El miércoles a la tarde me reúno con Jake para la primera clase de soccer. Llegamos unos diez minutos antes para llenar nuestras botellas de agua en las canillas que se encuentran detrás de nuestra residencia. Las luces naranjas que proyecta el cielo le dan un aspecto más cálido a todo, a pesar de que empieza a hacer cada vez más frío. Unos cuantos alumnos merodean por la zona, esperando a que vengan los profesores (quienes por lo general son extremadamente puntuales).
Unas horas antes, estaba en la lavandería con Samey. Para mi sorpresa, estaba en nuestra habitación al terminar las clases de hoy. No hablamos demasiado, porque creo que la lavandería es un lugar que absorbe la juventud de los alumnos al obligarnos a hacer tareas de adultos.
—Creo que deberíamos ir a la cancha —me dice Jake después de mirar su reloj de muñeca. También tenemos prohibido llevar nuestros celulares a las clases de deportes.
Mientras caminamos, veo de lejos el cabello oscuro de Samey, que se dirige hacia el gimnasio para sus clases de hockey. Jake me contó que ellos practican con patines normales, pero una vez al mes entrenan en una pista de hielo en la ciudad.
—¿Es muy exigente nuestro profesor? —le pregunto a mi compañero.
—Si es el mismo que el año pasado, entonces sí —responde él con una sonrisa de compasión—. No tiene piedad con nuestras almas mortales.
Llegamos a la cancha en cuestión, que está entre la piscina y la otra cancha donde voy a baseball. Creo que estamos casi todos, y entre los de aquí reconozco a un par de personas de mi año, y a amigos de Jake. También está Harry, a quien prefiero ignorar. No me quiero meter en problemas por tirarle una piedra en la cara, o algo por el estilo.
El profesor llega a las cinco en punto, y todos guardan silencio al instante. Es un hombre de unos cuarenta años, alto y con aspecto intimidante. Tal vez es por sus ojos entrecerrados. Se presenta como Arthur Bolton, y en la expresión de Jake se ve que ya lo conoce. Sí, es el mismo que el año pasado.
Nos pide que nos sentemos en el pasto, frente a él, y empieza a hablar sobre soccer. Qué es, cómo se compone un equipo, y los valores del deporte. Es un poco extraño que hable tan apasionadamente del soccer, como si ser jugador de un equipo fuera su sueño frustrado. Luego procede a pasar lista, como hacen todos los profesores, con la diferencia que él va preguntando por qué decidimos anotarnos en soccer. Me tenso un poco cuando se acerca a la letra P.
—Parker, Judy —llama, mientras yo levanto la mano y digo “presente”—. Me interesaría mucho escuchar su razón para estar aquí.
Aquí, ¿dónde? ¿En la escuela, o en el deporte? Claro que en el deporte, tonta. No me doy cuenta de que me quedé ligeramente paralizada hasta que Jake me da un codazo disimulado.
—Emm… desde siempre me gustó soccer. Nunca tuve la oportunidad de jugarlo, así que aproveché a anotarme cuando ingresé.
—¿Y no le incomoda un poco entrenar solo con chicos? —comienza una ronda de murmullos que Bolton acaba con un simple movimiento de mano. Imagino que Samey, de estar en mi situación, desafiaría un poco a este señor. Pero yo no soy Samey.
—No, profesor.
—¿Piensa que podría resistir bien al entrenamiento?
“¿Por qué esto se convirtió en un interrogatorio a Judy?”
—Sí, profesor.
Me da una mirada escéptica por unos segundos y, resignado, sigue pasando lista. Como estoy en la primera fila, no sé si alguien me está mirando, pero seguramente sí. Jake me da un empujoncito en el brazo para que lo mire, y entonces levanta sus pulgares para indicarme que todo está bien o que le respondí bien al profesor. Le sonrío, un poco nerviosa, y vuelvo a observar el pasto. Ojalá no fuera tan miedosa.
.
Casi dos horas después, siento que estoy muerta. Tal vez mi mente abandonó mi cuerpo. Pero la realidad es que mi fuerza y energía abandonaron a Judy en general. Y, a pesar de todo, sigo corriendo, sin aminorar el paso. Quiero demostrarle a Bolton que puedo, aunque no pueda. Aunque me duelan todos los músculos. Aunque tenga la respiración agitada. Yo puedo. Repito una y otra vez la oración en mi cabeza, al igual que hago en clases. Porque Bolton no es el único que cree lo contrario.
El profesor hace sonar el silbato una última vez, para finalizar con el entrenamiento. Después de pasar lista, corrimos infinitas veces por la cancha para calentar, hicimos ejercicios variados de gimnasia y luego nos separó entre primero y segundo para las lecciones de soccer específicas. Hasta hace unos segundos, estábamos corriendo otra vez alrededor de la cancha. Resisto el impulso de dejarme caer en el pasto, y en vez de eso apoyo las manos en las rodillas e intento regular mi respiración.
—Ahora llega la parte menos mortífera —dice Jake cuando llega hacia donde estoy, y luego nota mi estado—. ¿Estás bien?
-Sí, estoy… sí -no puedo articular bien las palabras, espero que Harry no esté viendo esto. Durante todo el calentamiento estuvo soltando comentarios sobre lo lenta que era, y una vez le pidió al profesor que me diera ejercicios más fáciles, porque obviamente no podía seguirles el ritmo. Bolton lo mandó a callar varias veces, al menos es despiadado con todos por igual.
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Editado: 16.07.2022