El auto se detiene frente a las rejas abiertas. Un señor de mediana edad nos observa expectante y, cuando me bajo, no aparta la mirada de mí. Mis padres bajan todo el equipaje, sin prestarle atención. Cuando está todo fuera del auto, me detengo a observar un poco. El lugar es precioso, con su inmenso campo verde y sus instalaciones de aspecto antiguo.
—Buenos días —saluda mi padre al señor inquietante. Se estrechan las manos y él se presenta:
—Alfred Murray, director de la Escuela Murray —eso es algo que yo ya sabía. Su cara aparece en la página web, y es una persona muy conocida por todos los de la ciudad y el pueblo. Me mira esperando a que diga algo, pero no me salen las palabras.
—Ella es Judy Parker —me presenta mi madre, y luego mantienen una corta conversación con el director Murray, a la cual no le presto la más mínima atención. Mi cabeza da vueltas mientras miro el piso.
—Si gustan pueden acompañarla y llevar su equipaje, ¿recuerdan su habitación? —vuelvo a la realidad, donde el señor me está observando con un dejo de superioridad (o tal vez yo me lo estoy imaginando).
—Yo puedo sola, adiós —saludo a mis padres y comienzo lo que, efectivamente, es una mala decisión. Cuelgo la enorme mochila en mis hombros, agarro una valija con cada mano y entro a los terrenos del colegio, caminando por la entrada de piedra. Escucho el sonido del auto yéndose, y al director caminar detrás de mí.
—Aquel edificio, a la derecha, es donde debes ir -me dice (gracias, ya lo sabía)— ¿Recuerdas el número de tu habitación?
Respondo de inmediato.
—Sí, es la número 12, en el tercer piso.
El señor me adelanta y se coloca en frente de mí, obligándome a detenerme. En parte, lo agradezco, porque las valijas son más pesadas de lo que imaginé. Por otro lado, tengo un poco de miedo. Alfred Murray me observa muy serio, la pizca de amabilidad que presentaba antes en su arrugado rostro ha desaparecido por completo, reemplazándola por una mirada severa y autoritaria. Además, es un hombre muy alto y robusto; yo, una niña bajita y delgaducha. Cuando comienza a hablar, hago un esfuerzo para no encogerme.
—Tenga cuidado con sus modales, señorita Parker. Recuerde que está tratando con el director de la institución. Puede que ahora no haya cometido ninguna falta, pero está advertida. No toleraré absolutamente ninguna falta de respeto hacia mí, mucho menos si viene de usted o de Turner. Queda advertida.
No me da lugar para responder, y se va directamente al edificio que tenemos al lado, donde se encuentran las oficinas. Tardo unos segundos en reaccionar y sigo caminando por el sendero que lleva al gran edificio con todas las habitaciones. No estoy segura de qué hora es, pero debe ser muy temprano, porque todavía está todo oscuro y el campo se encuentra completamente vacío. Da la sensación de que estoy sola en este lugar.
Pensando en las palabras del director, no me doy cuenta cuando llego. Las puertas están abiertas por completo, y alguien puso piedras grandes para que no se cierren con el viento. Adentro, hay un vestíbulo de tamaño regular con las paredes oscuras y piso de madera. Tampoco hay gente aquí, pero escucho pasos y voces distantes en los pisos de arriba.
Recorro el pasillo derecho en busca de un ascensor, pero me encuentro con las escaleras. Ahora mismo se me hace imposible usarlas, estoy demasiado exhausta. Camino en dirección contraria y encuentro el pequeño ascensor. Pulso el número tres y, a la vez que las puertas se cierran, observo un poco el espejo del fondo. Tengo cara de haber dormido dos horas (cosa que es cierta) pero a la vez me veo muy dispuesta a comenzar bien mi primer día (cosa que también es cierta). El ascensor se detiene y, con mucho esfuerzo, emprendo la marcha con las valijas otra vez, ahora buscando mi habitación.
Aquí sí hay gente, aunque no mucha. Veo un par de puertas abiertas, murmullos y a alguien entrando al baño. 9, 10, 11... y 12. A la mitad del pasillo, al fin, está mi habitación. Me sorprende encontrar a un chico apoyado en el marco de la puerta, ya que definitivamente no es mi compañero de habitación. El chico, que estaba observando el piso con demasiada atención, dirige sus ojos oscuros hacia mí a la vez que sonríe y extiende su mano. Yo se la estrecho, un poco confundida.
—Soy Jake, bienvenida —luce demasiado feliz para ser tan temprano. Aun así, trato de responder con expresión de amabilidad.
—Yo soy Judy.
—Sé quién eres, todos aquí lo saben —hace un gesto con la mano que pretende abarcar todo el lugar, aunque sólo haya dos chicos más que, después de dirigirme una mirada, entran a sus respectivas habitaciones—. No te sientas presionada por ser una chica, al poco tiempo todos se acostumbran.
Eso se hubiera escuchado tremendamente mal en cualquier otro contexto, pero en este es diferente. La Escuela Secundaria Murray es sólo para varones, o al menos lo era hasta el año pasado. Permitieron que una chica tomara los exámenes de ingreso después de años de prohibición, y pudo entrar con notas extraordinarias, siendo la primera alumna mujer en toda la historia de la escuela. Pensaron que ella era la excepción a la regla, y que ninguna más lograría lo mismo. Un año después, yo también pasé los exámenes. Y bastante bien, de hecho.
—Gracias —contesto en voz baja. Después de unos incómodos segundos, pregunto— ¿Qué haces aquí?
—Oh, estoy esperando a que la señorita Turner termine de cambiarse. Creo que está tardando a propósito, para que me vaya.
En ese mismo instante se abre la puerta y aparece una chica con aspecto temerario. Pone los ojos en blanco al ver que Jake todavía está ahí, pero no parece enojada de verdad.
—¿Con quién hablas? —pregunta bruscamente, luego se da cuenta de que estoy en frente suyo—. Oh, eres tú, pasa. Y Jake, vete, no te soporto.
—No me iré hasta que me des el libro —contesta él, a la vez que yo entro.
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Editado: 16.07.2022