba si —tomó una nueva bocada de aire—. Si te gustaría ser mi novia.

—¿Tu novia?

—Sí, claro que quieres. Porque a mi me encataría ser tu novio.

Mi corazón se aceleró, como si estuviera a punto de explotar. No sabía qué podría pasar después, pero sí sabía una cosa, quería estar a su lado.

—Si quiero —respondí, mi voz firme, aunque temblorosa por la emoción que me recorría de pies a cabeza.

Connor sonrió, levantándose de su silla con esa elegancia natural que siempre lo caracterizaba. Caminó hacia mí y se colocó justo frente a mí, tan cerca que podía sentir su calor, ese calor que parecía envolverme cada vez que estaba cerca.

—¿Sí? —preguntó de nuevo, como si quisiera asegurarse de que no había escuchado mal.

—Sí —repetí, mirándolo a los ojos, sin dejar que la duda se asomara siquiera por un instante.

Se inclinó lentamente, y cuando sus labios rozaron los míos, sentí que el mundo se desvanecía a nuestro alrededor. Fue un beso suave, lleno de significado, como si ambos hubiéramos estado esperando este momento desde siempre. Un beso que no necesitaba palabras para explicarse, porque lo decía todo.

Cuando nos separamos, nuestras miradas se encontraron, y supe que, pase lo que pase, quería vivir cada instante junto a él. Nos quedamos allí, mirándonos, con el dibujo entre nosotros como un testigo silencioso de ese momento. Y en ese instante, supe que algo había cambiado para siempre. No solo entre nosotros, sino dentro de mí. Connor ya no era solo una figura en mi imaginación. Era real.

El aire se llenó de un silencio cómodo mientras Connor y yo seguíamos allí, el uno frente al otro. Sus ojos todavía tenían esa intensidad que siempre lograba mover todo a mi alrededor, pero ahora había algo más: vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que me hacía sentir que, por primera vez, estaba viendo todas las capas de él, sin filtros.

Se puso de pie de repente, extendiendo su mano hacia mí.

—Ven, quiero mostrarte algo.

—¿Qué cosa? —pregunté, intrigada, sintiendo cómo la curiosidad se apoderaba de mí.

Connor sonrió, pero no dijo nada. Su silencio era una invitación a confiar, y sin pensarlo demasiado, tomé su mano. Sus dedos se entrelazaron con los míos, y juntos salimos de la cabaña.

Caminamos entre los árboles mientras el cielo comenzaba a teñirse de tonos oscuros. Las estrellas empezaban a brillar tímidamente, y la luna, casi llena, bañaba el bosque con su luz plateada. Finalmente, llegamos a un pequeño mirador natural. Desde allí se podía ver todo el valle, cubierto por un manto de luces que parecían titilar en la distancia.

—Wow... —susurré, sin poder ocultar mi asombro—. Nunca voy a terminar de acostumbrarme, este lugar siempre tiene algo nuevo para descubrir.

—Es hermoso, ¿verdad? —dijo soltándome la mano para acercarse al borde del mirador.

Me quedé en silencio, admirando la vista y a él. Había algo en cómo la luz de la luna caía sobre su rostro, resaltando la suavidad de su expresión, que hacía que todo a mi alrededor pareciera un sueño. Un sueño del que no quería despertar.

—Aria... —dijo finalmente, girándose para mirarme.

—¿Sí? —respondí, sintiendo cómo mi pecho se llenaba de un nerviosismo que siempre aparecía cuando él estaba cerca. Sería así siempre, lo sabía.

Respiró hondo, como si estuviera reuniendo el valor para decir algo importante. Dio un paso hacia mí, sus manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta.

—Siempre he pensado que las palabras no son suficientes para expresar lo que siento. Pero contigo... contigo siento que podría intentarlo, aunque me equivoque.

Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que podía escucharlo. Cada palabra suya resonaba en mí, como si estuviera grabándolas en mi memoria para siempre.

—Entonces dilo —murmuré, apenas capaz de encontrar mi voz.

Sacó algo de su bolsillo: una pequeña pulsera de hilo con un diminuto colgante en forma de estrella.

—Es simple, pero... me recuerda a ti. —Dio un paso más cerca, extendiéndomela—. Cada vez que veas esta estrella, quiero que recuerdes lo importante que eres para mí.

Tomé la pulsera entre mis dedos, sintiendo cómo algo en mi interior se derretía. Era perfecta, no por su diseño, sino por lo que significaba.

—Es preciosa, me gusta.

Tomó mi muñeca con cuidado y ajustó la pulsera en su lugar. El colgante en forma de estrella brilló bajo la luz de la luna, como si estuviera aprobando el momento.

—Quiero que recuerdes esto, Aria. No importa dónde estemos, siempre serás mi norte y que siempre que lo veas me recuerdes.

—Nunca nadie me había hecho sentir así.

Él sonrió, acercándose aún más, hasta que nuestras frentes se tocaron.

—Entonces, prométeme algo. Prométeme que, pase lo que pase, siempre me dejarás estar a tu lado.

Lo miré directamente a los ojos, notando la mezcla de nervios y esperanza en su mirada. No había duda en mi mente, no había necesidad de pensarlo dos veces.

—Lo prometo.

Y antes de que pudiera decir algo más, cerró los pocos centímetros que nos separaban, sus labios encontrándose con los míos en un beso suave y lleno de promesas silenciosas. Un beso que sellaba todo lo que habíamos dicho, todo lo que habíamos sentido.




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